20.9.25

"La marca de la bestia” : el movimiento antivacunas de la Gran Bretaña georgiana (1714 - 1837)

 

 Grabado en color de James Gillray, 1803, que representa a Edward Jenner vacunando a pacientes que posteriormente desarrollan características de vacas


 

“La marca de la bestia” El movimiento antivacunas de la Gran Bretaña georgiana

Niños con rostro de buey, ancianas con cuernos y mentes agrietadas: estas eran algunas de las terribles características que se atribuían a la vacuna de Edward Jenner contra la viruela. Al presentar a los primeros movimientos antivacunas, Erica X Eisen analiza el significado de "vacca" en la primera vacuna, explorando su origen bovino y el temor generalizado de que la inmunización provocara efectos secundarios atroces.

 Ilustración de un niño vacunado con rostro de buey, un ejemplo de los supuestos efectos secundarios bovinos de la vacuna contra la viruela, tal como aparece en "Cow-Pox Inoculation" (1805) del doctor William Rowley
 
 

Desde la primera página del folleto del doctor William Rowley, un niño con rostro de buey miraba fijamente, con unos ojos extrañamente alargados: uno de ellos inyectado en sangre y el otro sano. Su mejilla derecha aparecía enrojecida, mientras que el lado izquierdo de su rostro estaba tan desproporcionadamente hinchado que alteraba por completo sus facciones.

Varias páginas más adelante, se mostraba el retrato de la niña de la sarna, una pequeña de quizás cuatro años, que miraba a los lectores con expresión lastimosa. Su piel, desde la mejilla hasta la cadera, estaba cubierta de racimos de llagas de aspecto doloroso.

Según se advertía en el texto que acompañaba estas ilustraciones, estas afecciones —y (supuestamente) las de miles de otros niños en Gran Bretaña— no eran síntomas de ninguna enfermedad humana natural, sino consecuencia de la recién desarrollada vacuna contra la viruela. Rowley afirmaba que esta exposición provocaba “enfermedades propias de bestias, de naturaleza y apariencia repulsivas, que afectaban al rostro, ojos y oídos, causando ceguera y sordera, mientras extendían su influencia devastadora por todo el cuerpo”.1

Rowley era una figura prominente en el movimiento anti-vacuna de la Inglaterra del siglo XIX, el precursor más antiguo de los anti-vacunas de hoy. Varios años antes de que Rowley publicara su virulento folleto, el descubrimiento de Edward Jenner de una vacuna contra la viruela había causado una revolución de salud pública y dado a luz al campo de la inmunología como disciplina — pero también llegó décadas antes de que la teoría de los gérmenes fuera conocida por los científicos. Como resultado, incluso aquellos que adoptaron la vacuna de Jenner carecían del marco conceptual necesario para entender precisamente cómo funcionaba. Esta brecha entre la evidencia y la explicación permitió que las dudas afloraran y se extendieran mientras el clero, miembros del parlamento, trabajadores e incluso doctores expresaban su oposición a la vacuna por motivos religiosos, éticos y científicos. Los partidarios de Jenner veían como su deber moral avanzar en la causa de una tecnología salvadora de vidas; sus oponentes sentían una obligación moral igualmente fuerte de detener la vacunación a toda costa. En las décadas siguientes al descubrimiento de Jenner, este conflicto se desarrollaría con amargura en los periódicos, en el arte e incluso en las calles mientras ambos bandos luchaban por el cuerpo y el alma de Gran Bretaña.

 
 La campaña del miedo de los anti-vacunas trascendió las fronteras de Gran Bretaña. En este grabado francés de alrededor de 1800 se ve a una especie de sirena enferma siendo llevada a la fuerza por un médico cabalgando una vaca y un farmacéutico empuñando una jeringa, y los niños, obviamente, miran todo el espectáculo, asustados.

 Viviendo como lo hacemos en una época en la que la aparición repentina de un nuevo virus ha alterado drásticamente los patrones normales de vida, puede ser difícil imaginar un entorno donde la enfermedad epidémica era la norma. Antes del advenimiento de la vacunación, la viruela estaba muy extendida, era mortal y prácticamente intratable dado el estado del conocimiento médico de la época. 

Aproximadamente un tercio de aquellos que contraían la viruela no sobrevivían; los que sí lo hacían a menudo portaban siniestros recordatorios de la enfermedad por el resto de sus vidas.[2] Podía dejar a las víctimas ciegas; podía alcanzar sus huesos y dejar las articulaciones y extremidades permanentemente deformadas. Y dejaba las caras de la gran mayoría de sus víctimas marcadas con los reveladores hoyos de viruela, a veces de forma severa: el historiador Matthew L. Newsome Kerr estima que “probablemente entre una cuarta parte y la mitad de la población [de Gran Bretaña] estaba visiblemente marcada de alguna manera por la viruela antes de 1800”.[3]

La sabiduría popular, mientras tanto, había observado desde hacía tiempo que aquellos que trabajaban estrechamente con el ganado poseían una extraña resistencia a la enfermedad incluso mientras esta devastaba las comunidades a su alrededor. Jenner, un médico rural, decidió someter esta idea a una prueba formal. En 1798, cortó una llaga en la mano de la ordeñadora Sarah Nelmes e inyectó la linfa resultante en el brazo del hijo de su jardinero, James Phipps. Una semana después, Jenner expuso al niño a la viruela para ver si se enfermaría: tal como Jenner había hipotetizado, el niño permaneció sano. Solo un año después, los primeros ensayos masivos de la vacuna contra la viruela ya estaban en marcha. (La piel preservada de la vaca Blossom, reside ahora en la biblioteca de St. George’s, una escuela de medicina en Londres).

 Grabado coloreado de una lechera mostrándole su mano infectada de viruela bovina a Jenner, mientras un médico corpulento tienta a un joven elegante con la inoculación, ca. 1800.

La mano de Sarah Nelmes infectada de viruela bovina.

El experimento de Jenner había tenido éxito porque las extrañas llagas en la mano de Nelmes eran síntomas de la viruela bovina, una prima mucho menos peligrosa del virus de la viruela que causaba pústulas en las manos pero que generalmente dejaba a sus víctimas ilesas. Los dos patógenos eran lo suficientemente similares como para que la exposición a la viruela bovina preparara efectivamente las defensas del cuerpo contra la viruela humana también. Las infecciones de viruela bovina —y la inmunidad que venía con ellas— se transferían con frecuencia a los trabajadores lecheros después de que tocaban las ubres de animales infectados: de hecho, el nombre que Jenner eligió para esta terapia, vacunación, deriva en última instancia de la palabra latina para vaca (vacca). Y crucialmente, como Jenner demostró, la viruela bovina también podía transferirse cortando las llagas de un humano e inyectando el fluido en otra persona —el método llamado “de brazo a brazo”, que garantizaba un suministro virtualmente inagotable de la vacuna incluso en áreas urbanas lejanas al prado lechero más cercano.

Pero Jenner no habría podido explicar el funcionamiento de su descubrimiento si se le hubiera preguntado: en ese momento, se pensaba que la viruela se transmitía a través de aire envenenado, o miasma, y los mecanismos precisos de la respuesta inmune eran aún desconocidos para la ciencia. A medida que un número creciente de personas adoptaba la vacuna, la oposición comenzó a organizarse. Para estos escépticos, la misma noción de inyectar una sustancia que derivaba en última instancia de un animal enfermo en un humano sano parecía no solo absurda sino un peligro serio para la salud pública. El folleto alarmista de Rowley advertía que aquellos que recibían la vacuna se arriesgaban a desarrollar “males, manchas, úlceras y mortificación”, entre otras enfermedades “bestiales”.[4] Con la segunda edición de su folleto, una nueva ilustración entró en el museo de horror de las víctimas de la viruela bovina: Ann Davis, una mujer anciana que, tras recibir su dosis, supuestamente había desarrollado cuernos.

 Ann Davis, una mujer con viruela y cuernos que le crecían en la cabeza. Grabado de Thomas Woolnoth, 1806

 

Otros se centraron en los supuestos efectos cognitivos de la viruela bovina: Halket admitió que los relatos lúgubres de Rowley eran quizás inverosímiles pero no obstante insistió en que los llamados “cuernos mentales y pezuñas hendidas brotan con demasiada frecuencia”, una metáfora de la “estupidez insuperable [que] se ha observado en algunos niños desde el momento en que fueron vacunados, ningún síntoma de lo cual apareció antes de ese momento”.[5] Uno de los oponentes más feroces de Jenner, Benjamin Moseley, escribió una diatriba contra la vacuna derivada de la viruela bovina en la que advirtió de sus efectos no solo en el cuerpo sino también en la mente:

¿Quién puede predecir qué ideas aberrantes podría generar, con el tiempo,el que una fiebre
 animal haya dejado impresiones tan grotescas en el cerebro? [6]

Rowley juega con una insinuación similar en su folleto cuando se pregunta si recibir la vacuna podría violar la prohibición bíblica contra acostarse con un animal.[7] La viruela bovina llegaría a estar estrechamente vinculada a la sífilis (que en el pasado a menudo se había referido como “viruela”) en la imaginación popular, con rumores que circulaban de que el ganado contraía la viruela bovina por contacto con lecheras sifilíticas. 

La precaria higiene y los estándares médicos deficientes que con frecuencia se daban en los hospitales de vacunación para la población urbana pobre de Gran Bretaña, lejos de calmar estas preocupaciones, las exacerbaban. En estos centros, la vacuna no se obtenía directamente de vacas, sino que se extraía de las pústulas de otros niños previamente inoculados de la zona, quienes no siempre habían sido examinados médicamente de forma rigurosa antes de proceder a la extracción de su "donación". Así pues, los padres no carecían de fundamento al temer que una inyección concebida para proteger a sus hijos de una enfermedad mortal pudiera, irónicamente, convertirse en la puerta de entrada para otra infección.[8]

 

 Grabado en color de James Gillray, 1803, que representa a Edward Jenner vacunando a pacientes que posteriormente desarrollan características de vacas

El caricaturista satírico James Gillray canalizó estas ansiedades populares sobre los aspectos monstruosos de la vacuna en su caricatura de 1802 ¡La viruela bovina—o—los maravillosos efectos de la nueva inoculación! En el centro, se ve a Jenner aplicando una incisión profunda y brutal en el brazo de una mujer con su lanceta, mientras a su alrededor los pacientes ya vacunados experimentan horribles transformaciones: vacas en miniatura brotan de forúnculos y salen de sus bocas, mientras a las mujeres les aparecen cuernos y dan a luz terneros en el acto. Ese mismo año, Charles Williams publicó un grabado anti-vacuna en el que médicos (a todos los cuales les han crecido colas y cuernos ) están dispuestos ante las fauces de un monstruo semejante a una vaca cubierto de pústulas supurantes. Un cheque de £10.000 que sobresale de un bolsillo trasero identifica a uno de estos médicos como Jenner, que había recibido una recompensa en efectivo del gobierno en reconocimiento a sus contribuciones a la medicina. Solo que ahora se transforma de médico en mercenario, arrojando bebés con sus colegas en las fauces abiertas de la bestia y esperando a que sean excretados con cuernos. A lo lejos, médicos anti-vacuna que portan las armas de la verdad se acercan para librar batalla con la criatura y los médicos que la alimentan.[9]

 
Un monstruo siendo alimentado con cestas llenas de bebés y devolviéndolos transformados con cuernos ; símbolo de la vacunación y sus efectos. Grabado de Charles Williams, 1802.
 
Particularmente en los primeros días, algunos objetaron la vacuna por motivos religiosos, argumentando que la vacunación era un intento arrogante de evadir el castigo divino. Argumentos similares se habían hecho en torno a la técnica anterior de la inoculación preventiva contra la viruela, en la que personas sanas eran expuestas deliberadamente al virus de la viruela con el objetivo de provocar un caso leve de la enfermedad que no obstante conferiría inmunidad. En 1721, cuando la Colonia de la Bahía de Massachusetts fue golpeada por un severo brote de viruela, los líderes puritanos debatieron acaloradamente (y finalmente decidieron a favor de) la permisibilidad de la inoculación, que el predicador Cotton Mather argumentó había sido puesta en las manos de la humanidad por Dios. Un siglo después, los debates teológicos sobre la medicina preventiva continuaban con furia: “La viruela es una visita de Dios”, escribió Rowley, “pero la viruela bovina es producida por el hombre presuntuoso: la primera era lo que el cielo ordenó, la última es, quizás, una atrevida violación de nuestra santa religión”.[10] “Matusalén y sus contemporáneos antediluvianos no fueron vacunados lo que explica completamente que llegaran a un final tan repentino y prematuro”, anotó Halket de manera mordaz.[11] “El Creador estampó en el hombre la imagen divina, pero Jenner colocó en él la marca de la bestia”.[12] Los caricaturistas frecuentemente representaban la vacuna derivada de la viruela bovina como un becerro de oro que sería la perdición de la sociedad moderna a manos de aquellos que tontamente abrazaban su adoración. 
 

 Grabado coloreado a mano de George Cruikshank del “becerro de oro” de la viruela bovina, 1812
 

Pero aunque el escepticismo hacia la vacuna estuvo presente desde el principio, la virulencia de los ataques contra el método de la viruela bovina y sus proponentes se expandiría enormemente a mediados del siglo XIX, cuando el parlamento aprobó múltiples leyes que hacían la vacunación obligatoria, proporcionaban vacunación gratuita para los pobres y creaban un sistema de castigos para aquellos que no se ponían la inyección. Estas nuevas medidas hicieron la cuestión de la vacunación imposible de ignorar —y muchos vieron tales leyes como una supresión inaceptable de sus libertades personales por parte del estado.[13] En la escritura popular, las vacunas fueron comparadas con tatuajes o marcas de ganado (particularmente debido a la cicatriz dejada por la inyección), y aquellos que se resistían a ponérselas se compararon histriónicamente con esclavos fugitivos. A lo largo de Gran Bretaña, las sociedades anti-vacunación organizaron fondos de ayuda mutua para sufragar las multas incurridas por sus miembros por negarse a vacunar a sus hijos; si los objetores de vacunas de la clase trabajadora tenían sus propiedades incautadas como castigo, los simpatizantes protestaban en voz alta en la subasta, a veces incluso agrediendo al subastador. Los periódicos de la época describieron efigies de Jenner o de las autoridades públicas de vacunación siendo quemadas; en Leicester, un semillero de resistencia al método de la viruela bovina, un carnaval anti-vacunas atrajo a hasta 100000 manifestantes y provocó que una comisión parlamentaria revisara las leyes de vacunación.[14]

Pero los proponentes del uso de la viruela bovina no se quedaron de brazos cruzados ante todo esto. Como muchos se apresuraron a señalar, varias de las voces principales en el movimiento anti-vacunación tenían un gran interés financiero en impedir que el descubrimiento de Jenner se popularizara. De hecho, tanto Moseley como Rowley habían practicado previamente la inoculación, que antes de Jenner había sido considerada la mejor manera de prevenir un caso grave de viruela. Pero la técnica era más arriesgada que la vacunación —tanto para el paciente como para quienes lo rodeaban, que eran propensos a infectarse por el paciente convaleciente. Una vez que estuvo entre los procedimientos médicos más comunes en Gran Bretaña, la inoculación estuvo bajo una seria amenaza de su nuevo competidor incluso antes de que el parlamento la prohibiera completamente a mediados del siglo XIX.[15] Como tal, cuando médicos como Moseley escribían diatribas contra la vacuna de la viruela, no solo estaban tratando de defender a sus lectores —también estaban tratando de defender su fuente de ingresos.

 Las profecías del doctor Moseley, un crítico temprano de la vacunación y el oponente más encarnizado de Jenner, 1806

 

 

Edward Jenner y dos colegas despidiendo a tres oponentes antivacunación, con víctimas muertas de viruela esparcidas a sus pies. Viñeta coloreada de Isaac Cruikshank, 1808

 

Precisamente este punto fue tratado por Isaac Cruikshank en una estampa satírica de 1808 que representa a Jenner y sus colegas desterrando a los inoculadores de la tierra. Este último grupo, enarbolando cuchillos masivos y ensangrentados sobre sus hombros, proclama abiertamente su deseo de esparcir la enfermedad aún más mientras caminan más allá de los cadáveres de víctimas de viruela. En el extremo derecho de la caricatura, una lechera interviene: “Surley [sic] el desorden de la vaca es preferible al del asno”.

El mismo Jenner haría acusaciones similares cuando decidió defender sus ideas y su honor por escrito, publicando con seudónimo una refutación a Rowley, cuya portada estaba grabada con su propia versión del niño con rostro de buey. Las palabras de Jenner para aquellos que atacan el método de la viruela bovina para proteger sus propios intereses financieros son cáusticas; sin embargo, escribe, “confío en que el buen sentido de la gente de Inglaterra sentirá el daño, y sabrá cómo repelerlo como deben”.[16] Doscientos años después, sin embargo, los intentos de desacreditar la seguridad y confiabilidad de la vacunación —ya sea contra el sarampión o contra el COVID— persisten. Los argumentos expuestos por los anti-vacunas de hoy a menudo repiten los argumentos de sus predecesores del siglo XIX: alegatos de ineficacia, alegaciones de efectos secundarios horripilantes, apelaciones a la religión. Jenner parece haber asumido que los beneficios de la vacunación serían tan autoevidentes que cerrarían todo debate. Que muchos continúen asaltando la seguridad y confiabilidad del método que él fue pionero en desarrollar , no solo décadas sino siglos después, es algo que, con toda probabilidad, el buen doctor nunca podría haber imaginado. 

Sobre la autora: El trabajo de Erica X Eisen ha sido publicado en The Washington Post, The Guardian, The Baffler, *n+1*, The Boston Review, AGNI y otras prestigiosas plataformas. Obtuvo su licenciatura en Historia del Arte y Arquitectura por la Universidad de Harvard, con especialización en arte japonés, y una maestría en Historia del Arte Budista y Conservación por The Courtauld Institute of Art. En la actualidad, es editora de la revista Hypocrite Reader. Sus escritos pueden consultarse en www.ericaxeisen.com.

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