20.4.25

El caso de Phineas Gage y la lobotomía

 

 

El caso de Phineas Gage, un trabajador ferroviario que sobrevivió a una grave lesión cerebral en 1848 cuando una barra de hierro atravesó su cráneo y dañó sus lóbulos frontales, ha sido citado durante mucho tiempo como un pilar en la historia de la neurociencia. Como señalara el destacado psicólogo australiano Malcolm Macmillan, su caso fue importante para el desarrollo de la neurología, pero su influencia en el desarrollo de los procedimientos que se llevaron a cabo a principios y mediados del siglo XX, conocidos como lobotomías frontales, por figuras como Egas Moniz, Walter Freeman y James Watts, ha sido prácticamente inexistente.

En su artículo titulado Phineas Gage's contribution to brain surgery publicado en el Journal of the History of the Neurosciences, el académico afirmaba que algunas interpretaciones erróneas han llegado a conectar el caso de Gage con las intervenciones quirúrgicas que los neurocirujanos Burckhardt y Puusepp implementaron en pacientes psiquiátricos entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Para el autor, tales aseveraciones no tienen fundamento porque no existe ninguna prueba de que estas cirugías tuvieran como objetivo replicar las secuelas que el accidente provocó en Gage, ni que el conocimiento de lo ocurrido al paciente influyera en su justificación. 

Burckhardt

En su libro An Odd Kind of Fame: Stories of Phineas Gage , Macmillan explica que la cirugía para tratar lo que antes se llamaba "locura" comenzó a desarrollarse poco después de las primeras operaciones cerebrales realizadas para extraer tumores. Al principio, estas intervenciones se centraban en problemas concretos y bien definidos, como alucinaciones visuales causadas por un trozo de hueso fracturado del cráneo que presionaba sobre el cerebro. Sin embargo, añade, el psiquiatra suizo Gottlieb Burckhardt fue más allá y trató de usar la cirugía para aliviar los síntomas graves de pacientes con serios trastornos mentales, que hoy probablemente diagnosticaríamos como esquizofrenia u otras enfermedades similares.

Continúa Macmillan diciendo que Burckhardt realizó seis cirugías con el objetivo de evitar que las alucinaciones que experimentaban estos pacientes desencadenaran comportamientos violentos o agresivos. Para lograrlo, intentó crear una especie de "corte" o "trinchera" en el cerebro que separara las áreas encargadas de procesar las sensaciones (sensoriales) de las que controlan los movimientos (motoras). Su razonamiento se basaba en el conocimiento que tenía sobre cómo diferentes funciones del cerebro están distribuidas en regiones específicas.

A pesar de esto, solo una de las seis cirugías involucró los lóbulos frontales del cerebro. Burckhardt explicó que eligió intervenir entre las áreas sensoriales y motoras y el cerebro anterior porque creía que ciertos síntomas mentales asociados con la parálisis general progresiva (una enfermedad que afecta tanto el cuerpo como la mente) estaban localizados en esa parte del cerebro. Sin embargo, nunca mencionó el caso de Phineas Gage ni lo usó como justificación para sus decisiones quirúrgicas. Tampoco hizo referencia a Gage en otros contextos relacionados con su trabajo.

Su enfoque estaba basado en su conocimiento científico sobre el cerebro y no en casos históricos como el de Gage, concluye el autor.

Moniz

Egas Moniz, un neurólogo portugués, desarrolló el procedimiento conocido como leucotomía (posteriormente llamado lobotomía). Para Macmillan , su decisión de operar en los lóbulos frontales fue influenciada por el caso de Joe A., un paciente con un tumor masivo en los lóbulos frontales cuyo comportamiento se volvió menos reprimido después de la cirugía, pero que mantuvo la mayoría de sus funciones cognitivas.Otro factor que influyó a Moniz fue la investigación de Fulton y Jacobsen, quienes observaron una tolerancia reducida a la frustración en chimpancés tras lobectomías bilaterales en los lóbulos frontales. Estos hallazgos llevaron a Moniz a hipotetizar que intervenciones similares podrían aliviar la ansiedad y otros síntomas psiquiátricos en humanos. Una vez más, Gage no fue mencionado en las discusiones sobre estos desarrollos.

Freeman y Watts

El autor del paper señala que Walter Freeman y James Watts mencionaron brevemente a Gage en la introducción a la primera edición de su libro de 1942 sobre psicocirugía, describiéndolo como "el caso más famoso" de lesión en los lóbulos frontales que causaba "síntomas mentales". Sin embargo, no proporcionaron detalles sobre la condición de Gage, y esta breve mención fue omitida en la segunda edición de 1950.

Mas adelante cuenta que, durante una conferencia de prensa en 1936, Freeman invocó a Gage únicamente como una táctica de distracción para ganar tiempo y evitar proporcionar a uno de los periodistas los detalles que ya había compartido con otro.
 

Consenso científico sobre la irrelevancia de Gage

Macmillan nos cuenta que en la reunión de 1930 de la Asociación para la Investigación en Enfermedades Nerviosas y Mentales, se debatieron por primera vez las consecuencias de la cirugía cerebral radical en varios pacientes, incluyendo a Joe A. Solo un asistente preguntó sobre la pertinencia del caso de Gage en relación con los cambios observados tras la remoción del lóbulo frontal, y se le respondió con prontitud que no era posible establecer ninguna comparación. Quince años después, en la reunión de 1947, a la que asistieron nuevamente todos los presentes en 1930, nadie mencionó a Gage.

La naturaleza de la lesión de Phineas Gage —un accidente traumático que involucró daños extensos en los lóbulos frontales— era fundamentalmente diferente de las lesiones quirúrgicas dirigidas creadas durante las leucotomías (Moniz)  o lobotomías (Freeman). Debemos deducir, por tanto, que su caso ofreció poca información práctica sobre los resultados de estos procedimientos.

¿Por qué  persiste la creencia de que el caso de Gage inspiró la lobotomía?

Para Malcolm Macmillan , la idea de que el accidente trágico de Gage allanó el camino para avances médicos revolucionarios encaja perfectamente en una narrativa más amplia de progreso en neurociencia y medicina. Tales historias son cautivadoras, pero a menudo carecen de precisión histórica.

Además subraya que las narrativas populares tienden a agrupar todos los casos de daño en los lóbulos frontales bajo un mismo concepto, ignorando los contextos específicos y las justificaciones detrás de cada innovación quirúrgica.Concluye el autor afirmando que los procedimientos ideados por Burckhardt, Moniz, Freeman y Watts se basaron en observaciones clínicas contemporáneas y datos experimentales, no en precedentes históricos. Como enfatiza el autor, la creencia de que Gage influyó significativamente en estos pioneros es un mito arraigado en la simplificación excesiva y la narrativa retrospectiva.

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