20.9.25

"La marca de la bestia” : el movimiento antivacunas de la Gran Bretaña georgiana (1714 - 1837)

 

 Grabado en color de James Gillray, 1803, que representa a Edward Jenner vacunando a pacientes que posteriormente desarrollan características de vacas


 

“La marca de la bestia” El movimiento antivacunas de la Gran Bretaña georgiana

Niños con rostro de buey, ancianas con cuernos y mentes agrietadas: estas eran algunas de las terribles características que se atribuían a la vacuna de Edward Jenner contra la viruela. Al presentar a los primeros movimientos antivacunas, Erica X Eisen analiza el significado de "vacca" en la primera vacuna, explorando su origen bovino y el temor generalizado de que la inmunización provocara efectos secundarios atroces.

 Ilustración de un niño vacunado con rostro de buey, un ejemplo de los supuestos efectos secundarios bovinos de la vacuna contra la viruela, tal como aparece en "Cow-Pox Inoculation" (1805) del doctor William Rowley
 
 

Desde la primera página del folleto del doctor William Rowley, un niño con rostro de buey miraba fijamente, con unos ojos extrañamente alargados: uno de ellos inyectado en sangre y el otro sano. Su mejilla derecha aparecía enrojecida, mientras que el lado izquierdo de su rostro estaba tan desproporcionadamente hinchado que alteraba por completo sus facciones.

Varias páginas más adelante, se mostraba el retrato de la niña de la sarna, una pequeña de quizás cuatro años, que miraba a los lectores con expresión lastimosa. Su piel, desde la mejilla hasta la cadera, estaba cubierta de racimos de llagas de aspecto doloroso.

Según se advertía en el texto que acompañaba estas ilustraciones, estas afecciones —y (supuestamente) las de miles de otros niños en Gran Bretaña— no eran síntomas de ninguna enfermedad humana natural, sino consecuencia de la recién desarrollada vacuna contra la viruela. Rowley afirmaba que esta exposición provocaba “enfermedades propias de bestias, de naturaleza y apariencia repulsivas, que afectaban al rostro, ojos y oídos, causando ceguera y sordera, mientras extendían su influencia devastadora por todo el cuerpo”.1

Rowley era una figura prominente en el movimiento anti-vacuna de la Inglaterra del siglo XIX, el precursor más antiguo de los anti-vacunas de hoy. Varios años antes de que Rowley publicara su virulento folleto, el descubrimiento de Edward Jenner de una vacuna contra la viruela había causado una revolución de salud pública y dado a luz al campo de la inmunología como disciplina — pero también llegó décadas antes de que la teoría de los gérmenes fuera conocida por los científicos. Como resultado, incluso aquellos que adoptaron la vacuna de Jenner carecían del marco conceptual necesario para entender precisamente cómo funcionaba. Esta brecha entre la evidencia y la explicación permitió que las dudas afloraran y se extendieran mientras el clero, miembros del parlamento, trabajadores e incluso doctores expresaban su oposición a la vacuna por motivos religiosos, éticos y científicos. Los partidarios de Jenner veían como su deber moral avanzar en la causa de una tecnología salvadora de vidas; sus oponentes sentían una obligación moral igualmente fuerte de detener la vacunación a toda costa. En las décadas siguientes al descubrimiento de Jenner, este conflicto se desarrollaría con amargura en los periódicos, en el arte e incluso en las calles mientras ambos bandos luchaban por el cuerpo y el alma de Gran Bretaña.

 
 La campaña del miedo de los anti-vacunas trascendió las fronteras de Gran Bretaña. En este grabado francés de alrededor de 1800 se ve a una especie de sirena enferma siendo llevada a la fuerza por un médico cabalgando una vaca y un farmacéutico empuñando una jeringa, y los niños, obviamente, miran todo el espectáculo, asustados.

 Viviendo como lo hacemos en una época en la que la aparición repentina de un nuevo virus ha alterado drásticamente los patrones normales de vida, puede ser difícil imaginar un entorno donde la enfermedad epidémica era la norma. Antes del advenimiento de la vacunación, la viruela estaba muy extendida, era mortal y prácticamente intratable dado el estado del conocimiento médico de la época. 

Aproximadamente un tercio de aquellos que contraían la viruela no sobrevivían; los que sí lo hacían a menudo portaban siniestros recordatorios de la enfermedad por el resto de sus vidas.[2] Podía dejar a las víctimas ciegas; podía alcanzar sus huesos y dejar las articulaciones y extremidades permanentemente deformadas. Y dejaba las caras de la gran mayoría de sus víctimas marcadas con los reveladores hoyos de viruela, a veces de forma severa: el historiador Matthew L. Newsome Kerr estima que “probablemente entre una cuarta parte y la mitad de la población [de Gran Bretaña] estaba visiblemente marcada de alguna manera por la viruela antes de 1800”.[3]

La sabiduría popular, mientras tanto, había observado desde hacía tiempo que aquellos que trabajaban estrechamente con el ganado poseían una extraña resistencia a la enfermedad incluso mientras esta devastaba las comunidades a su alrededor. Jenner, un médico rural, decidió someter esta idea a una prueba formal. En 1798, cortó una llaga en la mano de la ordeñadora Sarah Nelmes e inyectó la linfa resultante en el brazo del hijo de su jardinero, James Phipps. Una semana después, Jenner expuso al niño a la viruela para ver si se enfermaría: tal como Jenner había hipotetizado, el niño permaneció sano. Solo un año después, los primeros ensayos masivos de la vacuna contra la viruela ya estaban en marcha. (La piel preservada de la vaca Blossom, reside ahora en la biblioteca de St. George’s, una escuela de medicina en Londres).

 Grabado coloreado de una lechera mostrándole su mano infectada de viruela bovina a Jenner, mientras un médico corpulento tienta a un joven elegante con la inoculación, ca. 1800.

La mano de Sarah Nelmes infectada de viruela bovina.

El experimento de Jenner había tenido éxito porque las extrañas llagas en la mano de Nelmes eran síntomas de la viruela bovina, una prima mucho menos peligrosa del virus de la viruela que causaba pústulas en las manos pero que generalmente dejaba a sus víctimas ilesas. Los dos patógenos eran lo suficientemente similares como para que la exposición a la viruela bovina preparara efectivamente las defensas del cuerpo contra la viruela humana también. Las infecciones de viruela bovina —y la inmunidad que venía con ellas— se transferían con frecuencia a los trabajadores lecheros después de que tocaban las ubres de animales infectados: de hecho, el nombre que Jenner eligió para esta terapia, vacunación, deriva en última instancia de la palabra latina para vaca (vacca). Y crucialmente, como Jenner demostró, la viruela bovina también podía transferirse cortando las llagas de un humano e inyectando el fluido en otra persona —el método llamado “de brazo a brazo”, que garantizaba un suministro virtualmente inagotable de la vacuna incluso en áreas urbanas lejanas al prado lechero más cercano.

Pero Jenner no habría podido explicar el funcionamiento de su descubrimiento si se le hubiera preguntado: en ese momento, se pensaba que la viruela se transmitía a través de aire envenenado, o miasma, y los mecanismos precisos de la respuesta inmune eran aún desconocidos para la ciencia. A medida que un número creciente de personas adoptaba la vacuna, la oposición comenzó a organizarse. Para estos escépticos, la misma noción de inyectar una sustancia que derivaba en última instancia de un animal enfermo en un humano sano parecía no solo absurda sino un peligro serio para la salud pública. El folleto alarmista de Rowley advertía que aquellos que recibían la vacuna se arriesgaban a desarrollar “males, manchas, úlceras y mortificación”, entre otras enfermedades “bestiales”.[4] Con la segunda edición de su folleto, una nueva ilustración entró en el museo de horror de las víctimas de la viruela bovina: Ann Davis, una mujer anciana que, tras recibir su dosis, supuestamente había desarrollado cuernos.

 Ann Davis, una mujer con viruela y cuernos que le crecían en la cabeza. Grabado de Thomas Woolnoth, 1806

 

Otros se centraron en los supuestos efectos cognitivos de la viruela bovina: Halket admitió que los relatos lúgubres de Rowley eran quizás inverosímiles pero no obstante insistió en que los llamados “cuernos mentales y pezuñas hendidas brotan con demasiada frecuencia”, una metáfora de la “estupidez insuperable [que] se ha observado en algunos niños desde el momento en que fueron vacunados, ningún síntoma de lo cual apareció antes de ese momento”.[5] Uno de los oponentes más feroces de Jenner, Benjamin Moseley, escribió una diatriba contra la vacuna derivada de la viruela bovina en la que advirtió de sus efectos no solo en el cuerpo sino también en la mente:

¿Quién puede predecir qué ideas aberrantes podría generar, con el tiempo,el que una fiebre
 animal haya dejado impresiones tan grotescas en el cerebro? [6]

Rowley juega con una insinuación similar en su folleto cuando se pregunta si recibir la vacuna podría violar la prohibición bíblica contra acostarse con un animal.[7] La viruela bovina llegaría a estar estrechamente vinculada a la sífilis (que en el pasado a menudo se había referido como “viruela”) en la imaginación popular, con rumores que circulaban de que el ganado contraía la viruela bovina por contacto con lecheras sifilíticas. 

La precaria higiene y los estándares médicos deficientes que con frecuencia se daban en los hospitales de vacunación para la población urbana pobre de Gran Bretaña, lejos de calmar estas preocupaciones, las exacerbaban. En estos centros, la vacuna no se obtenía directamente de vacas, sino que se extraía de las pústulas de otros niños previamente inoculados de la zona, quienes no siempre habían sido examinados médicamente de forma rigurosa antes de proceder a la extracción de su "donación". Así pues, los padres no carecían de fundamento al temer que una inyección concebida para proteger a sus hijos de una enfermedad mortal pudiera, irónicamente, convertirse en la puerta de entrada para otra infección.[8]

 

 Grabado en color de James Gillray, 1803, que representa a Edward Jenner vacunando a pacientes que posteriormente desarrollan características de vacas

El caricaturista satírico James Gillray canalizó estas ansiedades populares sobre los aspectos monstruosos de la vacuna en su caricatura de 1802 ¡La viruela bovina—o—los maravillosos efectos de la nueva inoculación! En el centro, se ve a Jenner aplicando una incisión profunda y brutal en el brazo de una mujer con su lanceta, mientras a su alrededor los pacientes ya vacunados experimentan horribles transformaciones: vacas en miniatura brotan de forúnculos y salen de sus bocas, mientras a las mujeres les aparecen cuernos y dan a luz terneros en el acto. Ese mismo año, Charles Williams publicó un grabado anti-vacuna en el que médicos (a todos los cuales les han crecido colas y cuernos ) están dispuestos ante las fauces de un monstruo semejante a una vaca cubierto de pústulas supurantes. Un cheque de £10.000 que sobresale de un bolsillo trasero identifica a uno de estos médicos como Jenner, que había recibido una recompensa en efectivo del gobierno en reconocimiento a sus contribuciones a la medicina. Solo que ahora se transforma de médico en mercenario, arrojando bebés con sus colegas en las fauces abiertas de la bestia y esperando a que sean excretados con cuernos. A lo lejos, médicos anti-vacuna que portan las armas de la verdad se acercan para librar batalla con la criatura y los médicos que la alimentan.[9]

 
Un monstruo siendo alimentado con cestas llenas de bebés y devolviéndolos transformados con cuernos ; símbolo de la vacunación y sus efectos. Grabado de Charles Williams, 1802.
 
Particularmente en los primeros días, algunos objetaron la vacuna por motivos religiosos, argumentando que la vacunación era un intento arrogante de evadir el castigo divino. Argumentos similares se habían hecho en torno a la técnica anterior de la inoculación preventiva contra la viruela, en la que personas sanas eran expuestas deliberadamente al virus de la viruela con el objetivo de provocar un caso leve de la enfermedad que no obstante conferiría inmunidad. En 1721, cuando la Colonia de la Bahía de Massachusetts fue golpeada por un severo brote de viruela, los líderes puritanos debatieron acaloradamente (y finalmente decidieron a favor de) la permisibilidad de la inoculación, que el predicador Cotton Mather argumentó había sido puesta en las manos de la humanidad por Dios. Un siglo después, los debates teológicos sobre la medicina preventiva continuaban con furia: “La viruela es una visita de Dios”, escribió Rowley, “pero la viruela bovina es producida por el hombre presuntuoso: la primera era lo que el cielo ordenó, la última es, quizás, una atrevida violación de nuestra santa religión”.[10] “Matusalén y sus contemporáneos antediluvianos no fueron vacunados lo que explica completamente que llegaran a un final tan repentino y prematuro”, anotó Halket de manera mordaz.[11] “El Creador estampó en el hombre la imagen divina, pero Jenner colocó en él la marca de la bestia”.[12] Los caricaturistas frecuentemente representaban la vacuna derivada de la viruela bovina como un becerro de oro que sería la perdición de la sociedad moderna a manos de aquellos que tontamente abrazaban su adoración. 
 

 Grabado coloreado a mano de George Cruikshank del “becerro de oro” de la viruela bovina, 1812
 

Pero aunque el escepticismo hacia la vacuna estuvo presente desde el principio, la virulencia de los ataques contra el método de la viruela bovina y sus proponentes se expandiría enormemente a mediados del siglo XIX, cuando el parlamento aprobó múltiples leyes que hacían la vacunación obligatoria, proporcionaban vacunación gratuita para los pobres y creaban un sistema de castigos para aquellos que no se ponían la inyección. Estas nuevas medidas hicieron la cuestión de la vacunación imposible de ignorar —y muchos vieron tales leyes como una supresión inaceptable de sus libertades personales por parte del estado.[13] En la escritura popular, las vacunas fueron comparadas con tatuajes o marcas de ganado (particularmente debido a la cicatriz dejada por la inyección), y aquellos que se resistían a ponérselas se compararon histriónicamente con esclavos fugitivos. A lo largo de Gran Bretaña, las sociedades anti-vacunación organizaron fondos de ayuda mutua para sufragar las multas incurridas por sus miembros por negarse a vacunar a sus hijos; si los objetores de vacunas de la clase trabajadora tenían sus propiedades incautadas como castigo, los simpatizantes protestaban en voz alta en la subasta, a veces incluso agrediendo al subastador. Los periódicos de la época describieron efigies de Jenner o de las autoridades públicas de vacunación siendo quemadas; en Leicester, un semillero de resistencia al método de la viruela bovina, un carnaval anti-vacunas atrajo a hasta 100000 manifestantes y provocó que una comisión parlamentaria revisara las leyes de vacunación.[14]

Pero los proponentes del uso de la viruela bovina no se quedaron de brazos cruzados ante todo esto. Como muchos se apresuraron a señalar, varias de las voces principales en el movimiento anti-vacunación tenían un gran interés financiero en impedir que el descubrimiento de Jenner se popularizara. De hecho, tanto Moseley como Rowley habían practicado previamente la inoculación, que antes de Jenner había sido considerada la mejor manera de prevenir un caso grave de viruela. Pero la técnica era más arriesgada que la vacunación —tanto para el paciente como para quienes lo rodeaban, que eran propensos a infectarse por el paciente convaleciente. Una vez que estuvo entre los procedimientos médicos más comunes en Gran Bretaña, la inoculación estuvo bajo una seria amenaza de su nuevo competidor incluso antes de que el parlamento la prohibiera completamente a mediados del siglo XIX.[15] Como tal, cuando médicos como Moseley escribían diatribas contra la vacuna de la viruela, no solo estaban tratando de defender a sus lectores —también estaban tratando de defender su fuente de ingresos.

 Las profecías del doctor Moseley, un crítico temprano de la vacunación y el oponente más encarnizado de Jenner, 1806

 

 

Edward Jenner y dos colegas despidiendo a tres oponentes antivacunación, con víctimas muertas de viruela esparcidas a sus pies. Viñeta coloreada de Isaac Cruikshank, 1808

 

Precisamente este punto fue tratado por Isaac Cruikshank en una estampa satírica de 1808 que representa a Jenner y sus colegas desterrando a los inoculadores de la tierra. Este último grupo, enarbolando cuchillos masivos y ensangrentados sobre sus hombros, proclama abiertamente su deseo de esparcir la enfermedad aún más mientras caminan más allá de los cadáveres de víctimas de viruela. En el extremo derecho de la caricatura, una lechera interviene: “Surley [sic] el desorden de la vaca es preferible al del asno”.

El mismo Jenner haría acusaciones similares cuando decidió defender sus ideas y su honor por escrito, publicando con seudónimo una refutación a Rowley, cuya portada estaba grabada con su propia versión del niño con rostro de buey. Las palabras de Jenner para aquellos que atacan el método de la viruela bovina para proteger sus propios intereses financieros son cáusticas; sin embargo, escribe, “confío en que el buen sentido de la gente de Inglaterra sentirá el daño, y sabrá cómo repelerlo como deben”.[16] Doscientos años después, sin embargo, los intentos de desacreditar la seguridad y confiabilidad de la vacunación —ya sea contra el sarampión o contra el COVID— persisten. Los argumentos expuestos por los anti-vacunas de hoy a menudo repiten los argumentos de sus predecesores del siglo XIX: alegatos de ineficacia, alegaciones de efectos secundarios horripilantes, apelaciones a la religión. Jenner parece haber asumido que los beneficios de la vacunación serían tan autoevidentes que cerrarían todo debate. Que muchos continúen asaltando la seguridad y confiabilidad del método que él fue pionero en desarrollar , no solo décadas sino siglos después, es algo que, con toda probabilidad, el buen doctor nunca podría haber imaginado. 

Sobre la autora: El trabajo de Erica X Eisen ha sido publicado en The Washington Post, The Guardian, The Baffler, *n+1*, The Boston Review, AGNI y otras prestigiosas plataformas. Obtuvo su licenciatura en Historia del Arte y Arquitectura por la Universidad de Harvard, con especialización en arte japonés, y una maestría en Historia del Arte Budista y Conservación por The Courtauld Institute of Art. En la actualidad, es editora de la revista Hypocrite Reader. Sus escritos pueden consultarse en www.ericaxeisen.com.

10.9.25

Las píldoras del viejo Parr: cómo se convirtió una historia legendaria en un "producto milagro"

Foto gentileza de Steven Sostrom, reproducida con permiso del autor
 
En mi niñez tuve una radio idéntica a la de la foto, que mi padre compró no se donde. Su diseño imitaba a una botella del tradicional whisky escocés Grand Old Parr. Siempre me pareció un objeto fascinante: el dial estaba en el cuello de la botella, el botón de encendido y ajuste de volumen en la tapa y el parlante en la parte trasera.
 

 Foto gentileza de Steven Sostrom, reproducida con permiso del autor

Pasé mucho tiempo preguntándome quién era el anciano de la etiqueta, pero en aquella época no existía internet para investigarlo.

Pasaron varias décadas hasta que me enteré de que ese whisky debe su nombre a una figura británica legendaria:  el gran viejo Thomas Parr. Se le consideraba el hombre más longevo de Gran Bretaña, ya que supuestamente murió a los 152 años. Su fama fue tal que, en vida, un miembro de la nobleza lo visitó y lo presentó al rey Carlos I, muriendo poco después.  Como lo certifica el sitio web de la Abadía de Westminster, el anciano fue enterrado en ese lugar y su lápida aún puede visitarse hoy en día.

Sobre su supuesta longevidad, el sitio web "Quién es quién" comenta, con buen criterio:

"Es bastante improbable que naciera en 1483. El propio Parr no estaba en condiciones de conocer su edad exacta, y nada de lo que dijo indicaba que tuviera recuerdos del siglo XV, lo cual sería inusual, ya que probablemente esos serían sus recuerdos más vívidos. Aunque Parr era indudablemente anciano, a veces se postula una confusión (intencionada o no) entre su acta de nacimiento y la de su abuelo".

Pero la historia no acaba aquí. Más allá de esos usos legítimos de su leyenda —como comercializar un whisky o diseñar una radio—, en la Gran Bretaña de comienzos del siglo XIX  su figura fue recuperada con un propósito muy distinto 

"Aquí se venden las  píldoras vitales de Parr que son reconocidas como todo lo necesario para vencer la enfermedad y prolongar la vida" (London museum)
 

En la Inglaterra de principios del siglo XIX, las Parr's Life Pills —emblema de las fraudulentas 'medicinas milagrosas' de la época— se vendían prometiendo curar toda enfermedad y prolongar la vida. Su publicidad se sustentaba en la leyenda de Thomas Parr, atribuyéndole la creación de la receta. Paradójicamente, incluso garantizaban sanar síntomas contrapuestos como estreñimiento y diarrea. El folleto está en el museo de la ciudad de Londres

Para un análisis profundo de esta curiosa historia y su mutación con fines de curanderismo, traduzco el artículo original publicado en The Public Domain Review.

  

 El  viejísimo  Thomas Parr y el comercio de la longevidad  

Por Katherine Harvey

Según cuenta la historia, el viejo Tom Parr gozaba de relativa salud a pesar de sus 152 años hasta que una visita al Londres contaminado y nocivo en 1635 truncó su larga vida. Katherine Harvey investiga las afirmaciones de la temprana modernidad en torno a este supercentenario y el fraudulento negocio de la longevidad que le dio nombre en el siglo XIX.

Publicado el 21 de mayo de 2025

 

                         Pintura al óleo sin fecha de Thomas Parr, de artista desconocido, basada en una obra de 1635

En el otoño de 1635, un hombre llegó a Londres. Esto, en sí mismo, no era un hecho inusual: Londres era una metrópolis próspera, y el siglo XVII fue una época de rápido crecimiento urbano. Personas de todo el país y del mundo llegaban a la capital cada día. Pero Thomas Parr no era un hombre ordinario. Recientemente había celebrado su cumpleaños número 152.

 William Blake, El viejo Parr cuando era joven, 1820
 
El poeta John Taylor, escribió en 1635 "El Hombre Viejo, Viejo, Muy Viejo". Para este escritor que se hacía llamar"el poeta del agua", Parr se crió en la aldea de Winnington, en el condado de Shropshire. Nacido en 1483, hijo de un granjero arrendatario, trabajó como sirviente hasta heredar la labor de su padre a mediados de sus treinta años. Según se afirmaba, se casó por primera vez a los ochenta años, y por segunda vez a los ciento veintidós; también hizo penitencia pública a los ciento cinco años, cuando débilmente, torpemente, cometió un crimen al que hombres más ricos, más pobres, mayores y más jóvenes eran propensos: cometió adulterio

 Peter Paul Rubens, Old Parr, 1821

Thomas era, según todos los testimonios, un gran trabajador incluso bien entrado en su segundo siglo, pero hacia 1635 comenzaba a mostrar su edad. Podía caminar con apoyo, y aún le gustaba "hablar con fuerza, reír y estar alegre", pero también estaba ciego, muy arrugado, y solo tenía un diente.² Si el Conde de Arundel no hubiera decidido visitar sus propiedades ese verano, Parr seguramente habría muerto en el anonimato rural. Pero Thomas Howard era un entusiasta coleccionista de antigüedades, y al enterarse de la existencia de un hombre de 152 años, el conde decidió que esta maravilla debía ser llevada a Londres. Se dispuso una litera, y la gente acudió para vislumbrar a este ser extraordinario durante su viaje. Tras llegar a la capital, Parr vivió en la casa del conde en Londres, y fue presentado al rey Carlos I en Greenwich. Pero su estancia terminó abruptamente a mediados de noviembre, cuando enfermó y murió. Parr fue enterrado en la Abadía de Westminster poco después, bajo una lápida sencilla que indicaba que había presenciado los reinados de diez monarcas.

                                             Grabado de Thomas Parr firmado por A. P., 1788

 Desde una perspectiva del siglo veintiuno, nuestra reacción instintiva ante la historia del Viejo Parr es el escepticismo. Algunos de sus contemporáneos parecen haber compartido nuestro cinismo sobre tales relatos de longevidad extrema; el historiador Thomas Fuller, por ejemplo, se quejó una vez de que muchos ancianos "se hacen mayores de lo que son una vez pasados los setenta".³ Pero la mayoría parece haber aceptado simplemente la historia de Parr, igual que creían las afirmaciones similares hechas sobre Katherine Fitzgerald, condesa de Desmond (1464? 1504–1604), y el pescador de Yorkshire Henry Jenkins (1501?–1670). La creencia generalizada en ciertos relatos bíblicos de longevidad extrema —que eran ampliamente tomados como prueba de que los humanos podían vivir varios siglos, aunque nadie lo hubiera hecho desde el Diluvio universal — hacían que relatos como el de Parr parecieran plausibles. 

Dicha credulidad también se vio favorecida por la falta de documentación sobre vidas de gente común. Aparte de los relatos literarios, el único registro que perdura de la existencia de Parr es una escritura de 1588 que concedía a él y a su esposa Jane un arrendamiento vitalicio de su propiedad en Shropshire. (Documento que, según Taylor, se obtuvo mediante engaño: Parr temía que su arriendo, ya renovado tres veces por su longevidad, no se extendería nuevamente debido a su ceguera, así que hizo que su esposa pusiera un alfiler en el suelo. Cuando el propietario llegó, Parr lo detectó al instante, dejando a éste "medio atónito de que el Viejo hubiera recuperado la vista").⁴

 Grabado punteado de Thomas Parr, 1807

En consecuencia, en lugar de intentar probar o refutar la fecha de nacimiento de Parr, los relatos contemporáneos se centraron en responder dos preguntas: ¿por qué vivió Parr tanto tiempo, y por qué murió tan repentinamente? Las respuestas a estas preguntas reflejan la preocupación de la primera modernidad por la vida saludable, y en particular la creencia de que un conjunto de factores conocidos como "los seis no naturales" (a saber, aire y ambiente, comida y bebida, ejercicio, sueño, excreción y las emociones) tenían un efecto significativo en la salud de un individuo. Según tanto John Taylor como el médico real William Harvey (ahora más conocido por descubrir la circulación de la sangre, pero que también sirvió como médico de Jacobo I y Carlos I), la longevidad de Parr fue atribuible en gran medida al entorno limpio y agradable en el que vivía, y a sus sencillas costumbres rurales.⁵ A lo largo de su extensa vida, había trabajado duro, comido una dieta saludable de pan moreno, queso sin madurar y cebollas, evitado el alcohol fuerte y las preocupaciones, y dormido bien

Y entonces, como explicó Harvey en su informe de autopsia, la visita de Parr a Londres impuso "la adopción súbita de un modo de vida antinatural para él". Su alimentación habitual fue abruptamente sustituida por una "dieta generosa, rica y variada" que, combinada con bebidas alcohólicas fuertes, "arruinó las funciones de casi todos sus órganos naturales".⁶ Dicha dieta, sugería la teoría médica de la época, resultaba insalubre para cualquiera; de hecho, en el siglo XVII aumentaba la convicción de que la dieta campesina (basada principalmente en verduras y lácteos) era mucho más saludable que las carnes y vinos caros que preferían los ricos. Pero los manjares resultaban especialmente inapropiados para un hombre pobre como Parr, cuya digestión campesina estaba adaptada para procesar los alimentos más burdos que constituían su suerte ordenada por la divinidad.⁷ 

 Pintura al óleo de William Harvey diseccionando el cuerpo de Thomas Parr, ca. 1900

Como un "anciano debilitado" más acostumbrado al aire puro y templado del rural Shropshire, Parr era también extremadamente vulnerable a la contaminación del aire que plagaba el Londres de la primera modernidad.⁸ Harvey explicó que la ciudad estaba "llena de la inmundicia de hombres, animales, canales y otras formas de suciedad", que combinada con la "mugre que no era poca" producida por la constante quema de carbón producía un aire "pesado" insalubre —que era más desagradable en otoño.⁹ El escritor y jardinero John Evelyn, cuyo tratado de 1661 Fumifugium se centraba en el creciente problema de contaminación de Londres, no dudaba que la muerte de Parr fue causada por "el aire, que claramente lo marchitó".¹⁰ El Hombre Viejo, Viejo, Muy Viejo era —les parecía claro a sus contemporáneos— la encarnación de un modo de vida mejor, al menos hasta que sucumbió a las tentaciones y excesos de Londres. Y así, su historia era mejor entendida como un relato de advertencia sobre los peligros de la modernidad.

 ***

El fin de la larga vida de Parr marcó el comienzo de su aún más larga vida póstuma, y en los cuatro siglos desde su muerte, la historia de este hombre notablemente viejo ha tenido una metamorfosis. La biografía de Taylor permaneció en circulación durante todo el siglo dieciocho, y las imágenes de esta figura inspiradora también fueron populares. En algunas, estaba rodeado de una familia numerosa —y, aunque ninguno de sus vástagos sobrevivió a la infancia, varios centenarios del siglo dieciocho fueron identificados como sus descendientes. En la década de 1790, fue el tema de un Cheap Repository Tract, distribuido para su educación moral a los pobres que eran alfabetizados , en el cual Parr, que durante mucho tiempo había resentido su pobreza, muere por exceso en Londres, reconociendo solo en su lecho de muerte que "Dios sabe lo que es mejor para el hombre".¹¹ Incluso en la Inglaterra victoriana temprana, Parr seguía siendo una figura suficientemente conocida como para ser evocada en novelas populares como The Old Curiosity Shop o Tienda de antigüedades (en la cual Dickens describe un caballo longevo como "el mismísimo Viejo Parr de los ponis") y retratado en una obra escenificada en el Haymarket Theatre de Londres.¹²

En 1841, la historia de Parr recibió un nuevo impulso, gracias a un vendedor de periódicos de Nottingham llamado Herbert Ingram (1811–1860). Un hombre de orígenes relativamente humildes, Ingram entró primero en la industria de las medicinas patentadas como agente de Morrison’s Vegetable Pills. Cuando se enemistó con Morrison, decidió crear un remedio propio, y encargó a un médico local que ideara una receta inofensiva. Pronto, comenzó a vender esta preparación como Parr’s Life Pills — pequeñas p'ildoras que podían, afirmaba, curar virtualmente cualquier dolencia. Si se tomaban regularmente, también prevenirían enfermedades y promoverían la longevidad. Aunque las píldoras no tenían ningún beneficio médico demostrable, los métodos de marketing de Ingram fueron muy exitosos y las ganancias obtenidas de las píldoras proporcionaron el capital que le permitió crear The Illustrated London News

 Grabado de la década de 1830 basado en «El ganso enfermo y el Consejo de Salud» de George Cruikshank  , que muestra varias píldoras humanizadas y charlatanes sugiriendo tratamientos sanitarios para la enfermedad del ganso, que está sufriente a la izquierda. 
En la ilustración , el Viejo Parr declara: «Veo que las píldoras vitales de Parr son lo único que puede salvarlo». Una humanoide pastilla Morrison’s Vegetable Pills —de la empresa donde Ingram se había iniciado y de la que renegó— le replica: «¡Píldoras vitales! ¿Querrás decir mas bien Píldoras vegetales ? ¡Hagan que atiborren al enfermo con las píldoras de Morrison, no con las de Ingram!».
  
Las medicinas patentadas (es decir, preparados según fórmulas exclusivas del fabricante, sin prescripción médica) constituían un gran negocio en la temprana Inglaterra victoriana, favorecidas por la ausencia de regulación médica que permitía a cualquiera inventar y patentar fármacos. En este mercado crecientemente competitivo, las píldoras vitales de Parr se destacaron debido al relato fabricado por Ingram sobre su origen —historia difundida masivamente en un panfleto titulado La extraordinaria vida y época de Thomas Parr.

Esta biografía fuertemente embellecida supuestamente se inspiró en el redescubrimiento del testamento de Parr, que contenía la fórmula de un preparado medicinal al que atribuía su longevidad. Según Ingram, este notable remedio había sido ideado por el propio Parr tras quedar postrado por la disentería hemorrágica y el mal del Rey (escrófula). Al vivir en una época de supersticiones, el viejo decidió consultar a «una de esas ancianas lúgubres que, según la creencia popular, montaban escobas », pero sus tratamientos solo agravaron su estado de salud, haciendo temer a Parr por su vida.¹³ Sin embargo, gracias a sus recorridos campestres, había adquirido amplios conocimientos herbales que ahora comprendió que podían sanarle. Tras múltiples ensayos meticulosos, descubrió una fórmula sencilla tan eficaz que no solo lo curó, sino que lo hizo célebre «por su gran fuerza, actividad y vigor».¹⁴

 Portada de la quincuagésima primera edición de La extraordinaria vida y época de Thomas Parr, un folleto destinado a comercializar las píldoras Life Pills de Parr, ca. 1890 

Dibujo a hecho a pluma atribuido a «Matthews» de Old Parr mezclando su fórmula para la píldora de la longevidad, ca. 1861

Según Ingram, Parr mantuvo su descubrimiento en secreto —consciente de que, de revelarlo, «probablemente lo habrían tildado de brujo y sumergido en el abrevadero más cercano».¹⁵ Pero en su testamento legó la fórmula a su «segundo tataranieto» —herencia que implicó que muchos descendientes directos de Parr superaran ampliamente los cien años, demostrando así que «su ¡MARAVILLOSO MEDICAMENTO! (combinado con un estilo de vida moderado y prudente) constituye el MEDIO para garantizar una existencia longeva y saludable».¹⁶ 

Según Ingram, surgió nueva evidencia sobre los efectos rejuvenecedores a partir de la experiencia de otro centenario del siglo XVII, Henry Jenkins: un «anciano débil y vacilante» hasta que Parr le administró sus «píldoras dadoras de vida»; tras ello, Jenkins recuperó la vitalidad, volvió a pescar y habría alcanzado los 169 años.¹⁷

Dicho panfleto, publicado inicialmente en 1841 y reeditado frecuentemente hasta principios del siglo XX, fue solo un componente de una campaña promocional masiva.¹⁸ Varios anuncios aparecieron en diarios y revistas tanto británicos como internacionales, muchos incluyendo testimonios de clientes satisfechos como Joshua Ball postrado diecisiete años por gota reumática antes de recuperar la salud con este remedio. Pronto la empresa vendía decenas de miles de cajas semanales, obteniendo ganancias que permitieron a Ingram trasladarse a Londres. Allí fundó el Illustrated London News, accedió al parlamento y se distanció activamente del negocio que le dio fortuna —aparentemente temiendo que asociarse con una industria tan desacreditada minaría su creciente respetabilidad. De esa manera borró parcialmente de la memoria colectiva sus oscuros orígenes.

Ciertamente, pese a su popularidad, no todos creían en sus poderes. Durante el siglo XIX, revistas como Household Words satirizaron tanto el producto como sus fabricantes; un sketch de la revista satírica Punch propuso incluso «arrojar 12.000.000 de cajas de PARR'S Life Pills al mar: lográndose un beneficio para los peces y el público que así evita acceder al medicamento».¹⁹ Otros publicaron falsos testimonios con afirmaciones más hiperbólicas que los anuncios reales (presuntamente obra de escritores anónimos, no de clientes reales): el caso más escandaloso describía a un hombre que, supuestamente, sobrevivió a una caída en el Vesubio y a la explosión de Waterloo gracias a estas pastillas.

 Ilustración de un número de Punch de 1845 que acompaña a un testimonio del Sr. Hackett, en el que expone los beneficios de las píldoras vitales Parr.
 
Pero no todos percibían lo humorístico de la situación. En La situación de la clase obrera en Inglaterra, Federico Engels consideraba las medicinas patentadas una grave amenaza para las clases trabajadoras, quienes, al no poder costearse médicos, recurrían a remedios de charlatanes como las Parr's Life Pills para prevenir y tratar toda clase de males. Aunque reconocía que raramente contenían sustancias nocivas, Engels argumentaba que «si se consumen indiscriminadamente y con frecuencia, [estos preparados] perjudican el organismo», contribuyendo a «un debilitamiento general de la constitución física entre los obreros».²⁰ Cuatro décadas después, The Spectator manifestó inquietudes similares: muchos ignorantes dependían excesivamente de «medicinas muy pregonadas» como las Parr's Life Pills, descuidando la atención médica adecuada hasta ser demasiado tarde.²¹

Otros censuraron abiertamente las prácticas fraudulentas de la compañía. En sus memorias de 1893, el editor Henry Vizetelly declaró que la fortuna de Herbert Ingram provenía de «un burdo fraude al público inculto».²² Vizetelly quizá no era fuente imparcial; pese a colaborar con Ingram casi veinte años, al parecer lo detestaba. Pero su escepticismo no era el único. Cuatro décadas antes, The Medical Circular había investigado las píldoras vitales de Parr en su serie «Anatomía de la charlatanería», concluyendo que sus creadores amasaron su fortuna con «la credulidad de ingenuos», y que su versión de la historia del Viejo Parr era «un entramado de absurdos y mentiras de cabo a rabo».²³

Resulta llamativo que, pese a su fama de cínica, The Medical Circular no cuestionara la longevidad de Parr; incluso sugirió que tanto él como Jenkins debían sus vidas longevas a una «constitución robusta natural y circunstancias ambientales».²⁴ Empero, en una época que valoraba progresivamente la ciencia y la documentación rigurosa, crecían las dudas. En su influyente obra Longevidad humana: Hechos y ficciones (1873), el escritor anticuario William J. Thoms abogó por un estudio más metódico de la longevidad, desmintiendo a numerosos supercentenarios famosos. Si bien aceptaba que Parr fue un hombre muy anciano —probablemente algo más de cien años— consideró imposible verificar los datos básicos de su vida según Taylor, además de señalar que (a pesar de crecientes relatos sobre descendientes longevos de Parr) murió sin progenie.

Tras el riguroso análisis de Thoms, resultaba difícil rebatir su conclusión de que toda la historia era solo «una fábula descomunal» —y, al apagarse el brillo de la leyenda de Parr, las píldoras homónimas también declinaron.²⁵ Sin embargo, más de un siglo tras discontinuarse las píldoras y casi cuatro siglos después de la muerte del viejo Parr , el atractivo de la longevidad persiste. Mientras charlatanes modernos promueven métodos cada vez más peregrinos para alargar la vida, la historia de las píldoras vitales de Parr (que pasaron de ser garantía sanitaria a amenaza) sirve de saludable advertencia para los  crédulos. 

Como escribió un desconocido inglés del siglo XIX «Nunca he oído que el Viejo Parr fuera tan necio como para tomar píldoras para mantener la salud; y si alguien hoy viviera la mitad de lo que él supuestamente vivió, sería un milagro aún mayor que todo lo atribuido a l mismo Parr.».²⁶

 Notas

  1. John Taylor, The Old, Old, Very Old Man (London: printed for Henry Goffon, 1635), 9.
  2. Ibid., 11.
  3. Thomas Fuller, The History of the Holy War (London: William Pickering, 1840), 274–275.
  4. See Taylor, The Old, Old, Very Old Man, 1–4.
  5. For William Harvey’s autopsy notes, see his “Anatomical Examination of the Body of Thomas Parr”, in The Works of William Harvey (London: The Sydenham Society, 1847), 589–594.
  6. For these quotations, see “The Earl of Arundel and Old Parr, 1635”, in Geoffrey Langdon Keynes, The Life of William Harvey (Oxford: Clarendon Press, 1966), 219–225.
  7. Allen Grieco, “Food and Social Classes in Late Medieval and Renaissance Italy”, in J-L. Flandrin, M. Montanari, and A. Sonnenfeld (eds.), Food: A Culinary History (New York: Columbia University Press, 1999); Joan Thirsk, Food in Early Modern England (London: Hambledon Continuum, 2007), 214.
  8. Harvey quoted in Keynes, The Life of William Harvey, 224.
  9. Ibid.
  10. John Evelyn, Fumifugium: or, the Inconvenience of the Aer and Smoak in London (London: printed by W. Godbid for Gabriel Bedel, 1661), 8–9.
  11. Old Tom Parr. A true story. Shewing that he was a laboring man and the wonder of his time, and how he was brought up to London by the earl of Arundel, 1635, in which year he died, aged 152, according to some historians; others say in his hundred and sixtieth year; but all agree that he had lived through the reign of ten different sovereigns (London: J. Marshall, 1799).
  12. Charles Dickens, The Old Curiosity Shop (London: J. M. Dent, 1995), 567.
  13. The Extraordinary Life and Times of Thomas Parr (London: T. Roberts & Co., ca. 1890s), 6.
  14. Ibid., 7.
  15. Ibid., 7.
  16. Ibid., 8.
  17. Ibid., 10.
  18. Keith Thomas, “Thomas Parr [called Old Parr]”, ODNB.
  19. “Oh Dear! What Can the Matter Be?” Punch, vol. 14 (January–June, 1848), 53.
  20. Frederick Engels, The Condition of the Working Class in England in 1844, trans. Florence Kelley Wischnewetzky (London: George Allen and Unwin, 1892), 104–105.
  21. “Mr Holloway”, The Spectator (December 29, 1883): 1689.
  22. Henry Vizetelly, Glances Back Through Seventy Years, vol. 1 (London: Kegan Paul, Trench, Trubner & Co., 1893), 235.
  23. “The Anatomy of Quackery”, The Medical Circular (February 23, 1853): 146–147.
  24. Ibid.
  25. William J. Thoms, Human Longevity: Its Facts and Fictions (London: John Murray, 1873), 85.
  26. Ibid., 91. 

 Sobre la autora del artículo: 

Katherine Harvey es una historiadora, escritora y crítica del Reino Unido, especializada en historia medieval. Obtuvo su licenciatura (BA), maestría (MA) y doctorado (PhD) en Historia en el King's College de Londres, y es investigadora honoraria en Birkbeck, Universidad de Londres. 

Ha publicado numerosos artículos en revistas académicas y publicaciones populares, como BBC History Magazine, History Today, Aeon y The Atlantic. Sus reseñas aparecen regularmente en publicaciones como The Sunday Times y The Times Literary Supplement. Su libro más reciente, The Fires of Lust: Sex in the Middle Ages (Los fuegos de la lujuria: El sexo en la Edad Media), fue publicado en octubre de 2021. Actualmente, está trabajando en un libro sobre la vida saludable en la Edad Media.

2.9.25

Teresa de Ávila, la santa que levitaba contra su voluntad

Portada del libro 
 
Carlos Eire, un reconocido historiador de Yale y ganador del National Book Award, presenta en "They Flew: A History of the Impossible" una meticulosa investigación de cuatro décadas sobre fenómenos sobrenaturales en la Europa de los siglos XVI y XVII. Basándose en archivos primarios en múltiples idiomas, testimonios de testigos presenciales y registros eclesiásticos, Eire documenta casos de levitación, bilocación, éxtasis y otros fenómenos místicos protagonizados principalmente por figuras religiosas. 

El libro se centra especialmente en personajes levitadores como San José de Cupertino, conocido como "el fraile volador", quien supuestamente podía elevarse en el aire durante horas, especialmente durante la celebración de la misa o al escuchar nombres sagrados,  Magdalena de la Cruz (monja franciscana de Córdoba), Luisa de la Ascensión (la monja de Carrión), o Santa Teresa de Jesús (también conocida como Santa Teresa de Ávila)

El autor plantea que los historiadores deben tratar las creencias en lo sobrenatural con respeto académico, considerándolas como "hechos sociales"del pasado y como tales, legítimos en sí mismos en lugar de simples supersticiones. 

A continuación, la traducción del texto que The Public Domain Review extrajo y adaptó con permiso del autor, dedicado a Santa Teresa de Jesús. 

 

Teresa de Ávila: la levitadora involuntaria y sus humildes raptos místicos

 
 Siguiendo a Jusepe de Ribera, Santa Teresa de Ávila (detalle), ca. siglo XVII
 
Una de las levitadoras más conocidas de la era moderna temprana, y una de las más renuentes a hacerlo, es Santa Teresa de Ávila
 
Teresa de Ahumada y Cepeda (1515-1582) se hizo monja carmelita durante su adolescencia en el Convento de la Encarnación de su ciudad natal, Ávila, una ciudad amurallada en Castilla la Vieja, España. Cuando rondaba los veintitantos estuvo afligida por una enfermedad que ningún médico logró diagnosticar o curar correctamente. Llegó literalmente a las puertas de la muerte, fue dada por muerta y preparada para el entierro, pero recobró la consciencia apenas unas pocas horas antes de ser depositada en su tumba. Teresa quedó paralizada durante un tiempo considerable después de esto y finalmente se recuperó, aunque de manera lenta y dolorosa. 
 
Fue una monja poco fervorosa durante muchos años tras regresar a su convento —según su propia valoración crítica— hasta que comenzó a experimentar visiones y raptos cuando llegó a los cuarenta años. 
 
Conforme estos fenómenos se intensificaron de manera rápida y dramática, naturalmente despertó sospechas de estar bajo influencia demoníaca o de ser una impostora descarada. Sin embargo, al mismo tiempo, muchas personas de su entorno estaban convencidas de que sus experiencias tenían un origen genuinamente divino. Por esta razón, sus superiores le ordenaron escribir un relato detallado de su vida y sus éxtasis bajo la vigilancia atenta de la Inquisición. Ese texto, que llegó a conocerse como su Vida o "autobiografía", constituye un intento de convencer a todos de que sus experiencias extraordinarias son verdaderamente sobrenaturales. Una parte esencial de esta narrativa es el énfasis constante que hace Teresa sobre su propia humildad y sobre el dolor y la vergüenza que le causaban los éxtasis que experimentaba en público o que se hacían del conocimiento público, especialmente aquellos éxtasis durante los cuales levitaba.

Los raptos y levitaciones de Teresa son únicos por varias razones, siendo tres de ellas las más significativas. 

En primer lugar, ningún otro levitador cristiano ha proporcionado un relato en primera persona tan completo ni ha descrito y analizado la experiencia con tanto detalle como Teresa. 

En segundo lugar, ningún otro levitador se ha quejado tan frecuente y vehementemente sobre el hecho de levitar como lo hizo Teresa. 

Y en tercer lugar, muy pocos levitadores han logrado poner fin a sus levitaciones de manera tan súbita y dramática como Teresa. 

Es evidente que su análisis detallado de sus propias levitaciones no puede considerarse una prueba empírica de la realidad de tales fenómenos; sin embargo, sí ofrece una ventana excepcionalmente clara a sus percepciones, o al menos a la manera en que deseaba que otros comprendieran dicha experiencia. Hasta la fecha, ningún otro levitador cristiano ha superado a Teresa en este aspecto.

En su Vida, Teresa tiende a emplear el término "arrobamiento" o rapto para referirse a las experiencias que la transportan al reino celestial de lo divino. Sin embargo, a veces también utiliza "arrebatamiento" o arrebato para tales experiencias, o sugiere que el arrebatamiento es en realidad un tipo de arrobamiento, como hace cuando relata: "Estando en la recitación de un himno, vínome un arrebatamiento tan súbito que casi me sacó de mí: cosa que yo no podía dudar, porque fue muy claro. Esta fue la primera vez que el Señor me hizo merced de ningún género de arrobamiento."

Independientemente del término empleado, Teresa deja en claro que, ya sea que una persona levite o no durante un arrobamiento, el cuerpo frecuentemente se ve afectado de manera intensa, incluso violenta, principalmente a través de la privación de los sentidos y la parálisis, además de caer en un estado similar al trance acompañado por efectos físicos posteriores que persisten durante un tiempo. "Tornemos ahora a los arrobamientos , y a sus trazas más ordinarias. Puedo testificar que después de un arrobamiento mi cuerpo frecuentemente se sentía tan liviano que parecía no pesar absolutamente nada: y a veces esto era tan abrumador que apenas podía distinguir si mis pies tocaban el suelo. Porque durante todo el arrobamiento, el cuerpo permanece como si estuviera muerto e incapaz de hacer nada por sí mismo." Y de cualquier manera que estuviera posicionado cuando fue tomado por el rapto, así es como el cuerpo permanece: ya sea de pie, sentado, o con las manos abiertas o entrelazadas.2 

 Fotografía de la obra "El éxtasis de Santa Teresa" de Gian Lorenzo Bernini, una escultura del siglo XVII ubicada en la iglesia romana de Santa María della Vittoria. La fotografía procede de Max von Boehn, Lorenzo Bernini; su época, su vida, su obra (1912).
 
Este estado de animación suspendida lleva al cuerpo al borde de la muerte y causa un deterioro significativo. En un pasaje, Teresa dice que durante estos raptos una persona puede sentirse "como alguien que está siendo estrangulado, con una cuerda alrededor del cuello, luchando todavía por tomar aliento."3 Una y otra vez, Teresa enfatiza la dimensión física de sus raptos, probablemente porque era la manera visiblemente alarmante en que se comportaba su cuerpo lo que llamaba la atención hacia sus experiencias místicas. Necesitaba explicar lo que otros estaban presenciando como algo inherentemente espiritual y no como cualquiera de las terribles alternativas: ataques demoníacos, simple engaño, enfermedad mental o una dolencia física. Basándose en sus propias descripciones de las reacciones de su cuerpo ante el rapto, otros fácilmente podrían confundir tales respuestas —que la paralizarían instantáneamente y la dejarían tan rígida e insensible como una estatua de mármol— con simples convulsiones catalépticas: "Las manos se ponen heladas y a veces se extienden rígidamente como pedazos de madera, y el cuerpo permanece en cualquier posición en que se encuentre cuando llega el rapto, ya sea de pie o arrodillado... y parece como si el alma hubiera olvidado animar el cuerpo."4

Teresa también afirma que toda percepción sensorial deja de funcionar, como si la conexión entre cuerpo y alma estuviera temporalmente cortada. En el punto más alto del rapto, dice, "uno no verá, ni oirá, ni percibirá", y esto ocurre porque el alma está entonces tan "estrechamente unida con Dios" que "ninguna de las facultades del alma es capaz de percibir o saber lo que está sucediendo."5 Incluso si los ojos permanecen abiertos, añade, "uno no percibe ni nota lo que ve."6 En otros lugares, también destaca los efectos de esta experiencia cercana a la muerte sobre el cuerpo, no solamente mientras el evento se está desarrollando sino también después: "Ocasionalmente, llego cerca de perder completamente mi pulso, según me han dicho aquellas de mis hermanas que a veces me han encontrado así... con mis tobillos dislocados y mis manos tan rígidas que a veces no puedo ni siquiera juntarlas. Hasta el día siguiente mis muñecas y mi cuerpo continuarán doliendo, como si mis articulaciones hubieran sido desgarradas."7

 

 Pedro van Lint, Santa Teresa de Ávila se encuentra con el ángel (siglo XVII)

Teresa enfatiza tanto el aspecto físico intenso como el carácter espiritual elevado de estas experiencias. Desconcertada por la limitación del lenguaje, reflexiona repetidamente sobre cómo el dolor y la felicidad, tanto corporales como espirituales, se mezclan de forma paradójica: "Estos raptos parecen el umbral mismo de la muerte", afirma, "pero el sufrimiento que causan trae consigo tal gozo que no conozco nada comparable." En consecuencia, añade, estos raptos son "un martirio violento y delectable."8 En otro lugar, Teresa confiesa que durante aquellos días cuando sus arrobamientos eran constantes, andaba "como si estuviera estupefacta" (embovada) y añade: "No quería ver ni hablar con nadie, sino solamente abrazar mi dolor, que me causaba mayor dicha de la que puede encontrarse en toda la creación."9

Es frecuentemente difícil, cuando no imposible, distinguir si Teresa se refiere a los efectos espirituales o físicos del rapto. Sin embargo, en algunos pasajes aclara que resistirse a estos arrobamientos exige un esfuerzo físico intenso, lo que refuerza su afirmación de que cuerpo y alma participan por igual en estas experiencias. Además, queda claro que las levitaciones son casi tan inevitables como los raptos de naturaleza puramente espiritual.

He querido resistir muchas, muchas veces, y he puesto toda mi fuerza en ello, especialmente con raptos en público, y frecuentemente también con los que ocurren en privado, cuando temía estar siendo engañada. A veces podía resistir algo, al borde del agotamiento. Después quedaría completamente exhausta, como alguien que ha luchado contra un gigante poderoso. En otras ocasiones resistir ha sido imposible, y mi alma ha sido arrebatada, y muy a menudo mi cabeza también junto con ella, sin poder detenerlo, y a veces todo mi cuerpo también, que incluso ha sido levantado del suelo.10

En otros pasajes, Teresa habla directamente de las levitaciones, y su descripción de la imposibilidad de resistirlas —así como del sufrimiento físico que conlleva intentarlo— es prácticamente la misma que en otros momentos. "Cuando traté de resistir estos raptos", dice, "me parecía que estaba siendo levantada por una fuerza debajo de mis pies tan poderosa que no conozco nada con lo que pueda compararla, porque llegaba con una intensidad mucho mayor que cualquier otra experiencia espiritual y me sentía como si estuviera siendo desgarrada, porque es una lucha poderosa, y cuando todo está dicho y hecho, no tiene sentido si esta es la voluntad del Señor, porque Su poder nunca puede ser vencido por otro."11

 

 Grabado de Adriaen Collaert que representa el milagro de la levitación de Teresa, perteneciente a una serie de estampas sobre la vida de Teresa de Ávila publicada en Amberes hacia 1613.

El énfasis de Teresa en la irresistibilidad de los raptos y las levitaciones debe entenderse no solo a la luz de su relación con Dios, sino también en el contexto de las relaciones de poder con sus confesores y superiores eclesiásticos. Cuando comenzaron sus experiencias místicas, se le exigió que resistiera los arrobamientos y fue incluso culpada por no impedirlos. En este marco, era fundamental que, en el relato autobiográfico que le fue ordenado escribir, destacara su incapacidad para resistirlos.

Asimismo, necesitaba subrayar que constantemente rogaba a Dios que se abstuviera de colmarla con esos favores, especialmente cuando implicaban levitaciones en presencia de testigos. Sabía que tales escenas se difundirían rápidamente, dando lugar a rumores sobre milagros y generando una admiración que ella consideraba peligrosa. Desde su perspectiva, cuanto más se extendieran los relatos sobre sus levitaciones y más creciera la adulación, mayor sería el daño tanto para ella como para la Iglesia en su conjunto.

Al describir las experiencias propias de la etapa penúltima del camino místico —la sexta de las siete moradas que presenta en El Castillo Interior (1577)—, Teresa afirma lo siguiente:

"En esta morada ocurren arrobamientos continuamente sin manera alguna de evitarlos, incluso en público, y entonces siguen las persecuciones y murmuraciones, y aunque el alma quiere estar libre de temores, nunca está libre de ellos, porque tantas personas se los imponen, especialmente sus confesores."13

Los esfuerzos de Teresa por controlar sus levitaciones iban mucho más allá de simples palabras u oraciones. Según testigos presenciales, su resistencia tenía una dimensión física intensa, casi violenta. Domingo Báñez, un destacado teólogo dominico y uno de sus consejeros espirituales, relató que él y otras personas vieron a Teresa elevarse en el aire poco después de recibir la comunión. En esa ocasión, ella se aferró con fuerza a una reja en la iglesia, angustiada, y rogó en voz alta:

«Señor, por algo tan insignificante como poner fin a estos favores con los que me colmas, no permitas que una mujer tan pecadora como yo sea confundida con alguien bueno».

Otros testigos también afirmaron haberla visto agarrando las alfombras del suelo del coro mientras ascendía, sosteniéndolas con fuerza como una señal para que las demás monjas tiraran de su hábito y la ayudaran a bajar 

                                                    John Singer Sargent, Saint Teresa of Avila (detail), ca. 1903

Cuando todo está dicho y hecho, uno de los aspectos más notables de las levitaciones de Teresa es su actitud hacia ellas y lo mucho que se quejaba de ellas, no solamente a quienes la rodeaban sino al mismo Dios. Como dice en "El Castillo Interior", hablando de sí misma en tercera persona: "Ella no hace sino rogar a todos que rueguen por ella y suplicar a Su Majestad que la lleve por otro camino, como se le aconseja hacer, ya que el camino por el que va es muy peligroso."15 De manera muy similar a Santa Catalina de Siena, quien recibió estigmas que eran invisibles, Teresa prefería recibir raptos que estuvieran ocultos a los ojos de otros.16

Según ella y según quienes la rodeaban, súbitamente dejó de levitar, y sus raptos públicos no levitatorios se volvieron mucho menos frecuentes. Aunque menciona esto en la Vida y dice que ocurrió cuando estaba escribiendo la versión final del vigésimo capítulo, no se extiende sobre el tema. De hecho, esta información es fácil de pasar por alto, oculta como está en una narrativa larga y serpenteante, de manera algo cautelosa, casi como un comentario al margen.17 

Es probable que Teresa no quisiera tentar a la suerte, porque no querría que sus superiores y confesores pensaran que se estaba jactando de alguna manera o que estaba subestimando la omnipotencia de Dios y su control absoluto sobre sus éxtasis. "A menudo le rogué al Señor que no me concediera más favores con señales externas visibles", explica, "porque estaba cansada de tener que lidiar con tales preocupaciones y, después de todo, Su Majestad podría concederme tales favores sin que nadie lo supiera. Aparentemente, Él, en su bondad, se inclinaba a escuchar mis súplicas, porque hasta ahora —aunque en verdad ha sido solamente un tiempo corto— nunca más he recibido tales favores."18

Sin embargo, por más que Santa Teresa intentó distanciarse de la levitación, la creencia en este fenómeno no hizo más que intensificarse entre los católicos tras su muerte, en gran parte debido a su creciente fama. Durante el siglo XVII —una época que muchos consideran el inicio de la llamada Era de la Razón—, siguieron apareciendo relatos de levitaciones en todo el mundo católico, no solo en Europa, sino también en las colonias de España, Portugal y Francia.

Curiosamente, muchos de estos místicos vivieron en la misma época en que Isaac Newton empleaba el empirismo y el razonamiento inductivo para formular su ley de la gravitación universal. Mientras él sentaba las bases de la ciencia moderna, ellos parecían desafiarla: caminaban sobre la tierra o se elevaban por encima de ella.

Gran parte de estos «aeróbatas barrocos» siguieron los modelos establecidos por figuras como Santa Teresa. Pero otros, sin embargo, alcanzaron alturas —literales y simbólicas— más espectaculares que cualquier precedente.19

 

Sobre el autor: Carlos M. N. Eire es profesor T. L. Riggs de Historia y estudios religiosos en la Universidad de Yale. Es autor de They Flew: A History of the Impossible, Waiting for Snow in Havana, ganador del Premio Nacional del Libro, así como de War Against the Idols; A Very Brief History of Eternity; y Reformations. Vive en Guilford, Connecticut, EEUU.