EPISTEMOLOGÍA BARATA Y SAPOS DE GOMA
ALEJANDRO J. BORGO
LOS CULTORES DE LA PSEUDOCIENCIA HAN ENCONTRADO GUIONISTA QUE LES DÉ SUSTENTO TEÓRICO: UNA EXTRAÑA EPISTEMOLOGÍA QUE DEFIENDE EL "TODO VALE" EN POS DE UNA SUPUESTA LIBERTAD DE IDEAS. EN REALIDAD, SE TRATA DE UNA MEZCLA DE IDEOLOGÍA, PENSAMIENTO MÁGICO Y FILOSOFÍA OSCURA Y CONFUSA QUE NO HACE MÁS QUE OBSTACULIZAR EL PROGRESO Y PERPETUAR LA IGNORANCIA.
¡ALELUYA! LOS GOURMETS DE LA NUEVA ERA AHORA TIENEN NUEVOS VIEJOS FILÓSOFOS, DISPUESTOS A SAZONAR UN PASTICHE QUE SIGUE SIENDO INDIGERIBLE.
"Examinad fragmentos de pseudociencia y encontraréis un manto de protección, un pulgar que chupar,
unas faldas a las que agarrarse. ¿Y qué ofrecemos nosotros a cambio? ¡¡Incertidumbre!! ¡¡Inseguridad!!"
Así lo decía Isaac Asimov. Y si esa pseudociencia está avalada por "epistemólogos" mucho mejor, porque adquiere una aureola de seriedad y solidez. Pero un examen detenido de la "epistemología de la Nueva Era" transforma esa aureola en ridiculez y fragilidad. Ahora los cultores del esoterismo, la charlatanería, los vendedores de talismanes y sanadores de cartón, tienen intelectuales/oides que les allanan el camino, proporcionándoles un discurso teórico que justifica sus prácticas. ¿Y cuál es ese discurso? Veamos.
El profeta metido a filósofo Paul Feyerabend, en pleno siglo XX dio un gran espaldarazo al movimiento New Age con su famoso "todo vale" (any-thing goes). Despotricó contra la ciencia —en esto no fue original—, recomendó dar vía libre a la enseñanza de vudú en la universidad en nombre de la libertad de ideas, y ni qué hablar sobre la objetividad: "es una ilusión, consecuencia de una miopía de la teoría del conocimiento", dijo. El "todo vale" unido al relativismo cultural y a unas divertidas interpretaciones de la mecánica cuántica, formaron el sostén pseudoepistemológico de la Nueva Vieja Era.
Así las cosas, un moderno "teórico de avanzada" debe hoy decidir a favor de la anarquía gnoseológica, le debe dar el mismo valor a la astrología y a la astronomía, debe reconocer abiertamente que el progreso no es posible, y que si la vacuna Sabin se hubiera aplicado en una comunidad africana en el siglo XII no habría surtido efecto porque para ellos la "verdad" era otra y no creían en ella (relativismo cultural dixit). El neoepistemólogo posmoderno deberá tratar siempre de inquisidores y cazabrujas a los científicos, y de cerrado a cualquiera que pretenda pruebas frente a la afirmación "A los duendes extragalácticos les gusta el queso fontina". Siempre deberá confundir ciencia con tecnología, e inevitablemente tendrá que mezclar ideología, poesía y hormonas, coctail que —bien preparado— regala perlas como ésta:
"¿Por qué los Agostinelli temen a una ciencia con cara humana, como definió Andrew Ross a la New Age? ¿Por qué siguen fabricando en 1993, Refutadores de Leyendas? ¿Por qué se oponen con tanto fervor a los Científicos Sentimentales? Tal vez porque temen un poco de locura entre tanta exactitud y precisión del paradigma newtoniano".
Los autores de esta joya diagnostican nuestros temores, nos califican de fabricantes de refutadores (hasta ahora nadie nos había tratado de fabricantes), y habla de Científicos Sentimentales... (¿habrá científicos androides y no nos enteramos?), finalizando con nuestro supuesto miedo a la locura. ¿Paradigma newtoniano? ¿Ciencia con cara humana? ¿Feyerabend? ¿Chachara?
Una epistemología de la New Age debe ser necesariamente oscura y retorcida, contradictoria e irracional. No podría funcionar de otra manera. No puede ser clara porque siéndolo revelaría su frágil y anémica base. Es por eso que nos hablan de "varias realidades", reniegan de la lógica y de la razón y aceptan gustosos el "todo vale". Pero en ciencia las cosas son distintas. Hay una serie de principios ontológicos y gnoseológicos involucrados tácitamente en la investigación científica, entre otros: que el mundo existe por sí mismo, que está compuesto de objetos concretos, que las formas no existen por sí mismas sino que son propiedades de las cosas, que es posible conocer la realidad aunque sea parcial e imperfectamente.
Pero los new-epistemólogos, basándose en la teoría de los múltiples universos de Everett y De Witt, en la especulación de E. Wigner de que la mente del observador determina la realidad, y en la de Wheeler según la cual un observador puede ser responsable de algo acontecido en el pasado remoto —principio antrópico—, dan rienda suelta a la fantasía salvaje diciéndonos que no siempre 2 + 2 son 4, que nada existe, que la indeterminación subatómica se puede extrapolar de buenas a primeras a organismos vivos, etc. Fascinante y hermoso, pero en la modesta vida cotidiana, cuando tenemos que pagar la cuenta de luz 2 + 2 son siempre 4 y parece que las "varias realidades" se colapsan en una en la que un cajero impaciente nos ladra para que le entreguemos el dinero, y nos da la sensación de que "la incertidumbre cuántica" se transforma en la "certidumbre mundana" de que nos cortan la luz si no pagamos. Esta graciosa alegoría sirve para intentar aproximamos a terrenos menos inocentes.
En las varias realidades de Feyerabend y acólitos, da lo mismo un tratamiento con flores de Bach que una quimioterapia, y las pirámides calman un dolor de cabeza igual o mejor que la aspirina, pero para el resto de los mortales hay una realidad en la que quien paga la factura del disparate pseudocientífico es la sociedad. Según estos parafilósofos, Galileo, Darwin, Pasteur, Einstein, Sabin, y Ramón y Cajal no nos proporcionaron un conocimiento más acabado de la realidad, ni resultados más eficaces que la magia y la brujería, simplemente porque la realidad no existe, mucho menos la verdad, y da lo mismo cualquier cosa. Las vacunas son una ilusión, también los telescopios (aparatos diseñados con el fin de observar planetas inexistentes en un inexistente universo), las células son quimeras biológicas al igual que los neurotransmisores son espectros químicos, y los televisores y trenes engendros mentales.
Con el slogan "sumar, no restar" se muestra una fachada de benevolencia y de "humanidad" a la que es difícil resistirse. Pero es evidente que el sumar basura y macaneo desenfrenado se paga restando conocimiento y obstaculizando el desarrollo y el progreso. El sutil sapo nuevaerístico nos dice "progreso = bomba atómica", "ciencia = contaminación". De acuerdo a esta extraña forma de pensar ningún conocimiento debería hacerse público por sus posibles consecuencias nefastas; ergo, no deberíamos haber conocido E=mc2, ni la electricidad, ni siquiera que en el cerebro está el centro de las emociones y no en el corazón (aunque para los newagers los científicos directamente carecen de estados emocionales).
A fin de cuentas la defensa epistemológica de la Nueva Era y su anarquía gnoseológica son insostenibles: favorecen el oscurantismo (complican lo simple y lo simple no lo explican), el autoritarismo (líderes, iniciados, elegidos, maestros) y los sistemas de sometimiento (no piense, no razone, no investigue). Dar la bienvenida a la doctrina del "todo vale" y a los filósofos de Acuario constituye un desastre epistemológico. El sapo New Age es de goma, pero contiene vidrio. Tragárselo es un inconveniente, por lo menos en esta realidad. Que para mí existe. €0€
Al cierre de EOE
El mismo día que estábamos por entregar a la imprenta esta edición (19/6/93), Futuro publicaba el octavo round de la controversia, titulado "Contra los dragones de lo simple", que incluye tres artículos de antología: "El doble filo escéptico" (marcando el retorno de Piscitelli-Umaschi), "La cuestión es darse cuenta" (¿de que lo están en gañando?—agregamos), pero que en realidad es una ingenua apología de la "parapsicóloga" Rivka Bertish, una caminante sobre las brasas que se declara discípula de Louise Hay, y, por último, "¿Y dónde están los hechos?", que es la ¿respuesta? de Denise Najmanovich al artículo en Futuro de Alejandro Borgo. €0€