22.6.08

Sobre la Inteligencia Emocional

(Daniel Goleman, divulgador de la IE )

Inteligencia Emocional

por Susana Frisancho
http://blog.pucp.edu.pe/item/6322

La inteligencia emocional es, cuando menos, un concepto controversial que a mí personalmente no me gusta. Si algo positivo puede reconocérsele es quizá el haber puesto en boca de todos a las emociones, y haber enfatizado la importancia que éstas tienen para la educación y para la vida en general en un lenguaje sencillo y accesible al gran público. Si eso se ha logrado, en buena hora, aunque no le atribuyo el mérito al concepto sino a las preocupaciones que las personas tienen por vivir una vida plena, lo que las hace proclives a interesarse por ideas que son populares y que parecen ofrecer alguna respuesta a sus inquietudes. Como la literatura psicológica especializada es densa y de difícil acceso, el concepto de inteligencia emocional, por intuitivo y ligero, ha proliferado ampliamente.

Sin embargo, creo que desde un punto de vista académico se trata de un concepto poco relevante y confuso, que lamentablemente en nuestro medio ha sido acríticamente asumido por psicólogos, empresarios y profesores. No voy a extenderme mucho en esto pero sí esbozaré algunos de mis puntos de vista, que los interesados podrán luego investigar y ampliar por cuenta propia. En resumen, mi idea es la siguiente:

Pienso que el concepto de inteligencia emocional no describe ninguna entidad nueva. Incorpora otros conceptos y teorías ya existentes en la psicología, como las inteligencias intra e inter personal de Gardner, o la psicología del ajuste, que son propuestas psicológicas mucho más complejas y sólidas, sustentadas por investigación. Puede decirse que la inteligencia emocional es un concepto de divulgación (de best seller), apoyado por escasa investigación, y que no reconoce explícitamente las fuentes de las que se nutre. Al ser un concepto confuso, las medidas de inteligencia emocional correlacionan con medidas de otros constructos (como por ejemplo, personalidad), de los que se supone debería diferir, y por lo tanto no tienen validez discriminante. Como afirmo más arriba, desde mi punto de vista el concepto no describe ningún fenómeno psicológico nuevo, solamente agrupa otros ya existentes y no añade nada original, por lo que la etiqueta “inteligencia emocional” no resulta necesaria. Ojo: no es que las habilidades y capacidades que el concepto describe no existan -no estoy diciendo eso- sino que ya ellas han sido explicadas por la psicología y no se necesita entonces de una entidad nueva que repita lo que ya se sabe. Mi crítica, en este sentido, es académica. Creo además que el nombre “inteligencia” le hace un flaco favor al concepto, pues remite a una tradición psicométrica dura que está alejada de lo que el concepto, creo, intenta representar.

Hay mucha literatura crítica de la inteligencia emocional a la que lamentablemente muchas personas no tienen acceso. El Human Development le dedicó gran parte de un número en el 2003, al igual que el Psychological Inquiry en el 2004. De este último journal, un artículo muy ilustrativo es 'Seven Myths about Emotional Intelligence', que presenta con mucha claridad siete mitos o ideas erróneas acerca del concepto. Si bien el artículo es del 2004 y desde esa fecha puede haberse avanzado en la investigación y afinado lo que se sabe del concepto, creo que las debilidades que el artículo señala todavía se mantienen.

Algunas referencias que los interesados -especialmente psicólogos- pueden leer son:

Matthews, G.; Roberts, R. y Zeidner, M. (2004). Seven Myths about Emocional Intelligence. Psychological Inquiry, Vol. 15, 3, 179-196

Matthews, G. Roberts,R. y Zeidner. M. (2003). Development of emotional intelligence: A skeptical - but not dismissive - perspective. Human Development, Vol. 46, 2-3, p. 109

Arsenio, W. (2003). Emotional intelligence and the intelligence of emotions: A developmental perspective on mixed EI models. Human Development. Vol. 46, 2-3, p. 97

2.6.08

La teoría de la mente de Roger Penrose

Foto gentileza School of Mathematics and Statistics de la UNSW de Sidney, Australia

La teoría de la mente de Roger Penrose
por Pedro J. Hernández (2004)
Artículo reproducido con permiso expreso
Blog del autor: Ecos del futuro

Roger Penrose es uno de los pensadores más originales y creativos de la actualidad. Quizás no estaría exagerando si lo consideramos uno de los físicos más importante que ha trabajado en Relatividad General desde Einstein (Thorne 1994,§13). Junto a Stephen Hawking han exprimido la Relatividad General hasta sus últimas consecuencias con sus teoremas de las singularidades espacio-temporales (Hawking y Penrose 1993 y 1996). Actualmente trabaja en la teoría de los operadores de torsión (twistors en inglés), objetos geométricos abstractos que operan en un espacio complejo multidimensional y que subyacen el espacio-tiempo (Hawking y Penrose 1996 §6), que es una tentativa para la tan ansiada reconciliación entre la Mecánica Cuántica y la Relatividad General. En contra de la mayoría de físicos, Penrose piensa que es la Relatividad General la que terminará por modificar la estructura de la Mecánica Cuántica. Su objeción básica tiene que ver con la división intrínseca al formalismo entre el proceso de evolución de la función de onda (perfectamente determinado por la ecuación de Schrödinger) y el proceso de medida o colapso de la función de onda, que implica la introducción arbitraria de la regla de obtención de las diferentes probabilidades a partir del cuadrado de los módulos de los coeficientes complejos para cada estado posible (Penrose 1989 §6). Para Penrose, esta división arbitraria es inadmisible para una teoría que pretenda ser una explicación convincente del universo físico. Su propuesta de modificación de momento es una solución ad hoc que sugiere que el colapso de la función de onda tiene como causa principal el cambio de energía gravitatoria que se produce en el sistema físico que actúa como aparato de medida, y esto produciría un tiempo de decoherencia cuántica del orden de h/E, donde h es la constante de Planck, y E la energía gravitatoria implicada en el cambio de configuración del entorno (ver detalles en Penrose 1994, §13.6). Hasta aquí su argumentación es bastante atractiva y recomiendo al lector que lea detenidamente desde el capítulo 5 hasta el capítulo 8 de Penrose 1989 y los capítulos de 4 a 6 en Penrose 1994 para una exposición clara del tema. Si el lector está interesado en algo más técnico, debería acudir a Hawking y Penrose 1993 y 1996. De todas formas y en detrimento de los argumentos de Penrose, parece ser que la resolución de este problema tiene otras alternativas más factibles (Tegmark y Wheeler 2001)

Pero Penrose quiere ir mucho más lejos que todo esto. Según su punto de vista, tiene que haber algo de naturaleza no computable en las leyes físicas que están por venir. Este argumento tiene como base el ya famoso teorema de Gödel que implica que la indemostrabilidad formal de una cierta proposición matemática es señal de que de hecho es verdadera. De ahí concluye Penrose que nuestro pensamiento --al menos nuestro pensamiento matemático-- tiene componentes no computables. Este argumento ha sido ampliamente criticado por su debilidad (Denett 1995 §XV) y de hecho, Penrose escribió "Las sombras de la mente" (Penrose 1994) principalmente para replicar a sus críticos. Creo personalmente que la claridad con que Penrose escribe sobre cuestiones de física relativista y mecano-cuántica se echa mucho de menos en su tratamiento del teorema de Gödel. Para una exposición clara e inmensamente atractiva de este asunto dirijo al lector a Hofstadter 1979.

Pero sigamos concediendo a Penrose el beneficio de la duda. Admitiendo que existen procesos físicos no computables, tenemos todavía que ver cómo el cerebro podría hacer uso de éstos. En primer lugar, Penrose cree que existe una relación directa entre esta no-computabilidad y el puente entre el nivel cuántico y el nivel clásico que a su vez se relaciona con el proceso de medida cuántica antes mencionado. Por lo tanto, habría que buscar un lugar en el cerebro que pueda aprovechar los efectos de coherencia cuántica para acoplarlos a la actividad neuronal que se observa a gran escala en el cerebro. El lugar más prometedor parece ser los microtúbulos de Stuart Hameroff y sus colegas de la Universidad de Arizona, que forman parte del citoesqueleto celular. Sus consideraciones a favor de estas entidades celulares se apoyan en varias sugerencias que no están basadas en evidencias demasiado sólidas (§7.4 a 7.6 de Penrose 1994):

  • Estas entidades existen en todo tipo de células con lo que habría una explicación para los comportamientos complejos de seres simples sin sistema nervioso neuronal tal y como el paramecio.
  • Debido a que cada neurona contiene una cantidad enorme de microtúbulos, el poder de computación del cerebro se incrementaría en un factor de 1013
  • Dentro del microtúbulo podría existir un estado especialmente ordenado del agua (agua "vicinal") que podría ayudar a mantener el estado de coherencia cuántica buscado.
  • La acción de los anestésicos generales podría interferir en la actividad microtubular, hipótesis apoyada por el hecho de que estos anestésicos también actúan sobre seres simples como amebas o paramecios.
La cuestión final es, ¿hay necesidad de todo este escenario para explicar el origen de la consciencia?. Quizás sí y quizás no. Si uno está preocupado por explicaciones de fenómenos concretos de alto nivel de la conciencia como el lenguaje, el reconocimiento de rostros, la memoria a corto plazo, etc., se está haciendo un progreso bastante adecuado (si consideramos la complejidad del problema) con hipótesis más mundanas y un trabajo experimental bien dirigido (ver Crick 1994, Pinker 1997). Si lo que se quiere es buscar las leyes físicas que están en el fondo de todo esto, la propuesta de Penrose no deja de ser interesante. Por eso, el ataque de los Francisco Varela, Daniel Hillis, Marvin Minsky o Roger Schank (ver Brockman 1995) va desencaminado en el sentido de que lo único que se puede achacar a Penrose es que sus especulaciones, al igual que las de ellos mismos, tienen muchos puntos débiles y explican muy poquito, si lo que estamos buscando es dar cuenta de la fenomenología de alto nivel que presenta nuestro cerebro. Mi impresión es que Penrose trata de explicar los fenómenos físicos que subyacen a la actividad cerebral básica. Desde luego que es bastante cuestionable que éstos no vayan a ser la física y química ortodoxa que aplicamos en la actualidad. Pero creo humildemente que la intención de Penrose no es muy diferente de la de un bioquímico que intenta explicar el mecanismo de neurotransmisión a lo largo de un axón. ¿Acaso pretendería este último explicar las características del lenguaje humano basándose en esa explicación?.

Revisión noviembre de 2004

Algunas referencias añadidas que pueden resultar interesantes:

Can Humans Escape Gödel? A Review of Shadows of the Mind by Roger Penrose. Daryl McCullough

Has Penrose Disproved A.I.?

GAPS IN PENROSE'S TOILINGS.
Rick Grush and Patricia Smith Churchland. Philosophy Department, UCSD

A Refutation of Penrose's Godelian Case Against Artificial Intelligence. Selmer Bringsjord & Hong Xiao.

Minds, Machines, And Mathematics. A Review of Shadows of the Mind by Roger Penrose. David J. Chalmers. Department of Philosophy Washington University


Referencias:

Brockman, J. 1995. La Tercera Cultura. Tusquets

Crick, F. 1994. "La búsqueda científica del alma", Debate.

Denett, D.C. 1995. "La peligrosa idea de Darwin". Círculo de Lectores 1999.

Hawking, S y Penrose, R. 1993. Cuestiones cuánticas y cosmológicas. Alianza.

Hawking, S y Penrose, R. 1996. La naturaleza del espacio y el tiempo. Debate.

Hofstadter, D.R, 1979. "Gödel, Escher, Bach: Un Eterno y Grácil Bucle". Tusquets.

Penrose, R. 1989. "La nueva mente del emperador". Mondadori, Madrid, 1991

Penrose, R. 1994. "Las sombras de la mente". Crítica, 1996

Pinker, S. 1997. How the mind works. Penguin Books 1998.

Tegmark, M. & Wheeler, J.A. 2001. 100 Years of the Quantum. Scientific American. Febrero. p.68-75. Versión disponible en http://xxx.lanl.gov/abs/quant-ph/0101077

Thorne Kip S. 1994. Agujeros negros y tiempo curvo. Crítica. 1995