Aunque no tengan idea de como interpretar la neuroimagen, la mayoría de las personas tenderá a creer que una nota es mas confiable si las ven ilustradas con imágenes del cerebro
por Karen Corredor y Fernando Cárdenas
Del original en http://www.elsevier.es/es-revista-revista-latinoamericana-psicologia-205-avance-resumen-neuro-lo-que-sea-inicio-auge-S0120053417300171#bib0020
Corredor, K., y Cardenas, F.P. Neuro-«lo que sea»: inicio y auge de una
pseudociencia para el siglo XXI. Revista
Latinoamericana de Psicología (2017), http://dx.doi.org/10.1016/j.rlp.2017.04.001
El paso del estado sésil al
movimiento activo, requirió del desarrollo de un sistema nervioso capaz de
coordinar el movimiento hacia fuentes de alimentación y el escape de posibles
amenazas. En respuesta a los cambios en los ambientes macro- y micro-, los sistemas
nerviosos fueron integrando habilidades cada vez mejores culminando en el
«ensayo mental» (León
& Cardenas, 2011): el animal podía «imaginar» las consecuencias de
algunas de sus acciones (causas y efectos), sin requerir ejecutarlas: la
diferencia entre la vida y la muerte.
Ya en los albores de la
humanidad, esa necesidad imperiosa de buscar causas –ahora en una esfera
plenamente mental– se plasmó en la creación de conceptualizaciones animistas de
la naturaleza y por ello las primeras manifestaciones culturales fueron las
explicaciones del universo en términos de mitos, leyendas, cuentos e historias
transmitidas generacionalmente.
El desarrollo de las
tecnologías que fortalecían la unión cultural y las alianzas entre clanes,
impulsó el desarrollo del conocimiento científico que mejoraba la tecnología y
satisfacía más profundamente la sed de explicación del mundo. Fue la primera
gran escisión entre ciencia y tecnología. Para el común, el impacto de la
tecnología sobre la vida diaria es mucho más evidente que el de la ciencia,
visión inmediatista que aún hoy rige, lastimosamente, a muchos organismos de
gestión de la ciencia y la tecnología en muchos países.
La separación ciencia
(comprensible por pocos) / tecnología (usable por todos) hizo que
paulatinamente se fuera desconociendo el real valor de la ciencia y permitió
que muchas formas de conocimiento no científico, mucho más fácil de comprender
y de transmitir –las «pseudociencias» (pseudo
= que quiere ser, pero no es)– fueran instaurándose. Este conocimiento es
«comprobado» por casos únicos que alguna vez sucedieron o que alguien reportó
que vio o escuchó (sin importar la veracidad del reporte). Ritos, mitos, magia,
leyendas, alquimia y otras muchas ideas surgieron de esa forma.
Raras veces, ideas
absurdas llevan a conclusiones correctas. Un ejemplo es la «frenología» de
mediados del siglo XIX. Según ella –basándose en el hecho de que el cráneo
crece empujado desde su interior por el crecimiento del cerebro– sería posible
determinar rasgos de personalidad mediante el análisis de los abultamientos del
cráneo. Esta «teoría» cayó muy rápidamente en el descrédito y fue olvidada. Sin
embargo, ella implicaba que: 1) las habilidades que definen la personalidad
(hoy diríamos «estilo cognitivo») residirían en la corteza cerebral, eso es
verdad; 2) el cerebro no funcionaría como una masa total, sino que estaría
conformado por diferentes áreas encargadas de diferentes funciones, eso es
verdad; y 3) existiría una relación estrecha entre cerebro y comportamiento,
eso es verdad (de
Almeida, Alho & Teixeira, 2014; Finger, 2000; Zola-Morgan, 1995).
Claro, este no es el caso común de las pseudociencias, pero vale la pena tener
en mente que a veces, tras «teorías» falsas, pueden esconderse porciones de
verdad.
En 1995, Carl Sagan
ofreció, en El Mundo y sus Demonios,
unas directrices para discriminar si un conocimiento es científico o no (Sagan,
1995). Estas directrices indican que en ciencia, 1) generalmente existen
fuentes diferentes e independientes de evidencia sobre los hechos; 2) se
promueven discusiones interdisciplinares, casi siempre buscando explicaciones
multidimensionales: dogma e imposición por autoridad (individual o de grupo) o
por la fuerza de las tradiciones morales, jamás son caminos usados por la
ciencia; 3) si una hipótesis no resiste el escrutinio científico, es cambiada:
el científico no debe ser «terco» ni «obstinado» con sus propias ideas, el juez
único es la evidencia empírica; 4) en el momento histórico actual, la
cuantificación es la medida de la evidencia. Si algo no es cuantificable, no
puede siquiera ser replicable, con lo cual el conocimiento deja de ser objetivo
–acorde a la realidad– y se vuelva subjetivo, es decir, cada cual tendría su
propia opinión y versión de los hechos. Este conocimiento subjetivo, a pesar de
ser útil en ocasiones, como primer paso de la exploración científica, nunca
podrá explicar la realidad, que justamente es el objetivo de la ciencia.
Al usar ese «filtro», es
un poco más sencillo separar ciencia de pseudociencia y quizá ello nos pueda
llevar a un mundo sin manipulación por temor y enajenación (religión y política
autocrática), sin creencias infundadas (supersticiones o seguimiento incuestionable
a las tradiciones éticas y morales), sin pavor a lo desconocido (por ejemplo,
los transgénicos, sin siquiera saber qué cosa es un transgénico) y sin
posiciones de discriminación dogmática a minorías (matrimonio entre personas
del mismo sexo así como formas de racismo).
Lo anterior nos resulta un
útil contexto para entender uno de los peores problemas que enfrenta hoy la
neurociencia: el fenómeno «neuro-lo-que-sea»,
o como algunos autores prefieren llamarlo las «neurotonterías».
El crecimiento que hace cerca de 50 años ha tenido el estudio interdisciplinar
del sistema nervioso, desde áreas como química, ingeniería, ciencias
computacionales, medicina, psicología, etología, matemática, lingüística,
educación, filosofía, etc., ha incidido sobre la generación de nuevas
tecnologías de imagenología y sobre la construcción de un cuerpo conceptual
detallado de la función cerebral.
Dado que la comprensión de
la mente y la consciencia es el objetivo principal de la neurociencia, se ha
creado una gigantesca peregrinación de pensadores provenientes de muchas áreas
hacia sus terrenos. Esto ha popularizado el poder explicativo de la
neurociencia convirtiéndola en parada obligatoria para quien se haya preguntado
¿cómo pensamos?, ¿cómo creemos?, ¿cómo realizamos juicios éticos?, ¿cómo
creemos que existimos? y un sinfín de preguntas igualmente relevantes. El deseo
oculto es que algún día la neurociencia –como si fuese el Santo Grial del
conocimiento– pueda responder esas preguntas con la misma precisión y profundidad
con las que ha respondido otras, tales como: ¿cómo hablamos?, ¿cómo sentimos
placer?, ¿cómo generamos emociones?, ¿cómo nos movemos?, ¿cómo creamos
adicciones a drogas, juegos, personas o situaciones?
En medio de este
crecimiento de ramificaciones y recovecos teóricos, surgen nichos
pseudoacadémicos muy particulares. El ansia de prestigio y también la necesidad
de explicación, hace que ideas sin mucho asidero, incorporen como prefijo
«neuro» como estrategia para obtener estatus. En el imaginario colectivo, si
algo se relaciona con el sistema nervioso, debe ser importante, tener un gran
poder explicativo y serio. Así, se acuñan términos como neurolingüística (que
no tiene que ver con el estudio de los mecanismos neurobiológicos de la
generación del lenguaje), neuro-insight, neuro-oratoria, neuro-jurisprudencia,
neuro-re-ingeniería, neuro-sexología, neuro-estética, neuro-ética, neuro-teología (no leer neuroetología, la cual se trata de una
disciplina muy bien fundamentada), neuro-historia y neuro-historia del arte,
neuro-música, neuro-marketing, neuro-cuántica, psico-neuro-aromaterapia, etc.
llegando a absurdos comerciales como neuro-bebidas
que «mejoran» concentración, reducen estrés e incluso mejoran la apariencia
física (no hablamos del Adderum, que
aparentemente tiene bastante evidencia empírica a su favor).
Para mejorar el impacto,
cada uno de estos neuro-absurdos se acompaña de imágenes del cerebro, una
resonancia magnética nuclear funcional, una tomografía por emisión de
positrones o algún dibujo de neuronas en colores atractivos. Este uso gráfico
para fortalecer el engaño sí posee evidencia científica, pues acompañar un
texto con la imagen de un cerebro aumenta significativamente su credibilidad (McCabe
& Castel, 2008).
Claro, no todo es fraude.
Bajo muchos neuro-términos, también existen estudios de buena fe, rigurosos y
replicables, que evidencian relaciones causales, cuantificables y racionales.
Por ejemplo, la neuroeconomía, área de
gran crecimiento y poder explicativo sobre aspectos como la toma de decisiones;
la neuroeducación que busca integrar
neurociencia, pedagogía y ciencias de la educación para ofrecer contextos
didácticos optimizados para mejorar el aprendizaje.
Este texto es un llamado a
la racionalidad, la cordura y la mesura frente al bombardeo de neuro-cosas que
vemos a diario. No todo lo que use como prefijo «neuro» resulta válido y
confiable, ni siquiera sensato en muchas ocasiones. Es menester aplicar el
«filtro-anti-pseudociencia», enseñarlo a los demás y divulgarlo en redes
sociales; solo así tendremos una sociedad medianamente impermeable a la
pseudociencia y a la neuro-lo-que-sea-logía.
Ha de buscarse pues fundamento, estudios que proporcionen evidencia, fuentes de
información, etc., que quizá nos permitan verificar nuestras certezas y el
lugar que damos a las que consideramos nuestras convicciones.
Referencias
de Almeida et al., 2014 A.N. de Almeida,E.J. Alho,M.J. Teixeira
Models of functional cerebral localization at the dawning of modern neurosurgery
World Neurosurg., 81 (2014), pp. 436-440 http://dx.doi.org/10.1016/j.wneu.2013.01.033
Finger, 2000 S. Finger Minds behind the brain: a history of the pioneers and their discoveries Oxford University Press, (2000)
León and Cardenas, 2011 L.A. León,F.P. Cardenas Encefalización y procesos humanos
Darwin y las ciencias del comportamiento, 1. ed., pp. 414-427
McCabe and Castel, 2008 Seeing is believing: the effect of brain images on judgments of scientific reasoning Cognition, 107 (2008), pp. 343-352 http://dx.doi.org/10.1016/j.cognition.2007.07.017
Zola-Morgan, 1995 S. Zola-Morgan Localization of brain function: the legacy of Franz Joseph Gall (1758-1828) Annu. Rev. Neurosci., 18 (1995), pp. 359-383 http://dx.doi.org/10.1146/annurev.ne.18.030195.002043
Medline
Nota del autor del Blog: Quienes quieran complementar la lectura del artículo anterior, pueden ver esta charla TED de la neurocientífica Molly Crockett "Cuidado con las neurotonterías"
Nota del autor del Blog: Quienes quieran complementar la lectura del artículo anterior, pueden ver esta charla TED de la neurocientífica Molly Crockett "Cuidado con las neurotonterías"
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