Los hongos han tejido su magia en el imaginario popular, desde los misteriosos círculos de hadas hasta su prominente papel en "Alicia en el País de las Maravillas". Mike Jay analiza cómo los primeros reportes de experiencias con hongos alucinógenos posiblemente influyeron en la literatura victoriana, donde estas especies - particularmente una - se convirtieron en un elemento recurrente del folklore relacionado con las hadas.
Por casualidad, el médico Everard Brande pasaba por esa zona y fue llamado para atender a J. S. y a su familia. La escena que presenció fue tan inusual que decidió escribir un detallado informe que publicó unos meses después en The Medical and Physical Journal. Los síntomas de la familia fluctuaban en oleadas vertiginosas: sus pupilas estaban dilatadas, los pulsos irregulares y la respiración dificultosa, alternando entre episodios de normalidad y crisis. Todos estaban aterrorizados ante la idea de que iban a morir, excepto el hijo menor, Edward S., de ocho años, quien presentaba los síntomas más extraños. Habiendo comido una porción grande de los hongos, se veía envuelto en ataques de risa incontrolable, imposibles de sofocar incluso con las amenazas de sus padres. Parecía haber sido transportado a otro mundo, del cual solo regresaba momentáneamente para decir incoherencias: cuando lo despertaban y le preguntaban algo, respondía con un indiferente "sí" o "no", sin relación alguna con lo que le decían.
El Dr. Brande atribuyó la condición de la familia a los "efectos nocivos de una especie común de hongos agáricos, no sospechada hasta entonces de ser venenosa". Hoy sabemos que se trataba de una intoxicación por Psilocybe semilanceata, conocidos como "hongos mágicos", que crecen de manera abundante en las colinas, matorrales, praderas, campos de golf y parques de Gran Bretaña durante el otoño. El ilustrador botánico James Sowerby, quien trabajaba en el tercer volumen de su obra Coloured Figures of English Fungi or Mushrooms (1803), interrumpió su agenda para visitar a J. S. e identificar la especie responsable. Su ilustración muestra un grupo de inconfundibles hongos Psilocybe semilanceata junto con otra especie de aspecto similar (hoy identificada como un hongo del género Stropharia). En su nota, Sowerby subrayó que fue la variedad de cabeza puntiaguda la que "casi resultó fatal para una pobre familia en Piccadilly, Londres, que tuvo la imprudencia de guisarla para el desayuno".
Tabla 248 de James Sowerby's Coloured Figures of English Fungi or Mushrooms (1803). Los hongos numerados 1, 2, y 3, son todos "gorros de la libertad"u "hongos mágicos"
El relato de Brande sobre el episodio de la familia J. S. siguió siendo citado en la literatura victoriana sobre drogas durante décadas, pero el siglo XIX transcurrió sin que se identificara claramente al liberty cap (en México "pajarito" u "hongo mágico") como un hongo alucinógeno. El compuesto psicodélico responsable del misterioso trastorno permaneció desconocido hasta la década de 1950, cuando Albert Hofmann, el químico suizo que descubrió el LSD, dirigió su atención a los hongos alucinógenos de México. En 1958, se logró aislar por primera vez la psilocibina, prima química del LSD, de algunos hongos; en 1959, se sintetizó en un laboratorio suizo, y en 1963 se identificó finalmente en el liberty cap.
Durante el siglo XIX, el liberty cap ("hongo mágico") adquirió un conjunto diferente de asociaciones, no relacionadas con sus propiedades visionarias, sino con su distintiva apariencia. Samuel Taylor Coleridge parece haber sido el primero en sugerir su nombre común en un breve escrito publicado en 1812 en Omniana, una miscelánea coescrita con Robert Southey. Coleridge quedó fascinado por ese “hongo común, que representa con tanta exactitud el asta y el gorro de la Libertad, que parece ofrecido por la propia Naturaleza como el emblema adecuado del republicanismo francés”.
El gorro de la Libertad, o gorro frigio, era un sombrero de fieltro puntiagudo asociado con el pileus similar que usaban los esclavos liberados en el Imperio Romano. Este símbolo se convirtió en un icono de la libertad política a través de los movimientos revolucionarios de los siglos XVII y XVIII. Guillermo de Orange lo incluyó como símbolo en una moneda acuñada para celebrar su Revolución Gloriosa de 1688; el parlamentario antimonárquico John Wilkes lo sostiene, montado en un asta, en la caricatura diabólica de William Hogarth de 1763. También aparece en una medalla diseñada por Benjamin Franklin para conmemorar el 4 de julio de 1776, bajo el lema Libertas Americana, y fue adoptado durante la Revolución Francesa por los sans-culottes como su característico bonnet rouge.
Fueron estas asociaciones —y no sus propiedades psicoactivas, de las cuales Coleridge no da señales de conocer— las que lo llevaron a celebrar al hongo como el “gorro de la Libertad”. Este nombre, difundido a través de las numerosas reimpresiones de Omniana, se filtró en la cultura, el folklore y la botánica británica del siglo XIX.
Izquierda: medalla conmemorativa de Benjamin Franklin «Libertas Americana», 1782 Derecha: Caricatura de William Hogarth de 1763 de John Wilkes con el bastón y el gorro de la libertad.
Aunque las propiedades "mágicas" del liberty cap pasaron en gran medida inadvertidas, la idea de que los hongos podían provocar alucinaciones comenzó a extenderse en Europa durante el siglo XIX, aunque se asoció a una especie de hongo completamente diferente. Paralelamente al creciente interés científico por los hongos tóxicos y alucinógenos, un vasto corpus de tradiciones victorianas sobre hadas conectó los hongos y las setas venenosas con elfos, duendecillos, colinas huecas y el transporte involuntario de personas al reino de las hadas, un mundo de perspectivas cambiantes lleno de espíritus elementales. La semejanza entre este otro mundo y aquellos engendrados por los psicodélicos vegetales en las culturas del Nuevo Mundo, donde los hongos que contienen psilocibina se han utilizado durante milenios, resulta sugestiva. ¿Es posible que la tradición victoriana sobre las hadas, bajo su inocente apariencia, haya funcionado como un canal para una tradición oculta de conocimiento psicodélico? ¿Acaso los autores de estas narrativas fantásticas —como Alicia en el País de las Maravillas— eran conscientes del poder de ciertos hongos para transportar a visitantes desprevenidos a tierras encantadas? ¿Escribían, quizá, desde su propia experiencia?
El episodio de la familia J. S. en 1799 ofrece un punto de partida útil para explorar estas cuestiones. Demuestra que los liberty caps crecían en Gran Bretaña en esa época y que eran comunes incluso en los parques de Londres. Sin embargo, también evidencia que los efectos alucinógenos de estos hongos eran desconocidos, o al menos poco habituales: lo suficientemente inusuales como para que un médico londinense los mencionara ante sus colegas eruditos. Al mismo tiempo, los académicos y naturalistas comenzaban a ser más conscientes del uso extendido de plantas intoxicantes en culturas no occidentales. En 1762, Carl Linneo, el gran taxónomo y padre de la botánica moderna, compiló la primera lista de plantas intoxicantes en una monografía titulada Inebriantia. Este compendio reunía una farmacopea global que abarcaba desde Europa (opio, beleño) hasta Oriente Medio (hachís, datura), Sudamérica (hoja de coca), Asia (nuez de betel) y el Pacífico (kava). El estudio de estas plantas emergía de los márgenes de la filología clásica, la etnografía, el folclore y la medicina para convertirse en un campo de estudio propio.
El interés por las culturas tradicionales también se extendió al folklore europeo. Una nueva generación de recolectores de cuentos populares, como los hermanos Grimm, comprendió que la migración de las poblaciones campesinas a las ciudades estaba desmantelando rápidamente siglos de relatos, canciones e historias orales. En Gran Bretaña, Robert Southey se destacó como un recopilador de tradiciones populares en peligro de desaparecer, recopilando y publicando ejemplos enviados por sus lectores. La tradición victoriana de las hadas, a medida que surgía, estaba impregnada de una sensibilidad romántica que transformaba las tradiciones rurales, antes consideradas toscas y atrasadas, en algo pintoresco y semi-sagrado: una escapatoria de la modernidad industrial hacia una tierra antigua, a menudo pagana, de encantamiento.
Este tema atrajo a escritores y artistas que, bajo la apariencia de inocencia, pudieron explorar temas sensuales y eróticos con una audacia que no era posible en géneros más realistas. También permitió reimaginar el campo empobrecido y embarrado a través del prisma de escenas clásicas y shakesperianas de espíritus juguetones de la naturaleza. El conocimiento sobre plantas y flores fue cuidadosamente recopilado y entretejido en tapices sobrenaturales de hadas florales y bosques encantados, donde hongos y setas aparecían por todas partes. Los círculos de hadas y los elfos que habitaban setas venenosas fueron reciclados a través de una cultura pictórica de motivos y decoraciones, hasta convertirse en emblemas del reino de las hadas.
Ilustración de Richard Doyle de su In Fairyland: Una serie de imágenes del mundo de los elfos (1870) Este atractivo mágico marcó un cambio respecto a las representaciones anteriores de los hongos en Gran Bretaña. En los textos herbolarios y médicos desde el Renacimiento, los hongos solían asociarse con la descomposición, los montones de estiércol y el veneno. Sin embargo, la nueva generación de folkloristas, siguiendo la línea de Coleridge, comenzó a valorarlos. Thomas Keightley, cuya obra The Fairy Mythology (1850) tuvo una gran influencia en la tradición ficticia de las hadas, recopiló ejemplos galeses y gaélicos de nombres tradicionales para los hongos que evocan a los elfos y a Puck, un espíritu juguetón. En Irlanda, el término gaélico coloquial para los hongos es pookies, que Keightley relacionó con el espíritu elemental Pooka (de ahí Puck); este término sigue siendo usado en la cultura de drogas irlandesa hoy en día, aunque no hay evidencia concluyente del uso premoderno de hongos mágicos en la tradición gaélica. En un momento, Keightley se refiere a “esos bonitos hongos pequeños y delicados, con cabezas cónicas, que en Irlanda se llaman Fairy-mushrooms, donde crecen en abundancia”. Esta descripción parece referirse al liberty cap, aunque Keightley, al igual que Coleridge, se centra en su apariencia física y parece desconocer sus propiedades psicodélicas.
A pesar de su abundancia y de su ocasional asociación con los espíritus de la naturaleza, el hongo que se convirtió en el distintivo motivo de la tierra de las hadas no fue el liberty cap, sino el espectacular y llamativo agárico pintado rojo y blanco (Amanita muscaria), también conocido como "matamoscas". Aunque el agárico pintado es psicoactivo, a diferencia del liberty cap, que contiene dosis consistentes de psilocibina, este alberga una mezcla de alcaloides —muscarina, muscimol y ácido iboténico— que genera un cóctel de efectos impredecibles y tóxicos. Estos pueden incluir mareo, desorientación, salivación excesiva, sudores, entumecimiento en los labios y extremidades, náuseas, espasmos musculares, somnolencia y una vaga, a menudo retrospectiva, sensación de conciencia liminal y sueños vívidos. A dosis bajas, estos efectos pueden no manifestarse; a dosis altas, pueden conducir al coma e, incluso en raras ocasiones, a la muerte.
Representación en acuarela de la mosca agárica, 1892. Probablemente pintada en una clase de arte cerca de Bristol, Inglaterra, la escritura dice «Agaricus muscarius» y «Leigh woods Sept/92»
A diferencia del liberty cap, el fly agaric es difícil de ignorar o confundir con otra especie, y su toxicidad ha sido reconocida durante siglos (su nombre deriva de su capacidad para matar moscas). Podría argumentarse que su aura de belleza impactante y peligro sería suficiente para explicar su asociación con el mundo sobrenatural de las hadas. Sin embargo, al mismo tiempo, sus efectos alteradores de la mente comenzaron a ser más ampliamente conocidos, no a partir de alguna tradición rural en Gran Bretaña, sino gracias al descubrimiento de su uso como intoxicante entre los pueblos remotos de Siberia. De forma intermitente, a lo largo del siglo XVIII, exploradores suecos y rusos regresaron de Siberia con relatos sobre chamanes, posesión espiritual y envenenamiento autoinfligido con setas de colores brillantes. Sin embargo, fue un viajero polaco llamado Joseph Kopék quien escribió el primer relato en primera persona de su experiencia con el fly agaric, publicado en 1837 como parte de su diario de viaje.
Hacia 1797, después de haber vivido dos años en Kamchatka, Kopék enfermó de fiebre y un habitante local le habló de un hongo "milagroso" que lo curaría. Comió medio fly agaric y cayó en un vívido sueño febril. “Como magnetizado”, se sintió atraído hacia “los jardines más hermosos, donde solo parecían reinar el placer y la belleza”; mujeres bellas vestidas de blanco lo alimentaban con frutas, bayas y flores. Despertó tras un largo sueño reparador y tomó una segunda dosis, más fuerte, que lo precipitó de nuevo al sueño, donde experimentó lo que describió como un épico viaje a otro mundo. Revivió episodios de su infancia, se reencontró con amigos de toda su vida e incluso predijo el futuro con tal confianza que se convocó a un sacerdote como testigo. Concluyó con un desafío a la ciencia: “Si alguien puede probar que tanto el efecto como la influencia del hongo no existen, entonces dejaré de ser defensor del hongo milagroso de Kamchatka”.
Ilustración de un chamán Evenki siberiano extraída de la obra de Nicolaas Witsen Noord en Oost Tartarye (1705)
Ilustraciones de Ivan Bilibin para una edición de 1899 del cuento ruso Vasilisa la Bella. A la izquierda vemos al ser sobrenatural Baba Yaga, el suelo sembrado de fly agarics, y a la derecha a la heroína Vasilisa fuera de la cabaña de Baba Yaga, el borde decorado prominentemente con liberty caps y lo que parecen ser fly agarics.
La revelación de Kopék sobre el fly agaric fue solo una de varias descripciones del uso de este hongo por los pueblos siberianos que se difundieron ampliamente en revistas especializadas y obras populares en Europa durante los siglos XVIII y XIX. Estos relatos dieron origen a una moda por reexaminar elementos del folklore y la cultura europea, interpolando la intoxicación con fly agaric en rincones insospechados de mitos y tradiciones. De esta corriente surgió la idea de que los berserkers, las tropas de choque vikingas de los siglos VIII al X, consumían una poción de fly agaric antes de entrar en batalla, luchando como hombres poseídos. Esta noción, repetida no solo entre aficionados a los hongos y a la cultura vikinga, sino también en libros de texto y enciclopedias, carece de referencias en las sagas o Eddas nórdicas a este hongo o a cualquier estimulante vegetal exótico. La teoría de los guerreros berserkers intoxicados con hongos fue propuesta por primera vez por el profesor sueco Samuel Ödman en su obra Intento de explicar la furia berserker de los antiguos guerreros nórdicos a través de la historia natural (1784), una especulación basada en los informes del siglo XVIII provenientes de Siberia.
Hacia mediados del siglo XIX, el fly agaric ya se había convertido en un símbolo de la tierra de las hadas. Además, gracias a las fuentes siberianas, se le atribuía el poder de ser un portal hacia el mundo de los sueños y se había integrado en el folklore europeo. Determinar hasta qué punto y de qué manera estas dos asociaciones culturales del fly agaric están entrelazadas resulta difícil. Mucho antes de los relatos siberianos, tanto en el arte como en la literatura, los hongos de todo tipo eran representados como parte de los paisajes de las hadas. En el poema de Margaret Cavendish del siglo XVII, El pasatiempo de la reina de las hadas, un hongo sirve como mesa para la reina Mab. En pinturas de finales del siglo XVIII de Henry Fuseli y Joshua Reynolds, los hongos se convierten en superficies donde se reúnen hadas, duendecillos y criaturas similares.
La presencia de hongos en mundos sobrenaturales podría sugerir un conocimiento velado o medio olvidado de los hongos alucinógenos en la cultura británica. Sin embargo, los hongos representados no se parecen al fly agaric ni a ningún otro hongo alucinógeno. Además, para las pequeñas criaturas del bosque, el amplio sombrero de un hongo sería un mobiliario natural. Es solo en la era victoriana, tras los relatos siberianos, que un hongo alucinógeno se establece tan firmemente en Gran Bretaña como el hongo emblemático de la tierra de las hadas.
El despertar de Titania (hacia 1785) de Henry Fuseli
Gnomo transportando una seta de fly agaric, de una tarjeta alemana de Año Nuevo, ca. 1900
Volvamos ahora a la más célebre y debatida intersección entre los hongos, la psicodelia y el folklore de las hadas: la variedad de hongos, pociones alucinógenas, y los motivos de transformación y alteración de la percepción en Alicia en el País de las Maravillas (1865). ¿Podrían las aventuras de Alicia reflejar un conocimiento directo de los hongos alucinógenos?
Las escenas en cuestión son, sin duda, ampliamente conocidas. Alicia, tras caer por la madriguera del conejo, se encuentra con una oruga sentada sobre un hongo, quien, con una voz "lánguida y somnolienta", le revela que ese hongo es la clave para desenvolverse en su extraño viaje: “un lado te hará crecer más alta; el otro lado te hará más pequeña”. Alicia toma un trozo de cada lado del hongo y comienza una serie de transformaciones vertiginosas de tamaño, creciendo hasta alcanzar las nubes antes de aprender a mantener su estatura normal alternando bocados. A lo largo del libro, Alicia sigue consumiendo el hongo: al entrar en la casa de la Duquesa, al acercarse al dominio de la Liebre de Marzo y, finalmente, antes de acceder al jardín oculto con la llave dorada.
Ilustración de Lewis Carroll de la escena de la oruga, tomada de su manuscrito original del relato. No hay nada aquí que sugiera que se trata de una amanita muscaria.
Desde la década de 1960, Alicia en el País de las Maravillas ha sido interpretada con frecuencia como una obra iniciática de la literatura sobre drogas, una guía esotérica hacia los otros mundos abiertos por los psicodélicos. Quizás el ejemplo más memorable de esta lectura sea el himno psicodélico White Rabbit (1967) de la banda musical Jefferson Airplane, que presenta el viaje de Alicia como un camino de autodescubrimiento, en el que las rígidas enseñanzas parentales son superadas por la guía interna que se obtiene al “alimentar la mente”. Sin embargo, esta interpretación suele ser descartada por los estudiosos de Lewis Carroll. No obstante, los estados alterados de conciencia y los efectos de medicamentos ejercieron una profunda fascinación en Carroll, quien los exploró con voracidad.
Su interés en este tema estaba vinculado a su propia salud frágil: sufría de insomnio y frecuentes migrañas, condiciones que trataba con remedios homeopáticos, muchos de ellos derivados de plantas psicoactivas como el acónito y la belladona. Su biblioteca incluía libros sobre homeopatía y textos que abordaban drogas que alteran la mente, como el exhaustivo compendio Stimulants and Narcotics (1864) de F. E. Anstie. Carroll también quedó profundamente intrigado por un episodio epiléptico que presenció en un estudiante de Oxford, y en 1857 visitó el Hospital de St. Bartholomew en Londres para observar el uso de anestesia con cloroformo, un procedimiento novedoso que había ganado notoriedad pública cuatro años antes, cuando fue administrado a la Reina Victoria durante el parto.
A pesar de esto, parece poco probable que los viajes expansivos de Alicia se basen en experiencias reales con drogas del propio autor. Aunque Carroll —en su vida cotidiana el reverendo Charles Dodgson— era un bebedor moderado y, según su biblioteca, estaba en contra de la prohibición del alcohol, mostraba una fuerte aversión al tabaco y escribió de forma crítica sobre la presencia omnipresente de narcóticos potentes como el opio en jarabes y tónicos para niños, refiriéndose a ellos como la “medicina tan hábilmente, pero sin éxito, oculta en la mermelada de nuestra primera infancia”
Sin embargo, las aventuras de Alicia podrían tener raíces en una experiencia con hongos psicodélicos. El académico Michael Carmichael ha demostrado que, pocos días antes de comenzar a escribir la historia, Carroll realizó su única visita conocida a la biblioteca Bodleiana de Oxford, donde se había depositado un ejemplar de The Seven Sisters of Sleep (1860), el recién publicado estudio sobre drogas del botánico Mordecai Cooke. El ejemplar de la Bodleiana aún conserva la mayoría de sus páginas sin cortar, excepto el índice y el capítulo sobre la amanita muscaria, titulado El exilio de Siberia. Carroll tenía un particular interés por Rusia, el único país que visitó fuera de Gran Bretaña. Además, como señala Carmichael, Carroll “habría sentido una atracción inmediata por Seven Sisters of Sleep por dos razones obvias: tenía siete hermanas y era un insomne de toda la vida”.
Gnomos transportando un hongo amanita muscaria, de una tarjeta alemana de Año Nuevo, ca. 1900
El capítulo de Cooke sobre la amanita muscaria, al igual que el resto de su libro, es una valiosa fuente de información sobre el conocimiento de las drogas que compartía su generación de victorianos. En él se menciona el relato de Everard Brande sobre la familia J. S. y se recopilan diversas descripciones siberianas de experiencias con la amanita muscaria, incluyendo detalles que resuenan en las aventuras de Alicia. “Las percepciones erróneas sobre el tamaño y la distancia son fenómenos comunes”, señala Cooke sobre los efectos de este hongo. “Un trozo de paja en el camino se convierte en un objeto formidable, y para superarlo, se da un salto suficiente para franquear un barril de cerveza o el tronco caído de un roble británico”.
La hipótesis resulta sugerente, aunque a esta distancia temporal es imposible saber con certeza si Carroll llegó a leer este ejemplar en la Bodleiana, o cualquier otra copia del libro de Cooke. Es posible que Carroll se familiarizara con los reportes siberianos sobre la amanita muscaria por otros medios —sabemos, por ejemplo, que poseía un ejemplar de The Chemistry of Common Life (1854) del químico James F. Johnston, donde se menciona tanto a la amanita como las ilusiones sobre el tamaño. También podría ser que simplemente se basara en su propia imaginación fértil. Sin embargo, es más probable que Carroll hubiera tenido algún contacto con los casos siberianos ampliamente difundidos, antes que inspirarse en una tradición británica oculta sobre el uso de hongos mágicos, y mucho menos en experiencias personales con ellos.
De ser así, Carroll no fue ni un iniciado secreto en el mundo de las drogas ni un caballero victoriano completamente ajeno al conocimiento arcano sobre sustancias psicoactivas. En este sentido, las experiencias de Alicia en mundos alternos parecen situarse, como gran parte de la literatura fantástica y de hadas victoriana, en un territorio intermedio entre la ingenua ignorancia sobre estas sustancias y referencias conscientes a ellas. Hoy en día, leemos estas historias desde una perspectiva muy distinta: una época en la que los hongos mágicos se consumen mucho más ampliamente que en la época victoriana, o incluso que en cualquier otra anterior.
En nuestra floreciente cultura psicodélica, la amanita muscaria solo aparece en los márgenes más distantes, mientras que los hongos con psilocibina son un fenómeno global, cultivados y consumidos en prácticamente todos los países del mundo, e incluso abriéndose camino en la psicoterapia clínica. Hoy, el hongo liberty cap se ha convertido en un símbolo de una nueva lucha política: el derecho a la “libertad cognitiva”, es decir, la posibilidad de alterar la propia conciencia de forma libre y legal.
Sobre el autor del artículo:
Mike Jay es un escritor prolífico en historia científica y médica, y colabora regularmente con la London Review of Books y el Wall Street Journal. Su último libro es Psychonauts: Drugs and the Making of the Modern Mind, y sus libros anteriores sobre la historia de las drogas incluyen Mescaline, High Society y The Atmosphere of Heaven.