Grabado coloreado a mano de 1817 por John Paas, 'Sirenas Exhibidas Sucesivamente en los Años 1758, 1775 y 1795
Durante gran parte del siglo XVIII, los intelectuales occidentales se dedicaron a la búsqueda de tritones y sirenas. El historiador Vaughn Scribner estudia esta búsqueda y revela cómo estos supuestos ancestros acuáticos de la humanidad se convirtieron en extraordinarios objetos donde proyectar teorías sobre diferencias geográficas, raciales y taxonómicas. El artículo original en inglés está acá .
Sobre el autor: Vaughn Scribner es profesor asociado de historia británico-americana en la Universidad de Arkansas Central. Es autor de Inn Civility: Urban Taverns and Early American Civil Society (2019) y Merpeople: A Human History (2020). En la actualidad está trabajando en su tercer libro —Under Alien Skies: The Climate of War in Revolutionary America— el cual será la primera monografía de extensión completa sobre historia ambiental de la Revolución Americana.
El 6 de mayo de 1736, el sabio multidisciplinario Benjamín Franklin comunicó a los lectores de su Pennsylvania Gazette
el avistamiento en Bermuda de un "monstruo marino" cuya "parte superior
era semejante en forma y tamaño a un niño de doce años, de cabellera
negra y larga, mientras la inferior recordaba a un pez". Al parecer, su
"semblante humano" convenció a los captores de perdonarle la vida. De manera similar, la Providence Gazette de 1769 narraba cómo
tripulantes de un navío inglés frente a Brest (Francia) vieron "un ser
marino con apariencia humana" circundando su barco, deteniéndose ante
"la efigie de una hermosa mujer que adornaba nuestra proa". El capitán,
el piloto y los "treinta y dos hombres de la tripulación" avalaron el
relato.1
Estos casos ejemplifican lo que cualquier británico de la
temprana modernidad hallaría en la prensa. Su mera publicación es
reveladora: intelectuales como Franklin juzgaban tales encuentros
suficientemente verosímiles para divulgarlos en periódicos influyentes.
Así, impresores y autores alimentaban una narrativa de lo maravilloso.
Imagínese a un londinense leyendo su gaceta (acaso en la Mermaid Tavern —Taberna de la Sirena—) sobre nuevos avistamientos de sirenas: su escepticismo bien pudo transmutarse en curiosidad.2
Los
debates filosóficos sobre tritones y sirenas demuestran cómo lo
maravilloso se integraba en la indagación sobre los orígenes humanos.
Naturalistas analizaban estos híbridos con rigor metodológico, llegando a
postular su existencia real como prueba de un pasado acuático del
hombre. Como con otros hallazgos de sus expediciones, los eruditos
europeos aplicaron teorías de diferencia racial, biológica, taxonómica y
geográfica para ubicar —a través de estos seres— la posición humana en
el orden natural.3
"Una 'curiosa y sorprendente Ninfa... capturada en el Año 1784, en el Golfo de Stanchio', y exhibida en la Gran Sala de Spring Gardens, Londres, en 1795." (Reproducida con permiso de los Archivos Metropolitanos de Londres, Ciudad de Londres.) La mezcla de curiosidad y expansionismo occidental
se plasma de manera vívida en el interés por los seres marinos humanoides.
Acaudalados y sociedades eruditas patrocinaron expediciones de
naturalistas, botánicos y cartógrafos al Nuevo Mundo, ansiosos por
ampliar los horizontes del conocimiento humano. Las cada vez más
numerosas investigaciones sobre sirenas y tritones no solo mostraban una
fascinación creciente por lo prodigioso, sino que —de forma crucial—
evidenciaban la transformación radical de la metodología científica en
dos siglos.
Lejos de limitarse a textos clásicos y testimonios
dudosos, los naturalistas dieciochescos emplearon herramientas
"modernas": redes epistolares globales, publicaciones académicas, viajes
transatlánticos, protocolos para preservar especímenes y sociedades
científicas, todo para estudiar racionalmente lo que muchos tildaban de
quimérico. Así, toda una generación de eruditos simultáneamente perpetuó
y cuestionó el ideal ilustrado de racionalidad, aplicando métodos
rigurosos al estudio de estos enigmáticos seres. Filósofos como Cotton
Mather, Peter Collinson, Samuel Fallours, Carl Linnaeus y Hans Sloane
desafiaron —para sus coetáneos y para nosotros— las fronteras entre
ciencia, naturaleza y humanidad. Dicho crudamente: las mentes más
preclaras del XVIII dedicaron años a perseguir sirenas por el orbe.4
La Royal Society londinense fue piedra angular en esta empresa, funcionando a la vez como archivo y
laboratorio de ciencia legítima. Sir Robert Sibbald, eminente médico y
geógrafo escocés, conocía bien la sed de descubrimientos de la
institución. El 29 de noviembre de 1703 escribió a Sir Hans Sloane,
entonces presidente, anunciando que había documentado criaturas anfibias
escocesas —incluyendo grabados calcográficos— que deseaba dedicar a la
Sociedad. Sabedor de su interés por la vanguardia científica, Sibbald
destacaba haber "incorporado diversos registros e ilustraciones de
animales anfibios acuáticos, y de algunos híbridos, como las sirenas
avistadas ocasionalmente en nuestros mares".5 He aquí a dos gigantes
intelectuales del Setecientos discurriendo con seriedad académica sobre
seres mitológicos.

Ilustración de 'Pesce Donna' (Pez Mujer) de la obra de Giovanni Antonio Cavazzi titulada 'Istorica descrizione de' tre' regni Congo, Matamba, et Angola' (Una descripción histórica de tres reinos: Congo, Matamba y Angola), 1687
El 5 de julio de 1716, Cotton Mather dirigió una
carta a la Royal Society londinense —gesto habitual en el naturalista
bostoniano, acostumbrado a compartir sus observaciones científicas. Pero
el contenido era singular: bajo el título "Un Tritón", la
misiva revelaba su auténtica fe en la existencia de seres marinos
humanoides. El miembro de la Royal Society confesaba que, hasta poco
antes, consideraba a tritones y sirenas tan ficticios como "centauros o
esfinges". Había recopilado decenas de testimonios históricos, desde el
griego Demóstrato —que vio un "Tritón disecado... en Tanagra"— hasta las
afirmaciones de Plinio el Viejo. Pero dado que "los plinianismos
carecen de crédito hoy",6 admitía haber descartado inicialmente estos
relatos.
Sus "sospechas" sobre estos seres "cobraron vigor" al
descubrir registros antiguos citados por eruditos europeos como
Boaistuau y Belonio. La duda persistió hasta el 22 de febrero de 1716,
cuando "tres hombres dignos de fe" navegando de Milford a Branford
(Connecticut) avistaron un tritón. Al recibir el testimonio directo,
Mather proclamó: "mi credulidad ha capitulado por fin, obligándome a
admitir la existencia del tritón".
La criatura huyó, pero no antes
de que los testigos observaran su "cabeza, rostro, cuello, hombros,
brazos, pecho y espalda totalmente humanos... [con] parte inferior
pisciforme, plateada como un pez macarela (caballa) ". Este encuentro zanjó la cuestión
para Mather. Jurando veracidad, prometió informar a la Royal Society
sobre "todo fenómeno natural insólito".7
Una ilustración del 'Tritón de Martinica' de The Universal Magazine of Knowledge and Pleasure [La Revista Universal del Conocimiento y el Placer], vol. XXIX (1761)
El célebre naturalista Carl Linnaeus también se
sumergió en la investigación de sirenas y tritones. Tras leer artículos
periodísticos sobre avistamientos de sirenas en Nÿkoping (Suecia),
Linnaeus envió una carta a la Academia de Ciencias de Suecia en 1749
instando a organizar una expedición para "capturar este animal vivo o
conservado en alcohol". Linnaeus admitía que "la ciencia no tiene una
respuesta definitiva sobre si la existencia de sirenas es un hecho o una
fábula producto de la imaginación ante algún pez oceánico". Sin
embargo, en su opinión, la recompensa superaba el riesgo, pues el
descubrimiento de tal fenómeno "podría convertirse en uno de los mayores
logros que la Academia podría alcanzar y por el cual el mundo entero
debería agradecerle". ¿Acaso estas criaturas podrían revelar los
orígenes de la humanidad? Para Linnaeus —reconocido mundialmente por sus
contribuciones a la clasificación taxonómica—, este antiguo misterio
debía resolverse.8
El artista neerlandés Samuel Fallours también afirmó haber descubierto seres acuáticos en tierras lejanas,
desencadenando así un debate que se prolongó durante décadas a través de
continentes y medios. Fallours vivió en Ambon (Indonesia) entre 1706 y
1712 como asistente clerical de la Compañía Neerlandesa de las Indias
Orientales. Durante su estancia en una "isla de las especias", realizó
dibujos de la flora y fauna local. Una de sus imágenes representaba una
sirena o "sirenne". La "sirenne" de Fallours se asemejaba a la clásica
representación de una sirena: cabello largo verde marino, rostro
agradable y torso desnudo que se transformaba en una cola azulverdosa a
la altura de la cintura. No obstante, su piel era oscura (con un ligero
tono verdoso), sugiriendo un parecido con la población indígena local.9
En
las notas que acompañaban el dibujo original, Fallours declaró haber
"tenido a esta sirena viva durante cuatro días en mi casa de Ambon,
dentro de una tina con agua". Su hijo se la había traído desde la
cercana isla de Buru, "donde la compró a los negros a cambio de dos
varas de tela". Finalmente, la criatura murió de hambre, "rechazando
todo alimento: ni peces, ni mariscos, ni algas o hierbas". Tras su
muerte, Fallours "tuvo la curiosidad de levantar sus aletas delanteras y
traseras, [descubriendo] que tenía forma de mujer". Afirmó que el
espécimen fue enviado a Holanda y se perdió. Sin embargo, la historia de
esta sirena de Ambon apenas comenzaba.10
Acuarela de una 'Sirenne' [Sirena] por Samuel Fallours, ca. 1706-1712
'Sirenne', según Fallours, y 'Ecrevisse' (cangrejo de río) de la segunda edición de Poissons, ecrevisses et crabes [Peces, cangrejos de río y cangrejos] (1754) de Louis Renard
Años antes de que el librero Louis Renard —francés afincado en Ámsterdam— publicara la sirenne de Fallours en su Poissons, ecrevisses et crabes
(1719), esos dibujos ya circulaban profusamente. Pero sus colores
estridentes y criaturas fantásticas sembraron dudas. El propio Renard
cuestionaba su veracidad: "Temo que este monstruo llamado sirena...
requiera rectificación".11
La pintura de Fallours generó tanto
entusiasmo como escepticismo. En el prólogo a la edición de 1754,
Aernout Vosmaer —director de las colecciones zoológicas y gabinetes del
Estatúder— tachó de "endebles" los argumentos contra estos seres. Alegó
que su rareza se debía a que, siendo híbridos, "eludían mejor las
trampas humanas".12 Además, por su similitud anatómica con nosotros, se
descomponían más rápido que otros peces, explicando su ausencia en
museos.
Hacia 1750, médicos y eruditos no solo
creían en sirenas, sino que especulaban sobre sus implicaciones
evolutivas. G. Robinson (1764) admitía que, aunque muchos naturalistas
las consideraban fabulosas, "los testimonios acumulados hacen plausible
su existencia".13 El reverendo Smith fue más allá en 1768: "hay pruebas
suficientes para zanjar el debate". Pero sus "pruebas" seguían siendo
relatos antiguos o conjeturas. Se necesitaban bases científicas.
Dos estudios clave en el Gentleman's Magazine
(1759-1775) marcaron un hito. El primero presentaba un grabado de una
sirena exhibida en la Feria Saint-Germain (París, 1758), "dibujada del
natural por el célebre Gautier".14 Jacques-Fabien Gautier —académico de
Dijon y maestro de ilustración científica— aportaba credibilidad al
describirla como un ser de 60 cm, "vivaz y ágil" en su tanque de agua.
Su metodología rigurosa distinguía este trabajo, incluso sin su firma.
Aguatinta en color de la ilustración de una sirena de Jacques Fabien Gautier d'Agoty, ca. 1758
Gautier registró, en consecuencia, que "su postura, cuando estaba en
reposo, era siempre erguida. Era una hembra, y sus rasgos eran
horriblemente feos". Como se muestra en detalle en la ilustración
adjunta, Gautier describió su piel como "áspera, las orejas muy grandes,
y la parte trasera y la cola estaban cubiertas de escamas". Según la
imagen, esta no era la sirena que durante mucho tiempo había adornado
las catedrales de Europa. Tampoco coincidía con la descripción
transmitida por tantos otros naturalistas y descubridores a lo largo de
la historia. Mientras que la mayoría había visto una figura femenina
llamativa, distinguida por su cabello azul verdoso fluido, la sirena de
Gautier era completamente calva, con orejas "muy grandes" y rasgos
"horriblemente feos". La nereida del ilustrador también era mucho más pequeña
que las sirenas tradicionales, con solo sesenta centímetros (dos pies)
de altura. Más que nada, la sirena de Gautier reflejaba el enfoque de
mediados del siglo XVIII para estudiar los aspectos maravillosos de la
naturaleza: el francés empleó técnicas científicas muy respetadas —en
este caso, una inspección detallada de la anatomía de la criatura y un
dibujo adjunto preciso (muy similar a los de otras criaturas ilustradas
de la época)— para presentar como realidad lo que muchos aún
consideraban fantasía.15
Los eruditos utilizaron la publicación de
Gautier para reflexionar sobre la legitimidad de los seres humanos
marinos. Un colaborador anónimo de la edición de junio de 1762 de The Gentleman’s Magazine
exclamó que la imagen de Gautier "parece establecer el hecho de manera
incontrovertible, que tales monstruos existen en la naturaleza". Pero
este autor tenía más pruebas. Una edición de abril de 1762 del Mercure de France
informó que en junio del año anterior, dos niñas que jugaban en una
playa de la isla de Noirmoutier (cerca de la costa suroeste de Francia)
"descubrieron, en una especie de gruta natural, un animal de forma
humana, apoyado en sus manos". En un giro bastante morboso de los
acontecimientos, una de las niñas apuñaló a la criatura con un cuchillo y
observó cómo "gimió como una persona humana". Las dos niñas procedieron
luego a cortar las manos de la pobre criatura, "que tenían dedos y uñas
bien formados, con membranas entre los dedos", y buscaron la ayuda del
cirujano de la isla, quien, al ver la criatura, registró:
era
tan grande como el hombre más corpulento... su piel era blanca,
semejante a la de una persona ahogada... tenía los pechos de una mujer
de senos abundantes; una nariz chata; una boca grande; la barbilla
adornada con una especie de barba, formada por finas conchas; y por todo
el cuerpo, mechones de conchas blancas similares. Tenía cola de pez, y
en su extremo una especie de pies.
Una historia
así —cuando fue verificada por un cirujano capacitado y de confianza—
solo reforzó la investigación de Gautier. Para un número creciente de
británicos del siglo XVIII, los seres humanos marinos existían,
guardaban un sorprendente parecido con los humanos y necesitaban ser
estudiados a fondo.16
En mayo de 1775, The Gentleman’s Magazine
publicó un relato sobre una sirena "capturada en el Golfo de Stanchio,
en el Archipiélago o Mar Egeo, por un mercante que comerciaba con
Natolia" en agosto de 1774. Al igual que la "sirena" de Gautier de 1759,
este espécimen fue dibujado y descrito en detalle. Sin embargo, el
autor también se distanció de Gautier, señalando que su sirena "difiere
notablemente de la exhibida en la feria de Saint-Germain algunos años
atrás". En un giro especialmente interesante, el autor utilizó una
comparación de las dos ilustraciones de sirenas para especular sobre
cuestiones de raza y biología, argumentando que "hay razones para creer
que existen dos géneros distintos, o más propiamente, dos especies del
mismo género, una semejante a los negros africanos, la otra a los
blancos europeos". Mientras que la sirena de Gautier "tenía, en todos
los aspectos, el semblante de un negro", el autor encontró que su sirena
mostraba "los rasgos y tez de un europeo. Su rostro es como el de una
joven; sus ojos de un fino azul claro; su nariz pequeña y bien formada;
su boca pequeña; sus labios delgados".17

Una lámina miscelánea incluida en Gentleman's Magazine, and Historical Chronicle [Revista del Caballero y Crónica Histórica], vol. XLV (1775). La segunda ilustración representa a la sirena 'capturada en el Golfo de Stanchio
Los escritores ingleses de la Edad Moderna se apoyaron en dos
estereotipos para mercantilizar y denigrar los cuerpos de las mujeres
africanas, como ha demostrado la historiadora Jennifer L. Morgan.
Primero, "convencionalmente contraponían la figura femenina negra a una
que era blanca —y por lo tanto hermosa". Aquí este autor de 1775 sigue
perfectamente esta línea, comparando la sirena "negra" y "horriblemente
fea" de Gautier con su propia sirena hermosa, de "rasgos y tez de un
europeo". Segundo, los europeos de la Edad Moderna se concentraron en la
supuesta "barbarie sexual y reproductiva" de las mujeres africanas para
finalmente volverse hacia "las mujeres negras como evidencia de una
inferioridad cultural que acabó codificándose como diferencia racial".
No solo estaban los naturalistas usando la ciencia de los seres humanos
marinos para obtener un entendimiento más profundo del orden natural de
las criaturas marinas, sino que también utilizaban sus interpretaciones
de estos seres misteriosos para reflexionar sobre el lugar de los
humanos —especialmente de los blancos— en un marco racial y biológico en
constante cambio.18
Carl Linnaeus y su discípulo Abraham Osterdam
complicaron aún más la narrativa de clasificación y legitimidad. Aunque
la Academia Sueca no halló nada en su búsqueda de la sirena de Linnaeus
en 1749, Linnaeus y Osterdam tomaron el asunto en sus propias manos al
publicar una disertación sobre la Siren lacertina (La Sirena
Lagarto) en 1766. Tras detallar una larga lista de avistamientos de
sirenas a lo largo de la historia en las páginas iniciales de esta
disertación, relataron luego innumerables casos de "animales y anfibios
maravillosos" que se parecían mucho a criaturas de leyenda y, en
consecuencia, hacían difícil la clasificación. Al final, juzgaron que
esta criatura similar a una sirena era "digna de un animal que debería
mostrarse a los curiosos, porque representa una nueva forma". El "padre
de la clasificación" aparentemente había descubierto una pieza "digna"
del rompecabezas natural, y esta vinculaba a los humanos (aunque fuera
de manera distante) con los animales del mar. La Siren lacertina
también, de manera importante, desdibujó aún más las líneas de
clasificación que Linnaeus había desarrollado con tanto orgullo,
sugiriendo que quizás los seres humanos podrían encontrar algún
parentesco lejano con criaturas anfibias.19

Ilustración de 'Siren lacertina' y 'Siren Bartholini' de Amoenitates academicae [Amenidades académicas] de Carl Linnaeus, vol. VII (1789)Los estudios de los filósofos del siglo XVIII sobre seres humanos
marinos representaron tanto la perduración del asombro como el
surgimiento de la ciencia racional durante la Ilustración. Habiendo
estado antes en el centro de los mitos y en los límites mismos de la
investigación científica, ahora las sirenas y tritones atraían cada vez
más la atención de los filósofos. Al principio estas investigaciones se
relegaban a artículos de periódicos, breves menciones en relatos de
viajeros o rumores, pero para la segunda mitad del siglo XVIII, los
naturalistas comenzaron a abordar a los seres humanos marinos con
metodología científica moderna, diseccionando, preservando y dibujando
estas misteriosas criaturas con el máximo rigor. Hacia el final del
siglo XVIII, las sirenas y tritones se convirtieron en algunos de los
especímenes más útiles para entender los orígenes marinos de la
humanidad. La posibilidad (o, para algunos, la realidad) de la
existencia de seres humanos marinos obligó a muchos filósofos a
reconsiderar medidas de clasificación anteriores, parámetros raciales e
incluso modelos evolutivos. Mientras más pensadores europeos creían —o
al menos contemplaban la posibilidad— de que "tales monstruos existen en
la naturaleza", los filósofos ilustrados combinaron lo maravilloso y lo
racional para comprender el mundo natural y el lugar de la humanidad en
él.