Durante gran parte del siglo XVIII, los intelectuales occidentales se dedicaron a la búsqueda de tritones y sirenas. El historiador Vaughn Scribner estudia esta búsqueda y revela cómo estos supuestos ancestros acuáticos de la humanidad se convirtieron en extraordinarios objetos donde proyectar teorías sobre diferencias geográficas, raciales y taxonómicas. El artículo original en inglés está acá .
Sobre el autor: Vaughn Scribner es profesor asociado de historia británico-americana en la Universidad de Arkansas Central. Es autor de Inn Civility: Urban Taverns and Early American Civil Society (2019) y Merpeople: A Human History (2020). En la actualidad está trabajando en su tercer libro —Under Alien Skies: The Climate of War in Revolutionary America— el cual será la primera monografía de extensión completa sobre historia ambiental de la Revolución Americana.
El 6 de mayo de 1736, el sabio multidisciplinario Benjamín Franklin comunicó a los lectores de su Pennsylvania Gazette el avistamiento en Bermuda de un "monstruo marino" cuya "parte superior era semejante en forma y tamaño a un niño de doce años, de cabellera negra y larga, mientras la inferior recordaba a un pez". Al parecer, su "semblante humano" convenció a los captores de perdonarle la vida. De manera similar, la Providence Gazette de 1769 narraba cómo tripulantes de un navío inglés frente a Brest (Francia) vieron "un ser marino con apariencia humana" circundando su barco, deteniéndose ante "la efigie de una hermosa mujer que adornaba nuestra proa". El capitán, el piloto y los "treinta y dos hombres de la tripulación" avalaron el relato.1
Estos casos ejemplifican lo que cualquier británico de la temprana modernidad hallaría en la prensa. Su mera publicación es reveladora: intelectuales como Franklin juzgaban tales encuentros suficientemente verosímiles para divulgarlos en periódicos influyentes. Así, impresores y autores alimentaban una narrativa de lo maravilloso. Imagínese a un londinense leyendo su gaceta (acaso en la Mermaid Tavern —Taberna de la Sirena—) sobre nuevos avistamientos de sirenas: su escepticismo bien pudo transmutarse en curiosidad.2
Los debates filosóficos sobre tritones y sirenas demuestran cómo lo maravilloso se integraba en la indagación sobre los orígenes humanos. Naturalistas analizaban estos híbridos con rigor metodológico, llegando a postular su existencia real como prueba de un pasado acuático del hombre. Como con otros hallazgos de sus expediciones, los eruditos europeos aplicaron teorías de diferencia racial, biológica, taxonómica y geográfica para ubicar —a través de estos seres— la posición humana en el orden natural.3
"Una 'curiosa y sorprendente Ninfa... capturada en el Año 1784, en el Golfo de Stanchio', y exhibida en la Gran Sala de Spring Gardens, Londres, en 1795." (Reproducida con permiso de los Archivos Metropolitanos de Londres, Ciudad de Londres.)
La mezcla de curiosidad y expansionismo occidental se plasma de manera vívida en el interés por los seres marinos humanoides. Acaudalados y sociedades eruditas patrocinaron expediciones de naturalistas, botánicos y cartógrafos al Nuevo Mundo, ansiosos por ampliar los horizontes del conocimiento humano. Las cada vez más numerosas investigaciones sobre sirenas y tritones no solo mostraban una fascinación creciente por lo prodigioso, sino que —de forma crucial— evidenciaban la transformación radical de la metodología científica en dos siglos.
Lejos de limitarse a textos clásicos y testimonios dudosos, los naturalistas dieciochescos emplearon herramientas "modernas": redes epistolares globales, publicaciones académicas, viajes transatlánticos, protocolos para preservar especímenes y sociedades científicas, todo para estudiar racionalmente lo que muchos tildaban de quimérico. Así, toda una generación de eruditos simultáneamente perpetuó y cuestionó el ideal ilustrado de racionalidad, aplicando métodos rigurosos al estudio de estos enigmáticos seres. Filósofos como Cotton Mather, Peter Collinson, Samuel Fallours, Carl Linnaeus y Hans Sloane desafiaron —para sus coetáneos y para nosotros— las fronteras entre ciencia, naturaleza y humanidad. Dicho crudamente: las mentes más preclaras del XVIII dedicaron años a perseguir sirenas por el orbe.4
La Royal Society londinense fue piedra angular en esta empresa, funcionando a la vez como archivo y laboratorio de ciencia legítima. Sir Robert Sibbald, eminente médico y geógrafo escocés, conocía bien la sed de descubrimientos de la institución. El 29 de noviembre de 1703 escribió a Sir Hans Sloane, entonces presidente, anunciando que había documentado criaturas anfibias escocesas —incluyendo grabados calcográficos— que deseaba dedicar a la Sociedad. Sabedor de su interés por la vanguardia científica, Sibbald destacaba haber "incorporado diversos registros e ilustraciones de animales anfibios acuáticos, y de algunos híbridos, como las sirenas avistadas ocasionalmente en nuestros mares".5 He aquí a dos gigantes intelectuales del Setecientos discurriendo con seriedad académica sobre seres mitológicos.
Ilustración de 'Pesce Donna' (Pez Mujer) de la obra de Giovanni Antonio Cavazzi titulada 'Istorica descrizione de' tre' regni Congo, Matamba, et Angola' (Una descripción histórica de tres reinos: Congo, Matamba y Angola), 1687
El 5 de julio de 1716, Cotton Mather dirigió una carta a la Royal Society londinense —gesto habitual en el naturalista bostoniano, acostumbrado a compartir sus observaciones científicas. Pero el contenido era singular: bajo el título "Un Tritón", la misiva revelaba su auténtica fe en la existencia de seres marinos humanoides. El miembro de la Royal Society confesaba que, hasta poco antes, consideraba a tritones y sirenas tan ficticios como "centauros o esfinges". Había recopilado decenas de testimonios históricos, desde el griego Demóstrato —que vio un "Tritón disecado... en Tanagra"— hasta las afirmaciones de Plinio el Viejo. Pero dado que "los plinianismos carecen de crédito hoy",6 admitía haber descartado inicialmente estos relatos.
Sus "sospechas" sobre estos seres "cobraron vigor" al descubrir registros antiguos citados por eruditos europeos como Boaistuau y Belonio. La duda persistió hasta el 22 de febrero de 1716, cuando "tres hombres dignos de fe" navegando de Milford a Branford (Connecticut) avistaron un tritón. Al recibir el testimonio directo, Mather proclamó: "mi credulidad ha capitulado por fin, obligándome a admitir la existencia del tritón".
La criatura huyó, pero no antes de que los testigos observaran su "cabeza, rostro, cuello, hombros, brazos, pecho y espalda totalmente humanos... [con] parte inferior pisciforme, plateada como un pez macarela (caballa) ". Este encuentro zanjó la cuestión para Mather. Jurando veracidad, prometió informar a la Royal Society sobre "todo fenómeno natural insólito".7
Una ilustración del 'Tritón de Martinica' de The Universal Magazine of Knowledge and Pleasure [La Revista Universal del Conocimiento y el Placer], vol. XXIX (1761)
El célebre naturalista Carl Linnaeus también se sumergió en la investigación de sirenas y tritones. Tras leer artículos periodísticos sobre avistamientos de sirenas en Nÿkoping (Suecia), Linnaeus envió una carta a la Academia de Ciencias de Suecia en 1749 instando a organizar una expedición para "capturar este animal vivo o conservado en alcohol". Linnaeus admitía que "la ciencia no tiene una respuesta definitiva sobre si la existencia de sirenas es un hecho o una fábula producto de la imaginación ante algún pez oceánico". Sin embargo, en su opinión, la recompensa superaba el riesgo, pues el descubrimiento de tal fenómeno "podría convertirse en uno de los mayores logros que la Academia podría alcanzar y por el cual el mundo entero debería agradecerle". ¿Acaso estas criaturas podrían revelar los orígenes de la humanidad? Para Linnaeus —reconocido mundialmente por sus contribuciones a la clasificación taxonómica—, este antiguo misterio debía resolverse.8
El artista neerlandés Samuel Fallours también afirmó haber descubierto seres acuáticos en tierras lejanas, desencadenando así un debate que se prolongó durante décadas a través de continentes y medios. Fallours vivió en Ambon (Indonesia) entre 1706 y 1712 como asistente clerical de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales. Durante su estancia en una "isla de las especias", realizó dibujos de la flora y fauna local. Una de sus imágenes representaba una sirena o "sirenne". La "sirenne" de Fallours se asemejaba a la clásica representación de una sirena: cabello largo verde marino, rostro agradable y torso desnudo que se transformaba en una cola azulverdosa a la altura de la cintura. No obstante, su piel era oscura (con un ligero tono verdoso), sugiriendo un parecido con la población indígena local.9
En las notas que acompañaban el dibujo original, Fallours declaró haber "tenido a esta sirena viva durante cuatro días en mi casa de Ambon, dentro de una tina con agua". Su hijo se la había traído desde la cercana isla de Buru, "donde la compró a los negros a cambio de dos varas de tela". Finalmente, la criatura murió de hambre, "rechazando todo alimento: ni peces, ni mariscos, ni algas o hierbas". Tras su muerte, Fallours "tuvo la curiosidad de levantar sus aletas delanteras y traseras, [descubriendo] que tenía forma de mujer". Afirmó que el espécimen fue enviado a Holanda y se perdió. Sin embargo, la historia de esta sirena de Ambon apenas comenzaba.10
Acuarela de una 'Sirenne' [Sirena] por Samuel Fallours, ca. 1706-1712
'Sirenne', según Fallours, y 'Ecrevisse' (cangrejo de río) de la segunda edición de Poissons, ecrevisses et crabes [Peces, cangrejos de río y cangrejos] (1754) de Louis Renard
Años antes de que el librero Louis Renard —francés afincado en Ámsterdam— publicara la sirenne de Fallours en su Poissons, ecrevisses et crabes (1719), esos dibujos ya circulaban profusamente. Pero sus colores estridentes y criaturas fantásticas sembraron dudas. El propio Renard cuestionaba su veracidad: "Temo que este monstruo llamado sirena... requiera rectificación".11
La pintura de Fallours generó tanto entusiasmo como escepticismo. En el prólogo a la edición de 1754, Aernout Vosmaer —director de las colecciones zoológicas y gabinetes del Estatúder— tachó de "endebles" los argumentos contra estos seres. Alegó que su rareza se debía a que, siendo híbridos, "eludían mejor las trampas humanas".12 Además, por su similitud anatómica con nosotros, se descomponían más rápido que otros peces, explicando su ausencia en museos.
Hacia 1750, médicos y eruditos no solo creían en sirenas, sino que especulaban sobre sus implicaciones evolutivas. G. Robinson (1764) admitía que, aunque muchos naturalistas las consideraban fabulosas, "los testimonios acumulados hacen plausible su existencia".13 El reverendo Smith fue más allá en 1768: "hay pruebas suficientes para zanjar el debate". Pero sus "pruebas" seguían siendo relatos antiguos o conjeturas. Se necesitaban bases científicas.
Dos estudios clave en el Gentleman's Magazine (1759-1775) marcaron un hito. El primero presentaba un grabado de una sirena exhibida en la Feria Saint-Germain (París, 1758), "dibujada del natural por el célebre Gautier".14 Jacques-Fabien Gautier —académico de Dijon y maestro de ilustración científica— aportaba credibilidad al describirla como un ser de 60 cm, "vivaz y ágil" en su tanque de agua. Su metodología rigurosa distinguía este trabajo, incluso sin su firma.
Aguatinta en color de la ilustración de una sirena de Jacques Fabien Gautier d'Agoty, ca. 1758
Gautier registró, en consecuencia, que "su postura, cuando estaba en reposo, era siempre erguida. Era una hembra, y sus rasgos eran horriblemente feos". Como se muestra en detalle en la ilustración adjunta, Gautier describió su piel como "áspera, las orejas muy grandes, y la parte trasera y la cola estaban cubiertas de escamas". Según la imagen, esta no era la sirena que durante mucho tiempo había adornado las catedrales de Europa. Tampoco coincidía con la descripción transmitida por tantos otros naturalistas y descubridores a lo largo de la historia. Mientras que la mayoría había visto una figura femenina llamativa, distinguida por su cabello azul verdoso fluido, la sirena de Gautier era completamente calva, con orejas "muy grandes" y rasgos "horriblemente feos". La nereida del ilustrador también era mucho más pequeña que las sirenas tradicionales, con solo sesenta centímetros (dos pies) de altura. Más que nada, la sirena de Gautier reflejaba el enfoque de mediados del siglo XVIII para estudiar los aspectos maravillosos de la naturaleza: el francés empleó técnicas científicas muy respetadas —en este caso, una inspección detallada de la anatomía de la criatura y un dibujo adjunto preciso (muy similar a los de otras criaturas ilustradas de la época)— para presentar como realidad lo que muchos aún consideraban fantasía.15
Los eruditos utilizaron la publicación de Gautier para reflexionar sobre la legitimidad de los seres humanos marinos. Un colaborador anónimo de la edición de junio de 1762 de The Gentleman’s Magazine exclamó que la imagen de Gautier "parece establecer el hecho de manera incontrovertible, que tales monstruos existen en la naturaleza". Pero este autor tenía más pruebas. Una edición de abril de 1762 del Mercure de France informó que en junio del año anterior, dos niñas que jugaban en una playa de la isla de Noirmoutier (cerca de la costa suroeste de Francia) "descubrieron, en una especie de gruta natural, un animal de forma humana, apoyado en sus manos". En un giro bastante morboso de los acontecimientos, una de las niñas apuñaló a la criatura con un cuchillo y observó cómo "gimió como una persona humana". Las dos niñas procedieron luego a cortar las manos de la pobre criatura, "que tenían dedos y uñas bien formados, con membranas entre los dedos", y buscaron la ayuda del cirujano de la isla, quien, al ver la criatura, registró:
era tan grande como el hombre más corpulento... su piel era blanca, semejante a la de una persona ahogada... tenía los pechos de una mujer de senos abundantes; una nariz chata; una boca grande; la barbilla adornada con una especie de barba, formada por finas conchas; y por todo el cuerpo, mechones de conchas blancas similares. Tenía cola de pez, y en su extremo una especie de pies.
Una historia así —cuando fue verificada por un cirujano capacitado y de confianza— solo reforzó la investigación de Gautier. Para un número creciente de británicos del siglo XVIII, los seres humanos marinos existían, guardaban un sorprendente parecido con los humanos y necesitaban ser estudiados a fondo.16
En mayo de 1775, The Gentleman’s Magazine publicó un relato sobre una sirena "capturada en el Golfo de Stanchio, en el Archipiélago o Mar Egeo, por un mercante que comerciaba con Natolia" en agosto de 1774. Al igual que la "sirena" de Gautier de 1759, este espécimen fue dibujado y descrito en detalle. Sin embargo, el autor también se distanció de Gautier, señalando que su sirena "difiere notablemente de la exhibida en la feria de Saint-Germain algunos años atrás". En un giro especialmente interesante, el autor utilizó una comparación de las dos ilustraciones de sirenas para especular sobre cuestiones de raza y biología, argumentando que "hay razones para creer que existen dos géneros distintos, o más propiamente, dos especies del mismo género, una semejante a los negros africanos, la otra a los blancos europeos". Mientras que la sirena de Gautier "tenía, en todos los aspectos, el semblante de un negro", el autor encontró que su sirena mostraba "los rasgos y tez de un europeo. Su rostro es como el de una joven; sus ojos de un fino azul claro; su nariz pequeña y bien formada; su boca pequeña; sus labios delgados".17
Una lámina miscelánea incluida en Gentleman's Magazine, and Historical Chronicle [Revista del Caballero y Crónica Histórica], vol. XLV (1775). La segunda ilustración representa a la sirena 'capturada en el Golfo de Stanchio
Los escritores ingleses de la Edad Moderna se apoyaron en dos estereotipos para mercantilizar y denigrar los cuerpos de las mujeres africanas, como ha demostrado la historiadora Jennifer L. Morgan. Primero, "convencionalmente contraponían la figura femenina negra a una que era blanca —y por lo tanto hermosa". Aquí este autor de 1775 sigue perfectamente esta línea, comparando la sirena "negra" y "horriblemente fea" de Gautier con su propia sirena hermosa, de "rasgos y tez de un europeo". Segundo, los europeos de la Edad Moderna se concentraron en la supuesta "barbarie sexual y reproductiva" de las mujeres africanas para finalmente volverse hacia "las mujeres negras como evidencia de una inferioridad cultural que acabó codificándose como diferencia racial". No solo estaban los naturalistas usando la ciencia de los seres humanos marinos para obtener un entendimiento más profundo del orden natural de las criaturas marinas, sino que también utilizaban sus interpretaciones de estos seres misteriosos para reflexionar sobre el lugar de los humanos —especialmente de los blancos— en un marco racial y biológico en constante cambio.18
Carl Linnaeus y su discípulo Abraham Osterdam complicaron aún más la narrativa de clasificación y legitimidad. Aunque la Academia Sueca no halló nada en su búsqueda de la sirena de Linnaeus en 1749, Linnaeus y Osterdam tomaron el asunto en sus propias manos al publicar una disertación sobre la Siren lacertina (La Sirena Lagarto) en 1766. Tras detallar una larga lista de avistamientos de sirenas a lo largo de la historia en las páginas iniciales de esta disertación, relataron luego innumerables casos de "animales y anfibios maravillosos" que se parecían mucho a criaturas de leyenda y, en consecuencia, hacían difícil la clasificación. Al final, juzgaron que esta criatura similar a una sirena era "digna de un animal que debería mostrarse a los curiosos, porque representa una nueva forma". El "padre de la clasificación" aparentemente había descubierto una pieza "digna" del rompecabezas natural, y esta vinculaba a los humanos (aunque fuera de manera distante) con los animales del mar. La Siren lacertina también, de manera importante, desdibujó aún más las líneas de clasificación que Linnaeus había desarrollado con tanto orgullo, sugiriendo que quizás los seres humanos podrían encontrar algún parentesco lejano con criaturas anfibias.19
Ilustración de 'Siren lacertina' y 'Siren Bartholini' de Amoenitates academicae [Amenidades académicas] de Carl Linnaeus, vol. VII (1789)
Los estudios de los filósofos del siglo XVIII sobre seres humanos marinos representaron tanto la perduración del asombro como el surgimiento de la ciencia racional durante la Ilustración. Habiendo estado antes en el centro de los mitos y en los límites mismos de la investigación científica, ahora las sirenas y tritones atraían cada vez más la atención de los filósofos. Al principio estas investigaciones se relegaban a artículos de periódicos, breves menciones en relatos de viajeros o rumores, pero para la segunda mitad del siglo XVIII, los naturalistas comenzaron a abordar a los seres humanos marinos con metodología científica moderna, diseccionando, preservando y dibujando estas misteriosas criaturas con el máximo rigor. Hacia el final del siglo XVIII, las sirenas y tritones se convirtieron en algunos de los especímenes más útiles para entender los orígenes marinos de la humanidad. La posibilidad (o, para algunos, la realidad) de la existencia de seres humanos marinos obligó a muchos filósofos a reconsiderar medidas de clasificación anteriores, parámetros raciales e incluso modelos evolutivos. Mientras más pensadores europeos creían —o al menos contemplaban la posibilidad— de que "tales monstruos existen en la naturaleza", los filósofos ilustrados combinaron lo maravilloso y lo racional para comprender el mundo natural y el lugar de la humanidad en él.
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