1.2.25

Haciéndose pasar por fantasmas

 

 Recreación artística de una mujer que realizaba engaños fantasmales bajo los puentes vistiendo una sábana blanca fosforescente y una máscara horrorosa de papel maché. Obra de arte por Antoinette Stokell, reproducida con autorización para el artículo de Waldron

"En la noche del miércoles 29 de mayo de 1895, dos señoritas fueron abordadas por una figura espectral vestida con túnicas negras, con el rostro y los brazos cubiertos de pintura fosforescente. Este individuo solía rondar con frecuencia la zona en torno a Sturt Street y Dana Street, en la ciudad de Ballarat, estado de Victoria en Australia, con la intención de acosar a mujeres jóvenes."

Así comienza el abstract de un interesante artículo científico titulado Playing the Ghost : Ghost Hoaxing and Supernaturalism in late Nineteenth-Century Victoria, escrito por el historiador especializado en el folklore de Australia, David Waldron.

El investigador revisó artículos periodísticos de la región entre la década de 1870 y la primera guerra mundial, y encontró que por esa época se extendió ampliamente la práctica de fingir apariciones espectrales, conocida como playing the ghost (literalmente, "hacer de fantasma").

 

El contexto

El autor señala que a finales del siglo XIX, la región de Victoria Central en Australia, especialmente  la ciudad de Ballarat, experimentó una fascinación colectiva por lo sobrenatural, impulsada por la migración masiva durante la fiebre del oro y la mezcla de tradiciones folclóricas traídas por inmigrantes británicos. El interés por los fantasmas trascendió lo popular y se insertó en debates académicos.Estos debates polarizaron a la sociedad: mientras algunos veían a los fantasmas como reliquias del pasado supersticioso, otros los consideraban una puerta para explorar el alma y la existencia más allá de la muerte.

La ausencia de una policía profesionalizada y la relativa "falta de ley" en ese territorio en transición, crearon, como señala Waldron, un entorno propicio para actividades delictivas y trastornos sociales. Además, la carencia de opciones de entretenimiento accesibles para la población, incentivó a ciertos individuos a buscar diversión a través de actos disruptivos.

Un factor clave para la aparición del fenómeno fue la presencia de los llamados "larrikins", jóvenes alborotadores asociados a la clase trabajadora, quienes combinaban travesuras con actos de violencia menor. Estos grupos aprovecharon la fascinación pública por lo sobrenatural que existía en el victorianismo anglosajón y en Ballarat en particular,  para disfrazarse de fantasmas, utilizando su anonimato para cometer delitos o simplemente provocar caos. La combinación de tiempo libre, recursos limitados para el ocio y una estructura legal débil permitió que estas prácticas se normalizaran temporalmente.

 

Métodos y tácticas de los bromistas 

 
Waldron recalca que los "engaños fantasmales" se caracterizaron por su creatividad y adaptación a las tecnologías disponibles. Uno de los avances más significativos fue el uso de pintura fosforescente, (patentada en 1881 por William Balmain), que permitía a los disfraces brillar en la oscuridad. Esto no solo aumentaba el efecto aterrador, sino que también facilitaba la huida de los bromistas al confundir a sus víctimas.

Los disfraces variaban desde túnicas blancas sencillas hasta atuendos elaborados. Por ejemplo, en 1895, un individuo diseñó una armadura con la frase "prepárate para encontrar tu destino", combinando elementos medievales con amenazas verbales. Otros casos incluyeron el uso de ataúdes atados a la espalda para simular resurrecciones o la incorporación de instrumentos musicales para generar un ambiente inquietante.

La elección de ubicaciones también fue algo estratégico. Cementerios, caminos solitarios y lugares asociados con leyendas de fantasmas se convirtieron en escenarios ideales para maximizar el miedo. Algunos bromistas incluso pintaban símbolos como calaveras y tibias cruzadas en paredes o árboles para predisponer psicológicamente a sus víctimas.


Recreación artística del impostor de Ballarat que agredió a una mujer en la calle Eureka mientras estaba disfrazado como un fantasma usando fósforo, con una tapa de ataúd atada a su espalda. Ilustración Antoinette Stokell, reproducida con autorización para el artículo

 

Perfil de los perpetradores

Para el investigador, los actos no eran solo realizados por miembros de la clase trabajadora o jóvenes rebeldes (como el caso del "hechicero bombardero" que, vestido con una túnica blanca y un sombrero cónico, aterrorizaba a transeúntes con gritos y lanzamiento de piedras) . El fenómeno no se limitaba a un grupo demográfico específico, sino que respondía a motivaciones más complejas, como el aburrimiento, la búsqueda de reconocimiento o la simple inclinación hacia lo transgresor.

 

Artist’s impression of the Wizard Bombadier who dressed in white robes with a white sugarloaf hat and threw rocks

 Recreación artística del hechicero bombardero  que se vestía con túnicas blancas y un sombrero blanco cónico [sugarloaf], y que arrojaba piedras, aullaba y acosaba a los trabajadores entre Ballarat y Kilmore. Obra de arte por Antoinette Stokell, reproducida con autorización para el ensayo.

Un caso emblemático, cuenta Waldron, fue el de Herbert Patrick McLennan en 1904. Aunque era un empleado influyente y destacado orador público, se equipó con un traje brillante, un látigo de nueve colas y amenazó con violencia a mujeres y policías. Su arresto y posterior liberación reflejan tanto la impunidad relativa de la época como la dualidad entre respetabilidad pública y comportamiento privado desviado.


Recreación artística del impostor de Ballarat Herbert Patrick McLennan, un empleado administrativo senior, quien supuestamente se exhibió ante damas y las agredió con un látigo de nueve colas mientras vestía un atuendo blanco brillante que incluía un frac blanco, botas de goma india hasta la rodilla y un sombrero de copa blanco. Ilustración de Antoinette Stokell, reproducida con autorización para el paper.

El historiador subraya que no siempre eran bromistas. Estos engaños frecuentemente ocultaban crímenes como agresiones sexuales, robos o vandalismo. En 1895, un hombre con una armadura luminiscente amenazó con decapitar a un niño, mientras que otro, en Essendon, pintó calaveras fosforescentes para sembrar el pánico previo a sus ataques.

Respuesta social y legal
La población respondió con una mezcla de fascinación y repudio.  La ineficacia policial llevó a vigilantes a tomar acciones directas:

  • Charles Horman, un exsoldado, disparó a un bromista y golpeó a otro con un bastón.

  • Una madre liberó a su perro para atacar a un agresor de su hija.

  • En 1913, una turba golpeó a un hombre disfrazado que aterrorizó a un anciano en Buninyong.

     


Las autoridades, por su parte, procesaron a los bromistas por delitos menores (exposición indecente, lenguaje obsceno) o los declararon «locos», enviándolos al Asilo de insanos. Pocos casos llegaron a juicios serios, reflejando la percepción de estos actos como molestias públicas más que crímenes graves.

La respuesta social fue diversa. Por un lado, ciudadanos comunes organizaron grupos de vigilancia armados, dispuestos a confrontar a los bromistas. Charles Horman, un exsoldado, llegó a disparar con una escopeta contra un joven disfrazado, mientras que una madre liberó a su pitbull para perseguir a un agresor. Estos actos de autodefensa evidencian la desconfianza en las autoridades y la adopción de medidas extremas ante la ineficacia institucional.

Por otro lado, los medios de comunicación jugaron un papel ambivalente. Periódicos como el Australian Sunday Times o el Illustrated Police News documentaron los casos de forma sensacionalista, lo que, si bien alertaba a la población, también podía inspirar a nuevos imitadores al otorgarles notoriedad.

Ilustración de los engaños del fantasma de Aldershot, Illustrated Police News [Noticias Policiales Ilustradas], 28 de abril de 1877, p.1 

Declive del fenómeno

El fenómeno no fue exclusivo de Australia. En Inglaterra, figuras como Spring Heeled Jack (un bromista que asaltaba mujeres con disfraces terroríficos) mostraban patrones similares. Estos casos, ampliamente cubiertos en la prensa australiana, evidenciaban un intercambio cultural transnacional, donde el folklore británico se adaptaba al contexto colonial.
El fin de los engaños fantasmales coincidió con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. Según Waldron, la guerra reconfiguró las prioridades sociales: la muerte masiva de más de 60.000 soldados australianos hizo que el simbolismo de la muerte perdiera su carácter lúdico. Además, el conflicto bélico demandó una mayor organización estatal, incluyendo reforzamiento policial y controles sociales más estrictos, lo que dificultó las actividades de los bromistas.

Implicaciones culturales y simbólicas

 
Waldron afirma que los engaños fantasmales funcionaron como un espacio liminal de transgresión social. Al adoptar la identidad de fantasmas, los bromistas desafiaban normas morales victorianas, especialmente en temas de género y sexualidad (ejemplificado en agresiones a mujeres). También representaban una crítica velada a la rigidez de la Ilustración, reviviendo supersticiones "enterradas" mediante el uso de tecnología moderna.

El autor añade que además, estos actos reflejaban tensiones comunitarias. Las historias de fantasmas, aunque ficticias, servían para procesar traumas colectivos, como la violencia en los campos de búsqueda de oro o la pérdida de identidad ante la modernización. 

Señala finalmente Waldron que la naturaleza elaborada del vestuario y el cuidado que ponían los impostores en crear un sentido teatral alrededor de sus hazañas nos da una idea de cuán importante era este sentido de transgresión para los impostores, quienes rutinariamente se arriesgaban el arresto, la desgracia y el vigilantismo para "convertirse" en fantasmas. 

Qué mejor manera de desafiar la clase social, los valores de la Ilustración y el orden social, concluye, que convertirse en un símbolo de la muerte (en algunos casos literalmente, dada la alta toxicidad de la pintura fosforescente) para aterrorizar a la gente más allá de la razón.

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