
Desde tiempos inmemoriales muchos  han creído que la suerte era una misteriosa fuerza  que podía  ser  atraída por medio de amuletos o de rituales .
Ciertas fechas del calendario favorecerían la mala fortuna (para nosotros el martes trece, para los  anglosajones  el viernes trece) . Realizar determinadas acciones “traería mala suerte”: pasar por debajo de una escalera apoyada contra la pared, levantarse de la cama con el pie izquierdo, casarse o embarcarse un día martes, romper un espejo, ver a un búho en cualquier circunstancia – una  superstición específicamente japonesa-.
Por el contrario, realizar otras  acciones determinadas desharían el daño causado por la mala suerte: tocar un objeto  de madera , cruzar los dedos si algún imprudente hace referencia a la muerte, etcétera,etcétera.
Indagó si la fortuna o la desventura se concentraba en  determinados aspectos de sus vidas o se extendía a todas las facetas vitales (vida familiar, situación financiera, salud, etc.) y a todos  les aplicó una escala que investigaba en que áreas se hallaban más satisfechos. Aunque la mayoría  estaba convencida de que la mala o buena suerte se debía a la casualidad,  el científico británico notó que se repetían  demasiadas “casualidades” en un grupo y en el otro. Descartando la “hipótesis sobrenatural”, Wiseman conjeturó que los propios pensamientos y conducta eran los responsables de la buena o mala suerte. 
Según relató el psicólogo Michael Shermer en un artículo de su columna mensual en Scientific American, Wiseman administró a los sujetos experimentales el test de personalidad denominado “Big five” creado por Paul Costa y Robert Mc Crae que mide cinco dimensiones de la personalidad: neuroticismo, extroversión, apertura a las experiencias, cordiabilidad/amabilidad y escrupulosidad/responsabilidad. Mientras no había diferencias significativas para las dos últimas variables, las personas afortunadas obtenían puntajes mucho más altos en las tres primeras. Los “afortunados” eran por lo general también menos ansiosos, más extrovertidos y no temían enfrentar situaciones novedosas.
Cuando se trataba de sucesos totalmente aleatorios como ganar en juegos de azar, prácticamente no había diferencias entre ambos tipos de personas: los agraciados no son mejores adivinos por tener más suerte en su vida diaria. En la cotidianeidad, en cambio, nuestra actitud (pensamientos y conductas) influye mucho en los acontecimientos: por eso un optimista no se dejará vencer tan fácilmente ante la primera dificultad que encuentre y probablemente intente soluciones alternativas al problema que se le presente.
Con tales resultados, Wiseman concluyó  que los individuos afortunados generan su propia buena suerte a través de cuatro principios básicos: 1) son hábiles para crear y aprovechar oportunidades 2) deciden acertadamente porque prestan atención a sus propias intuiciones o corazonadas y no los paraliza la duda 3) verifican profecías autocumplidas debido a que  mantienen  expectativas positivas y 4) adoptan una actitud flexible que transforma la mala suerte en buena suerte.
Las investigaciones de Wiseman no se han limitado a ésta temática.  Ha estudiado los indicadores  verbales y no verbales de la mentira y  diseñado técnicas para detectar  engaños. También ha mostrado  como los magos manipulan la atención del público en momentos claves de sus actuaciones  para que la audiencia "baje la guardia" y esté atenta a lo que no hay que atender. Ha examinado la (nula) fiabilidad de  los testigos de "fenómenos paranormales". Ha realizado experimentos ESP, indagado a "médiums" y "psíquicos", investigado casas  y palacios encantados- y diseñó un curioso  experimento interactivo  para estudiar la memoria a corto plazo. Lleva publicados más de cuarenta artículos científicos en revistas científicas con referato , como por ejemplo, Nature.
Podemos asegurar que, por lo menos él sí,  ha sido el responsable de su "buena suerte".
 
 
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