Pasaron varias décadas hasta que me enteré de que ese whisky debe su nombre a una figura británica legendaria: el gran viejo Thomas Parr. Se le consideraba el hombre más longevo de Gran Bretaña, ya que supuestamente murió a los 152 años. Su fama fue tal que, en vida, un miembro de la nobleza lo visitó y lo presentó al rey Carlos I, muriendo poco después. Como lo certifica el sitio web de la Abadía de Westminster, el anciano fue enterrado en ese lugar y su lápida aún puede visitarse hoy en día.
Sobre su supuesta longevidad, el sitio web "Quién es quién" comenta, con buen criterio:
"Es bastante improbable que naciera en 1483. El propio Parr no estaba en condiciones de conocer su edad exacta, y nada de lo que dijo indicaba que tuviera recuerdos del siglo XV, lo cual sería inusual, ya que probablemente esos serían sus recuerdos más vívidos. Aunque Parr era indudablemente anciano, a veces se postula una confusión (intencionada o no) entre su acta de nacimiento y la de su abuelo".
Pero la historia no acaba aquí. Más allá de esos usos legítimos de su leyenda —como comercializar un whisky o diseñar una radio—, en la Gran Bretaña de comienzos del siglo XIX su figura fue recuperada con un propósito muy distinto
En la Inglaterra de principios del siglo XIX, las Parr's Life Pills —emblema de las fraudulentas 'medicinas milagrosas' de la época— se vendían prometiendo curar toda enfermedad y prolongar la vida. Su publicidad se sustentaba en la leyenda de Thomas Parr, atribuyéndole la creación de la receta. Paradójicamente, incluso garantizaban sanar síntomas contrapuestos como estreñimiento y diarrea. El folleto está en el museo de la ciudad de Londres.
Para un análisis profundo de esta curiosa historia y su mutación con fines de curanderismo, traduzco el artículo original publicado en The Public Domain Review.
El viejísimo Thomas Parr y el comercio de la longevidad
Por Katherine Harvey
Según cuenta la historia, el viejo Tom Parr gozaba de relativa salud a pesar de sus 152 años hasta que una visita al Londres contaminado y nocivo en 1635 truncó su larga vida. Katherine Harvey investiga las afirmaciones de la temprana modernidad en torno a este supercentenario y el fraudulento negocio de la longevidad que le dio nombre en el siglo XIX.
Publicado el 21 de mayo de 2025
En el otoño de 1635, un hombre llegó a Londres. Esto, en sí mismo, no era un hecho inusual: Londres era una metrópolis próspera, y el siglo XVII fue una época de rápido crecimiento urbano. Personas de todo el país y del mundo llegaban a la capital cada día. Pero Thomas Parr no era un hombre ordinario. Recientemente había celebrado su cumpleaños número 152.
Peter Paul Rubens, Old Parr, 1821
Thomas era, según todos los testimonios, un gran trabajador incluso bien entrado en su segundo siglo, pero hacia 1635 comenzaba a mostrar su edad. Podía caminar con apoyo, y aún le gustaba "hablar con fuerza, reír y estar alegre", pero también estaba ciego, muy arrugado, y solo tenía un diente.² Si el Conde de Arundel no hubiera decidido visitar sus propiedades ese verano, Parr seguramente habría muerto en el anonimato rural. Pero Thomas Howard era un entusiasta coleccionista de antigüedades, y al enterarse de la existencia de un hombre de 152 años, el conde decidió que esta maravilla debía ser llevada a Londres. Se dispuso una litera, y la gente acudió para vislumbrar a este ser extraordinario durante su viaje. Tras llegar a la capital, Parr vivió en la casa del conde en Londres, y fue presentado al rey Carlos I en Greenwich. Pero su estancia terminó abruptamente a mediados de noviembre, cuando enfermó y murió. Parr fue enterrado en la Abadía de Westminster poco después, bajo una lápida sencilla que indicaba que había presenciado los reinados de diez monarcas.
Grabado de Thomas Parr firmado por A. P., 1788Desde una perspectiva del siglo veintiuno, nuestra reacción instintiva ante la historia del Viejo Parr es el escepticismo. Algunos de sus contemporáneos parecen haber compartido nuestro cinismo sobre tales relatos de longevidad extrema; el historiador Thomas Fuller, por ejemplo, se quejó una vez de que muchos ancianos "se hacen mayores de lo que son una vez pasados los setenta".³ Pero la mayoría parece haber aceptado simplemente la historia de Parr, igual que creían las afirmaciones similares hechas sobre Katherine Fitzgerald, condesa de Desmond (1464? 1504–1604), y el pescador de Yorkshire Henry Jenkins (1501?–1670). La creencia generalizada en ciertos relatos bíblicos de longevidad extrema —que eran ampliamente tomados como prueba de que los humanos podían vivir varios siglos, aunque nadie lo hubiera hecho desde el Diluvio universal — hacían que relatos como el de Parr parecieran plausibles.
Dicha credulidad también se vio favorecida por la falta de documentación sobre vidas de gente común. Aparte de los relatos literarios, el único registro que perdura de la existencia de Parr es una escritura de 1588 que concedía a él y a su esposa Jane un arrendamiento vitalicio de su propiedad en Shropshire. (Documento que, según Taylor, se obtuvo mediante engaño: Parr temía que su arriendo, ya renovado tres veces por su longevidad, no se extendería nuevamente debido a su ceguera, así que hizo que su esposa pusiera un alfiler en el suelo. Cuando el propietario llegó, Parr lo detectó al instante, dejando a éste "medio atónito de que el Viejo hubiera recuperado la vista").⁴
Grabado punteado de Thomas Parr, 1807
En consecuencia, en lugar de intentar probar o refutar la fecha de nacimiento de Parr, los relatos contemporáneos se centraron en responder dos preguntas: ¿por qué vivió Parr tanto tiempo, y por qué murió tan repentinamente? Las respuestas a estas preguntas reflejan la preocupación de la primera modernidad por la vida saludable, y en particular la creencia de que un conjunto de factores conocidos como "los seis no naturales" (a saber, aire y ambiente, comida y bebida, ejercicio, sueño, excreción y las emociones) tenían un efecto significativo en la salud de un individuo. Según tanto John Taylor como el médico real William Harvey (ahora más conocido por descubrir la circulación de la sangre, pero que también sirvió como médico de Jacobo I y Carlos I), la longevidad de Parr fue atribuible en gran medida al entorno limpio y agradable en el que vivía, y a sus sencillas costumbres rurales.⁵ A lo largo de su extensa vida, había trabajado duro, comido una dieta saludable de pan moreno, queso sin madurar y cebollas, evitado el alcohol fuerte y las preocupaciones, y dormido bien.
Y entonces, como explicó Harvey en su informe de autopsia, la visita de Parr a Londres impuso "la adopción súbita de un modo de vida antinatural para él". Su alimentación habitual fue abruptamente sustituida por una "dieta generosa, rica y variada" que, combinada con bebidas alcohólicas fuertes, "arruinó las funciones de casi todos sus órganos naturales".⁶ Dicha dieta, sugería la teoría médica de la época, resultaba insalubre para cualquiera; de hecho, en el siglo XVII aumentaba la convicción de que la dieta campesina (basada principalmente en verduras y lácteos) era mucho más saludable que las carnes y vinos caros que preferían los ricos. Pero los manjares resultaban especialmente inapropiados para un hombre pobre como Parr, cuya digestión campesina estaba adaptada para procesar los alimentos más burdos que constituían su suerte ordenada por la divinidad.⁷
Pintura al óleo de William Harvey diseccionando el cuerpo de Thomas Parr, ca. 1900
Como un "anciano debilitado" más acostumbrado al aire puro y templado del rural Shropshire, Parr era también extremadamente vulnerable a la contaminación del aire que plagaba el Londres de la primera modernidad.⁸ Harvey explicó que la ciudad estaba "llena de la inmundicia de hombres, animales, canales y otras formas de suciedad", que combinada con la "mugre que no era poca" producida por la constante quema de carbón producía un aire "pesado" insalubre —que era más desagradable en otoño.⁹ El escritor y jardinero John Evelyn, cuyo tratado de 1661 Fumifugium se centraba en el creciente problema de contaminación de Londres, no dudaba que la muerte de Parr fue causada por "el aire, que claramente lo marchitó".¹⁰ El Hombre Viejo, Viejo, Muy Viejo era —les parecía claro a sus contemporáneos— la encarnación de un modo de vida mejor, al menos hasta que sucumbió a las tentaciones y excesos de Londres. Y así, su historia era mejor entendida como un relato de advertencia sobre los peligros de la modernidad.
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El fin de la larga vida de Parr marcó el comienzo de su aún más larga vida póstuma, y en los cuatro siglos desde su muerte, la historia de este hombre notablemente viejo ha tenido una metamorfosis. La biografía de Taylor permaneció en circulación durante todo el siglo dieciocho, y las imágenes de esta figura inspiradora también fueron populares. En algunas, estaba rodeado de una familia numerosa —y, aunque ninguno de sus vástagos sobrevivió a la infancia, varios centenarios del siglo dieciocho fueron identificados como sus descendientes. En la década de 1790, fue el tema de un Cheap Repository Tract, distribuido para su educación moral a los pobres que eran alfabetizados , en el cual Parr, que durante mucho tiempo había resentido su pobreza, muere por exceso en Londres, reconociendo solo en su lecho de muerte que "Dios sabe lo que es mejor para el hombre".¹¹ Incluso en la Inglaterra victoriana temprana, Parr seguía siendo una figura suficientemente conocida como para ser evocada en novelas populares como The Old Curiosity Shop o Tienda de antigüedades (en la cual Dickens describe un caballo longevo como "el mismísimo Viejo Parr de los ponis") y retratado en una obra escenificada en el Haymarket Theatre de Londres.¹²
En 1841, la historia de Parr recibió un nuevo impulso, gracias a un vendedor de periódicos de Nottingham llamado Herbert Ingram (1811–1860). Un hombre de orígenes relativamente humildes, Ingram entró primero en la industria de las medicinas patentadas como agente de Morrison’s Vegetable Pills. Cuando se enemistó con Morrison, decidió crear un remedio propio, y encargó a un médico local que ideara una receta inofensiva. Pronto, comenzó a vender esta preparación como Parr’s Life Pills — pequeñas p'ildoras que podían, afirmaba, curar virtualmente cualquier dolencia. Si se tomaban regularmente, también prevenirían enfermedades y promoverían la longevidad. Aunque las píldoras no tenían ningún beneficio médico demostrable, los métodos de marketing de Ingram fueron muy exitosos y las ganancias obtenidas de las píldoras proporcionaron el capital que le permitió crear The Illustrated London News .
Esta biografía fuertemente embellecida supuestamente se inspiró en el redescubrimiento del testamento de Parr, que contenía la fórmula de un preparado medicinal al que atribuía su longevidad. Según Ingram, este notable remedio había sido ideado por el propio Parr tras quedar postrado por la disentería hemorrágica y el mal del Rey (escrófula). Al vivir en una época de supersticiones, el viejo decidió consultar a «una de esas ancianas lúgubres que, según la creencia popular, montaban escobas », pero sus tratamientos solo agravaron su estado de salud, haciendo temer a Parr por su vida.¹³ Sin embargo, gracias a sus recorridos campestres, había adquirido amplios conocimientos herbales que ahora comprendió que podían sanarle. Tras múltiples ensayos meticulosos, descubrió una fórmula sencilla tan eficaz que no solo lo curó, sino que lo hizo célebre «por su gran fuerza, actividad y vigor».¹⁴
Portada de la quincuagésima primera edición de La extraordinaria vida y época de Thomas Parr, un folleto destinado a comercializar las píldoras Life Pills de Parr, ca. 1890
Dibujo a hecho a pluma atribuido a «Matthews» de Old Parr mezclando su fórmula para la píldora de la longevidad, ca. 1861Según Ingram, Parr mantuvo su descubrimiento en secreto —consciente de que, de revelarlo, «probablemente lo habrían tildado de brujo y sumergido en el abrevadero más cercano».¹⁵ Pero en su testamento legó la fórmula a su «segundo tataranieto» —herencia que implicó que muchos descendientes directos de Parr superaran ampliamente los cien años, demostrando así que «su ¡MARAVILLOSO MEDICAMENTO! (combinado con un estilo de vida moderado y prudente) constituye el MEDIO para garantizar una existencia longeva y saludable».¹⁶
Según Ingram, surgió nueva evidencia sobre los efectos rejuvenecedores a partir de la experiencia de otro centenario del siglo XVII, Henry Jenkins: un «anciano débil y vacilante» hasta que Parr le administró sus «píldoras dadoras de vida»; tras ello, Jenkins recuperó la vitalidad, volvió a pescar y habría alcanzado los 169 años.¹⁷
Dicho panfleto, publicado inicialmente en 1841 y reeditado frecuentemente hasta principios del siglo XX, fue solo un componente de una campaña promocional masiva.¹⁸ Varios anuncios aparecieron en diarios y revistas tanto británicos como internacionales, muchos incluyendo testimonios de clientes satisfechos como Joshua Ball —postrado diecisiete años por gota reumática antes de recuperar la salud con este remedio. Pronto la empresa vendía decenas de miles de cajas semanales, obteniendo ganancias que permitieron a Ingram trasladarse a Londres. Allí fundó el Illustrated London News, accedió al parlamento y se distanció activamente del negocio que le dio fortuna —aparentemente temiendo que asociarse con una industria tan desacreditada minaría su creciente respetabilidad. De esa manera borró parcialmente de la memoria colectiva sus oscuros orígenes.
Ciertamente, pese a su popularidad, no todos creían en sus poderes. Durante el siglo XIX, revistas como Household Words satirizaron tanto el producto como sus fabricantes; un sketch de la revista satírica Punch propuso incluso «arrojar 12.000.000 de cajas de PARR'S Life Pills al mar: lográndose un beneficio para los peces y el público que así evita acceder al medicamento».¹⁹ Otros publicaron falsos testimonios con afirmaciones más hiperbólicas que los anuncios reales (presuntamente obra de escritores anónimos, no de clientes reales): el caso más escandaloso describía a un hombre que, supuestamente, sobrevivió a una caída en el Vesubio y a la explosión de Waterloo gracias a estas pastillas.
Otros censuraron abiertamente las prácticas fraudulentas de la compañía. En sus memorias de 1893, el editor Henry Vizetelly declaró que la fortuna de Herbert Ingram provenía de «un burdo fraude al público inculto».²² Vizetelly quizá no era fuente imparcial; pese a colaborar con Ingram casi veinte años, al parecer lo detestaba. Pero su escepticismo no era el único. Cuatro décadas antes, The Medical Circular había investigado las píldoras vitales de Parr en su serie «Anatomía de la charlatanería», concluyendo que sus creadores amasaron su fortuna con «la credulidad de ingenuos», y que su versión de la historia del Viejo Parr era «un entramado de absurdos y mentiras de cabo a rabo».²³
Resulta llamativo que, pese a su fama de cínica, The Medical Circular no cuestionara la longevidad de Parr; incluso sugirió que tanto él como Jenkins debían sus vidas longevas a una «constitución robusta natural y circunstancias ambientales».²⁴ Empero, en una época que valoraba progresivamente la ciencia y la documentación rigurosa, crecían las dudas. En su influyente obra Longevidad humana: Hechos y ficciones (1873), el escritor anticuario William J. Thoms abogó por un estudio más metódico de la longevidad, desmintiendo a numerosos supercentenarios famosos. Si bien aceptaba que Parr fue un hombre muy anciano —probablemente algo más de cien años— consideró imposible verificar los datos básicos de su vida según Taylor, además de señalar que (a pesar de crecientes relatos sobre descendientes longevos de Parr) murió sin progenie.
Tras el riguroso análisis de Thoms, resultaba difícil rebatir su conclusión de que toda la historia era solo «una fábula descomunal» —y, al apagarse el brillo de la leyenda de Parr, las píldoras homónimas también declinaron.²⁵ Sin embargo, más de un siglo tras discontinuarse las píldoras y casi cuatro siglos después de la muerte del viejo Parr , el atractivo de la longevidad persiste. Mientras charlatanes modernos promueven métodos cada vez más peregrinos para alargar la vida, la historia de las píldoras vitales de Parr (que pasaron de ser garantía sanitaria a amenaza) sirve de saludable advertencia para los crédulos.
Como escribió un desconocido inglés del siglo XIX «Nunca he oído que el Viejo Parr fuera tan necio como para tomar píldoras para mantener la salud; y si alguien hoy viviera la mitad de lo que él supuestamente vivió, sería un milagro aún mayor que todo lo atribuido a l mismo Parr.».²⁶
Notas
- John Taylor, The Old, Old, Very Old Man (London: printed for Henry Goffon, 1635), 9.
- Ibid., 11.
- Thomas Fuller, The History of the Holy War (London: William Pickering, 1840), 274–275.
- See Taylor, The Old, Old, Very Old Man, 1–4.
- For William Harvey’s autopsy notes, see his “Anatomical Examination of the Body of Thomas Parr”, in The Works of William Harvey (London: The Sydenham Society, 1847), 589–594.
- For these quotations, see “The Earl of Arundel and Old Parr, 1635”, in Geoffrey Langdon Keynes, The Life of William Harvey (Oxford: Clarendon Press, 1966), 219–225.
- Allen Grieco, “Food and Social Classes in Late Medieval and Renaissance Italy”, in J-L. Flandrin, M. Montanari, and A. Sonnenfeld (eds.), Food: A Culinary History (New York: Columbia University Press, 1999); Joan Thirsk, Food in Early Modern England (London: Hambledon Continuum, 2007), 214.
- Harvey quoted in Keynes, The Life of William Harvey, 224.
- Ibid.
- John Evelyn, Fumifugium: or, the Inconvenience of the Aer and Smoak in London (London: printed by W. Godbid for Gabriel Bedel, 1661), 8–9.
- Old Tom Parr. A true story. Shewing that he was a laboring man and the wonder of his time, and how he was brought up to London by the earl of Arundel, 1635, in which year he died, aged 152, according to some historians; others say in his hundred and sixtieth year; but all agree that he had lived through the reign of ten different sovereigns (London: J. Marshall, 1799).
- Charles Dickens, The Old Curiosity Shop (London: J. M. Dent, 1995), 567.
- The Extraordinary Life and Times of Thomas Parr (London: T. Roberts & Co., ca. 1890s), 6.
- Ibid., 7.
- Ibid., 7.
- Ibid., 8.
- Ibid., 10.
- Keith Thomas, “Thomas Parr [called Old Parr]”, ODNB.
- “Oh Dear! What Can the Matter Be?” Punch, vol. 14 (January–June, 1848), 53.
- Frederick Engels, The Condition of the Working Class in England in 1844, trans. Florence Kelley Wischnewetzky (London: George Allen and Unwin, 1892), 104–105.
- “Mr Holloway”, The Spectator (December 29, 1883): 1689.
- Henry Vizetelly, Glances Back Through Seventy Years, vol. 1 (London: Kegan Paul, Trench, Trubner & Co., 1893), 235.
- “The Anatomy of Quackery”, The Medical Circular (February 23, 1853): 146–147.
- Ibid.
- William J. Thoms, Human Longevity: Its Facts and Fictions (London: John Murray, 1873), 85.
- Ibid., 91.
Sobre la autora del artículo:
Katherine Harvey es una historiadora, escritora y crítica del Reino Unido, especializada en historia medieval. Obtuvo su licenciatura (BA), maestría (MA) y doctorado (PhD) en Historia en el King's College de Londres, y es investigadora honoraria en Birkbeck, Universidad de Londres.
Ha publicado numerosos artículos en revistas académicas y publicaciones populares, como BBC History Magazine, History Today, Aeon y The Atlantic. Sus reseñas aparecen regularmente en publicaciones como The Sunday Times y The Times Literary Supplement. Su libro más reciente, The Fires of Lust: Sex in the Middle Ages (Los fuegos de la lujuria: El sexo en la Edad Media), fue publicado en octubre de 2021. Actualmente, está trabajando en un libro sobre la vida saludable en la Edad Media.
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