Cuando el venerable e inefable Moisés subió (supongo que con gran esfuerzo) a la montaña, no lo hizo por meras razones deportivas, sino porque llevaba una misión fundamental por cumplir. Él debía recibir nada menos que la palabra de Dios, con el fin de informar a su pueblo acerca de la voluntad de este.
Tal vez supiera, puesto que era un iluminado, las consecuencias que traería a la humanidad su acción, pues a lo largo de los años, la religión del pueblo elegido dio lugar al nacimiento del cristianismo y pocos siglos después, también al islamismo. De esta manera varios miles de millones de habitantes del planeta padecieron las consecuencias. Quiero decir que se vieron beneficiados con el infinito amor de las llamadas religiones judeo-cristianas.
Allá por el año 313, más o menos, otro inefable y gran creador, Constantino el Grande, iluminado tanto como el mejor, tuvo la feliz idea de inventar el cristianismo. Para ello rescató los recuerdos fósiles de un revolucionario judío que había bregado hacía tres siglos por la liberación parcial de los esclavos. El problema de Constantino era que su decadente imperio se estaba quedando sin mano de obra y como ya carecía de suficiente poder militar como para arriar a los bárbaros, puesto que más bien eran ellos quienes podrían arriar a los romanos, tuvo que arbitrar los medios para resolver esta situación. Con la disminución del caudal de esclavos, su economía amenazaba con venirse abajo. Así fue que inventó el cristianismo.
Para ello fabricó un cristo héroe, hijo de Zeus y una mujer terrena, virgen por añadidura. Pero este no fue un héroe digno de su padre, como Hércules, Teseo y otros; lo pintó como un héroe manso, dócil, dulce y débil, amigo de los romanos y que por sobre todas las cosas admitiría que había que pagarles tributo. A este héroe lo convirtió en dios, lo que es natural puesto que los héroes al morir siempre iban a ubicarse al lado de su padre, ya fuera en El Olimpo, El Cielo u otro distinguido lugar. En este caso era distinto puesto que sería él mismo, tan dios como su progenitor. Un dios que tuviera las cualidades de un ser humilde y servicial y que era el modelo perfecto del esclavo que tanta falta les hacía. Así todo el pueblo del imperio, salvo, claro está, la aristocracia, quedaba voluntariamente convertido en esclavo a imagen y semejanza de su propio dios-hombre.
Esta idea brillante de Constantino se entretejió con toda la infraestructura de una religión como Dios manda, el judaísmo. Los judíos siempre fueron expertos en materia religiosa y tenían ya en aquel entonces una, tan buena, orquestada con todas las de
Tres siglos después les surgió un competidor, el Profeta, quien por el momento no resultaba problemático para Occidente.
El cristianismo creció con firme pujanza, fue tan efectivo para domesticar a los pueblos y reducirlos a la esclavitud “voluntaria”, que no solo lo adoptó el Imperio, sino también los díscolos bárbaros. Tuvo además un efecto unificador y terminó reuniendo bajo un único poder a todos los restos dispersos de lo que fue Roma. Así, junto con Bizancio, volvió a ser tan importante como en sus mejores tiempos.
También el Islam fue creciendo en forma considerable, avasallando sin piedad a las demás creencias, incluso los elegidos de Dios o sea los judíos, cosa que no molestó demasiado al sumo pontífice cristiano. Este crecimiento no solo se produjo en Asia sino también en el sur de Europa y el norte de África, originando un serio motivo de preocupación para los príncipes cristianos.
Alrededor del año 1.000 en adelante, las huestes islámicas iban en constante aumento, amenazando seriamente al poderoso Imperio cristiano de Constantinopla. Esto preocupó sobremanera no solo a los papas sino también a príncipes y señores feudales. Los turcos selyúcidas habían conquistado vastos territorios pertenecientes a Bizancio y se extendieron hasta la mismísima Jerusalén.
Se imponía tomar una seria determinación. Después de largos cabildeos y cruentas desavenencias, por fin se logró el objetivo programado: la primera cruzada. Su propósito fundamental era rescatar
Los ejércitos de Dios, compuestos principalmente por fuerzas de Francia, el reino de Sicilia y otros, conquistaron parte de Siria, Líbano y Palestina. Para ello no tuvieron más remedio que exponerse a algunos pequeños daños colaterales, como ser, el asesinato de miles y miles de húngaros, judíos, mahometanos y otros, incluyendo cristianos, tanto hombres como mujeres y niños, algún que otro robo o fugaz latrocinio, incendios, desastres y otras menudencias.
Fundaron así el reino cristiano de Jerusalén y diversos dominios donde se asentaron. Esta situación duró un cierto tiempo en que no solo los príncipes, sino también los señores feudales, realizaron muy buenas operaciones comerciales. Hay que tener en cuenta que en el siglo XI estaba todavía muy lejana la vuelta al mundo de Magallanes, el comercio con Oriente estaba colapsado por causa del Islam y las extensas estepas del Asia Central eran intransitables a raíz de la existencia de los mongoles. Así las cosas, la presencia de posesiones cristianas en Asia Menor brindaba formidables posibilidades al intercambio comercial.
Los turcos a todo esto, no estaban ni ociosos ni tranquilos. Saladino no se quedaba para nada de brazos cruzados, lo que ocasionaba permanentes vaivenes en las fronteras, arruinándoles los negocios. Como consecuencia de esta perversa acción, surgía la necesidad de nuevas y piadosas cruzadas.
Según opinión de serios y responsables historiadores, las cruzadas formales fueron nada más que ocho y terminaron junto con el siglo XIII, con resultados más que discutibles, puesto que en ocasiones los turcos han llegado a estar dentro mismo de Europa. Para evaluar este cómputo de las solamente ocho, no se han tomado en cuenta movimientos bélicos ordenados, inspirados o simplemente consentidos por la cristiandad, que revisten características de auténticas cruzadas. Algunas de ellas se dirigieron contra eslavos paganos, contra cátaros, husitas y valdenses y, en general, contra enemigos del Papa. También fueron consideradas como tales, las etapas de la reconquista de España contra el reino moro, la guerra civil española contra la república (sospechada de comunista), la segunda guerra mundial en la que el auténtico sumo pontífice austríaco, don Adolfo, la emprendió contra judíos, gitanos, negros, homosexuales y comunistas, bajo el amparo espiritual de
Si admitimos que las cruzadas del medioevo fueron nada más que ocho, hoy, en pleno siglo XXI, nos enfrentamos a la novena cruzada.
Los judíos de todo el mundo, a lo largo de la historia tuvieron que soportar toda clase de vejámenes y persecuciones por parte de los cristianos, aunque también de otros credos. Hoy en día, digamos que a partir de mediados del siglo XX, esta situación se revirtió. Gracias a Dios y a
El pobre, aunque poderoso, mundo occidental y cristiano que abarca toda Europa, junto con su imponente provincia ultramarina Estados Unidos, Japón, Australia, parte de Corea, parte de China, el Estado de Israel y varios estados orientales y occidentales comprensivos, este mundo cristiano es el que instrumenta la actual novena cruzada. Esperemos que, si Dios quiere, logre cuanto antes la conquista, no de
Arturo julio del 2010
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