Mariano Moldes, una mente brillante que nació en el país equivocado
Por Alejandro Agostinelli“Moldes, biólogo y filósofo, curioso y culto, trabajador y honesto, cumplidor y simpático, habría triunfado en Norteamérica, en Europa, o incluso en Brasil o México. En esos países habría obtenido becas y puestos de trabajo conmensurables con su enorme capacidad, mientras que en nuestra pobre patria tuvo que abandonar su vocación para ganarse la vida ejerciendo tareas que no aprovechaban sus conocimientos, su originalidad ni su empuje”, escribió Mario Bunge todavía triste por la noticia de su muerte, el pasado 5 de enero. El científico, profesor de Filosofía en la Universidad McGill de Montreal, Canadá, también recordó: “Tuve la suerte de que Moldes me confiara algunos de sus proyectos de investigación. Yo esperaba que soltara todo lo que tenía entre manos y viniera a Canadá a doctorarse en filosofía, pero se lo impidió un compromiso sentimental. Yo lamenté mucho su decisión, al tiempo que admiré su lealtad y espíritu de sacrificio.”
Mariano Moldes (1966-2008) nació en Buenos Aires un 19 de abril. Cursó el bachillerato en el Colegio Nacional de Buenos Aires y era Profesor de Inglés (Asociación Argentina de Cultura Inglesa). Se había licenciado en Ciencias Biológicas (Facultad de Ciencias Exactas, Universidad de Buenos Aires), pero esos estudios sólo fueron el puntapié para sumergirse en estudios por libre que abarcaron infinidad de disciplinas, especialmente con orientación humanística. Por eso Bunge no exagera cuando lo llama filósofo: Moldes era casi desconocido, pero para el epistemólogo argentino era un colega.
Para todos los que amamos la investigación de lo extraño y disfrutábamos de su proximidad, Mariano, más que un colega, era el asesor soñado. Su cerebro era mejor que entrar en wikipedia en banda ancha: sus respuestas eran prodigiosamente exactas, y su capacidad para recordar con detalle fenómenos o curiosidades de la ciencia era casi infinita. Siempre ameno, en la intimidad de los que conocían sus códigos, mezcla de pibe de barrio y científico genial, despachaba su buen saber desatando una carcajada.
Hasta fines de diciembre del 2007, cuando su familia debió internarlo por una complicación respiratoria, era asesor científico de una empresa del sector químico. Escribió numerosos artículos con orientación escéptica sobre temas paranormales y de divulgación científica en las revistas “Descubrir” (Ed. Perfil); “El Ojo Escéptico” (CAIRP) y “Pensar” (CFI). Dictó conferencias sobre temas polémicos como criptozoología, leyendas urbanas, las tesis neorracistas propuestas durante los ’90 por algunos académicos norteamericanos y biotecnología. Tradujo numerosos libros científicos, y más de 50 artículos sobre diversos temas de genética disponibles en inglés en el sitio Askme.com.
También había cursado estudios de Conducción Política en Centro de Estudios “Carlos Pellegrini” y por años soñó en volcar sus esfuerzos en un programa de “recuperación de cerebros” que llamaba “Legión Extranjera de la Academia” y otro proyecto mellizo, el “Grupo Estudiantes Agudos” (como contraposición a la despectiva expresión “estudiantes crónicos”), una suerte de coalición de mentes desaprovechadas que imaginaba integrada por “graduados en ciencias que no consiguen inserción profesional como investigadores”. Impulsando este segundo Grupo, Mariano deseaba crear una organización que fomentara la comunicación y la coordinación de los científicos excluidos del sistema universitario. No se sabe si en la periferia de la ciencia argentina existirá alguien con el altruismo y la capacidad de Moldes para continuar la iniciativa.
Mariano no cuidaba su salud. O, mejor dicho, solía optar por una salida que, con evidente ironía, llamaba “la solución homeopática”: no hacer nada. No por desconfiar de la Medicina, qué va, sino de quienes la ejercen. “Por su estilo autoritario y prepotente, ciertos médicos olvidan que son, en todo caso, los administradores o los guardianes de la salud, y no sus dueños”, dijo una vez. Tal vez, la prematura muerte de Mariano -sólo tenía 41 años- fue consecuencia de una sobredosis de conocimiento. “La última vez que me vio un especialista le tuve que sugerir bibliografía, no sabía de qué le estaba hablando”. No era petulancia: Mariano tenía enorme facilidad para asimilar y procesar información científica y apenas supo que su salud se resquebreajaba, la manejaba con más solvencia que los médicos que lo trataban. Pero hay instancias en que conviene delegar el control. No alcanzó a darse cuenta, o cuando lo hizo era tarde.
Pese a comprender el valor del sistema científico global para validar el conocimiento, él no consideraba poseer la suficiente vocación científica para sobrellevar los sacrificios que impone la carrera de investigador: “Muchos me ven como a un desertor. Sin embargo, si fuera un cura que cuelga los hábitos porque se enamoró, elogiarían mi sinceridad. No me arrepiento de haber terminado la carrera de grado: eso me proporcionó un panorama conjunto de la ciencia que no habría podido conseguir de otra manera. Y, en todo caso, la macana está hecha: ¡una vez conseguido un grado universitario, es técnicamente imposible renunciar a él!”.
Mario Bunge descubrió que estaba ante una mente brillante y lo alentó. Pero, a la vez, sabía que bastaba conocer el contexto argentino para concluir que su talento no iba a ser detectado. “Moldes fue una de las víctimas de la estrechez de miras de los políticos de su tiempo, quienes no entienden que la ciencia es importante para el desarollo nacional, y que no puede cultivarse sin apoyo del gobierno.”
También fue un exquisito traductor del francés y el inglés. Tanto que se enfrascaba en profundas lecturas de material auxiliar al original que caía en sus manos. Con pudorosa discreción, no se cansaba de hacer sugerencias para mejorar los textos. Sigue Bunge: “Creo que conocí a Moldes hace tres lustros, en la maravillosa Feria del Libro de Buenos Aires. Yo acababa de fustigar a las pseudociencias en una conferencia y, como de costumbre, algunos cultores del psicomacaneo se indignaron porque yo pretendía quitarles el pan de la boca. Moldes, que había estudiado biología como se debe, o sea, con espíritu crítico, se irguió en su enorme estatura y apoyó con su lógica y serenidad habituales lo que yo acababa de decir. A la salida entramos en conversación, la que proseguimos por correo durante unos años. Cuando se necesitó un traductor de “Fundamentos de la Biofilosofía” (Siglo Veintiuno Editores, México: 2000), que escribí con Martin Mahner, recomendé calurosamente a Moldes como traductor, y tuvimos la suerte de que aceptase. Digo ‘suerte’ porque hizo la tarea a la perfección.”
“¡BENDITOS LOS PLATILLISTAS!”
Entre sus intereses extracurriculares se encontraba la filosofía de la ciencia y las ciencias sociales -sociología, economía, politología y psicología social. Le había tomado cariño a las ciencias humanas por “su potencial para la militancia progresista”.
Entre los 10 y los 23 años Moldes -¡quién diría!-, fue un beligerante platillista que comulgaba con la hipótesis extraterrestre (nuts & bolts -nada de misticismo-.) Recordaba aquella etapa con orgullo: “Como no me conformaba ni el pesimismo opresivo de la izquierda ni la lobotomía voluntaria propiciada por la derecha, la única alternativa para la esperanza parecía ser la posibilidad de que extraterrestres amigables vinieran a ayudarnos en el último minuto -como en aquellos cortos publicitarios del famoso pegamento epoxy...”
Más tarde, atraído por las propuestas de Alvin Toffler, adoptó una visión de la realidad global que -pese a lo complejo e inminente de las amenazas-, prescindía de componentes maniqueas y conspirativas, por lo que volvió a considerar razonable hallar soluciones sin un deus ex machina venido de otro mundo. “Desde entonces guardo un gran respeto por los platillistas: equivocados como estén, intuyen que sin esperanza nos convertimos en zombies, y por eso defienden la que creen que es su única forma posible, aunque al precio convertirse en marginales. Parafraseando a Violeta Parra podemos exclamar: ‘¡Benditos los platillistas!...”
Sus conocimientos de las tesis conspiranoicas del platillismo extremo provienen, pues, de haber buceado en sus aguas profundas: “Para un paranoico -escribió-, atar cabos es como comer maníes: no sabés cuándo parar”.
Es momento de hacer una breve digresión personal. Con Mariano nos conocimos a comienzos de los ‘90, en la sede del Centro Argentino para la Investigación y Refutación de la Pseudociencia (CAIRP). Nos hicimos amigos y desde entonces compartimos mil y una aventuras dentro y fuera del periodismo. Algunas tuvieron difusión. En 1995 me acompañó a visualizar el film de la “autopsia a un extraterrestre” en calidad de biólogo, como se reflejó en el diario La Prensa, antes de que se emitiera en televisión. Enseguida advirtió su consistencia de látex. Pero quiso ver el film antes de pronunciarse. Cuando un par de años después me encargaron un guión para un thriller de ciencia ficción paranormal, su propia vida fue una de mis fuentes de inspiración: las preocupaciones metafísicas que lo signaron en su infancia, la huella imborrable que le dejó su padre, su incursión como redactor publicitario en una agencia de artículos esotéricos, su fugaz paso por el siloísmo…
En 1998 ingresé en la revista Descubrir como secretario de redacción y el director me dio la opción de elegir un colaborador permanente. No dudé en convocarlo. Su dominio en diversas disciplinas científicas y su plasticidad narrativa son cualidades raras. La participación de Mariano en la revista sumó una calidad que sin duda valoraron los lectores más atentos.
DENUNCIAR ‘FALSOS GALENOS’ ES INSUFICIENTE
Moldes era un cabal librepensador y le disgustaban los enfoques sesgados de algunas organizaciones que actúan contra el charlatanismo. Consideraba que el ejercicio del escepticismo no se agotaba al ámbito de las afirmaciones paranormales. “En una sociedad compleja -sostuvo- el pensamiento crítico es imprescindible como reaseguro de la libertad, la solidaridad, la justicia y el progreso. No basta con hacer como el CSICOP, que adora jugar al ‘poli-ládron’ con psíquicos y parapsicólogos mientras deja en paz a propuestas que, aunque no paranormales, sí son sumamente pseudocientíficas y peligrosas, como el neorracismo, la geopolítica y la economía neoliberal.”
En un intento por demarcar la divisoria de aguas entre formas de conocimiento religioso, paranormal y científico, Moldes hizo una aguda matización: “El conocimiento científico sólo se refiere al ser y al devenir del universo material o a la estructura de los conceptos abstractos. Estos últimos son ficciones estructuradas mediante la lógica clásica -la pauta estructural básica y universal- y por pautas específicas de sus distintas clases. El conocimiento científico del mundo material sólo reconoce existencia real a objetos y procesos materiales, los que se caracterizan por las propiedades de cambiar, influir sobre -y ser influidos por- otros objetos materiales, con todo cambio ocurriendo según leyes. El conocimiento paranormal se refiere al universo material, pero no acepta que todos los procesos ocurran conforme a leyes. El conocimiento religioso se caracteriza por aceptar la existencia de entidades no materiales.”
Moldes siempre estaba listo para denunciar las creencias pseudocientíficas. Pero, al mismo tiempo, mostraba igual disposición en defender propuestas religiosas si sabían distanciarse de la pseudociencia. En sus palabras: “La ciencia, la pseudociencia y la religión tienen criterios de validación del conocimiento que son corolario de su visión del mundo. El dominio de la auténtica religión se compone de tesis irrefutables: la más importante de ellas es la de trascendencia. Si alguien cree en la posibilidad de un Más Allá y éste resulta no existir, el creyente ¡no tiene cómo desilusionarse! Y conste que existen muchas religiones que ni siquiera prometen esto, como el hinduismo y el budismo. Los auténticos milagros son esencialmente excepcionales e imposibles de validar. En cambio, el dominio paranormal se compone de tesis en principio refutables, mientras un tejido de sofismas las protege contra la refutación. El creyente en la pseudociencia sí puede conocer la desilusión, y bajo la forma de una decisión trágicamente errada; por este motivo es peligroso. Al carecer de la idea de ley científica, al pensamiento paranormal le falta el instrumento de aplicación para cualquier criterio de demarcación que permita diferenciar entre objetos reales e ideas, fundamento de reglas que permitan caracterizar acabadamente unos y otras. Consecuencia de esto son el dogmatismo, el autoritarismo y el subjetivismo de la pseudociencia -a falta de criterios objetivos para validar sus nociones, sólo le quedan la autoridad, la tradición y la real gana.”
MOTIVACIÓN, INTUICIÓN E IMAGINACIÓN
Para Moldes, que era teísta, la religión sólo se volvía nociva cuando estaba “contaminada” con tesis paranormales. “Paradójicamente –dijo– la auténtica religión necesita de una acabada idea del conocimiento científico para autodefinirse como su negación o complementación. Y un corolario de esto es la renuncia a las pretensiones de validación objetiva. La religión verdadera tiene tres elementos fundamentales: motivación, intuición e imaginación, cuya combinación da el estado mental que conocemos como ‘fe’. Tener fe no es aconsejable ni desaconsejable: va según la preferencia de cada uno. Recuérdese que el religioso dice ‘creo’, no ‘sé en Dios’. A menos, claro, que sea un fanático, y en consecuencia un paranormalista: al proclamar la validez objetiva de sus argumentos mientras se niega a someterlos al grado de escrutinio que es capaz de proveer la ciencia. A este dominio pertenecen los grupos que garantizan resultados concretos con una cantidad suficiente de oración... o contribución material; también los que se dedican a reunir presuntas evidencias de la Creación bíblica en contra del evolucionismo, o a demostrar la veracidad de presuntos milagros”.
Respecto de las “evidencias históricas” invocadas en algunos círculos escépticos para desprestigiar el pensamiento religioso -y, si se lo apuraba, mencionaba a Paul Kurtz-, Moldes considera que aquellas eran “un tejido de sofismas y estereotipos, que demuestran un conocimiento del problema de la religión tan tosco como el que podía tener un anarquista español de principios del siglo XX”. En esta línea, escribió: “Torquemada y los talibanes no son más oscurantistas y sanguinarios que los ateos Stalin y Pol Pot. Es cierto que el catolicismo medieval consagraba la desigualdad social prometiendo recompensas en el Más Allá, pero la secta judía de los saduceos hacía lo mismo negando la vida de ultratumba: según ella, si Dios había de recompensar o castigar lo hacía en esta misma vida, y los pobres algo habrían hecho. Cristianos y musulmanes asocian la religión con la trascendencia. Pero para el budismo o para un paranoico ni siquiera los dioses son inmortales, y para ellos como para el hinduismo –y no son poca gente- la aniquilación constituye el último grado de perfección (para más datos, ése es el significado del término sánscrito ‘nirvana’.) Moraleja: La falta de pensamiento crítico es tan nociva para una cosmovisión religiosa como para una atea.”
Con todo, la sede argentina del Committee for Skeptical Inquiry (CSI) y su revista “Pensar” recibieron con entusiasmo sus ideas. El 18 de septiembre del 2005, durante la Primera Conferencia Iberoamericana sobre Pensamiento Crítico en Buenos Aires, Moldes disertó sobre los bolsones pseudocientíficos en la biología, centrando sus críticas en la sociobiología: “No siempre nuestros enemigos ideológicos son villanos de cine mudo”, fue la frase que destacó Luis Alfonso Gámez en su comentario sobre la conferencia. También dijo: “Hay especies desconocidas, pero nunca las encuentran los cripozoólogos, sino los biólogos”.
Es que Mariano eligió su carrera fascinado por sus lecturas sobre monstruos imposibles. Esa fascinación hoy se la agradecen los lectores de sus artículos de divulgación sobre el Nahuelito, por ejemplo. Sus compañeros de estudios que, como él, no desearon o no lograron insertarse en el ámbito académico, acariciando proyectos destinados a coordinar o alentar su producción científica, lo recordarán por sus proyectos ahora inconclusos. Mario Bunge esperó a que fuera a doctorarse a Canadá, pero había encontrado un amor que lo necesitaba en Buenos Aires.
Hablando de Mariano, Bunge recordó que la importancia de la ciencia para el desarollo nacional sólo fue advertida por Raúl Alfonsín, quien designó el primer ministro de ciencia y técnica, cargo que Carlos Menem suprimió “y que afortunadamente Fernández acaba de resucitar”. Bunge prosigue: “Esto también lo ha comprendido el gobierno brasileño actual, que está dedicando el 1,5 por ciento del producto interno bruto a la investigación básica, en tanto que el argentino solo le dedica el 0,3 por ciento. El resultado está a la vista: Brasil marcha a la cabeza de la ciencia latinoamericana, y aporta el 2 por ciento a la literatura científica mundial. ¡Qué lástima, para la ciencia y para Brasil, que Moldes no naciera en ese país!”.
Y, sin embargo, Mariano era más argentino que el dulce de leche.
Notas de Mariano Moldes en Internet: