Grabado coloreado del impreso de 1789 de Joseph Racknitz que intentaba revelar el funcionamiento secreto del supuesto autómata denominado "El turco" de William Kempelen.
La historiadora de la ciencia Jessica Riskin ocupa un puesto académico permanente y de alto nivel en el Departamento de Historia la Universidad de Stanford. Es autora de Science in the Age of Sensibility: The Sentimental Empiricists of the French Enlightenment (2002) , Genesis Redux (2007); Nature Engaged: Science in Practice from the Renaissance to the Present (2012) ; The Restless Clock: A History of the Centuries-Long Argument Over What Makes Living Thing Tick (2016) y actualmente escribe un libro sobre Jean-Baptiste Lamarck, el
naturalista francés que acuñó el término "biología" alrededor de 1800 y
desarrolló la primera teoría de la evolución.
A continuación traduzco su artículo original en inglés titulado Frolicsome Engines
The Long Prehistory of Artificial Intelligence
publicado en The Domain Public Review.
Motores juguetones: La larga prehistoria de la inteligencia artificial
Por Jessica Riskin
Patos defecando, cabezas parlantes y Cristos mecanizados: Jessica Riskin escribe sobre la fascinante historia de los autómatas, máquinas construidas para
imitar los procesos de la vida inteligente.
Publicado el 4 de mayo de 2016
¿Cuán
antiguos son los campos de la robótica y la inteligencia artificial?
Muchos podrían rastrear sus orígenes hasta mediados del siglo XX, con
trabajos como los de Alan Turing (quien escribió sobre la posibilidad de
inteligencia mecánica en los años 40 y 50) o los del ingeniero del MIT
Norbert Wiener, fundador de la cibernética. Pero estos campos tienen su prehistoria —tradiciones de máquinas que imitan procesos vivos e
inteligentes— que se extienden siglos atrás y, según cómo se cuente,
incluso milenios.
La palabra "robot" apareció por primera vez en una obra de 1920 del escritor checo Karel Čapek titulada R.U.R. (Robots Universales Rossum).
Derivando su neologismo de la palabra checa "robota" (trabajo pesado o
servidumbre), Čapek usó "robot" para referirse a una raza de humanos
artificiales que reemplazan a trabajadores humanos en una distopía
futurista. (De hecho, estos humanos artificiales en la obra eran más
cercanos a clones que a lo que ahora consideraríamos robots, cultivados en
cubas en lugar de construidos con piezas).
Sin
embargo, existía una palabra anterior para humanos y animales
artificiales: "autómata", de raíces griegas que significan
"autopropulsado". Esta etimología coincidía con la definición de
Aristóteles de los seres vivos como aquellos que pueden moverse por
voluntad propia. Las máquinas autopropulsadas eran objetos inanimados
que parecían tomar prestada la característica definitoria de los seres
vivos: el automovimiento. El ingeniero del siglo I d.C. Herón de Alejandría describió numerosos autómatas. Muchos implicaban redes
elaboradas de sifones que activaban varias acciones al pasar el agua por
ellos, especialmente figuras de pájaros bebiendo, aleteando y
gorjeando.
Ilustración de una edición inglesa de 1851 de la Pneumatica de Herón, donde describe máquinas que funcionan con presión de aire, vapor o agua
El
sifón habría tenido un atractivo particular para los creadores de
autómatas antiguos, ya que hace que el agua viaje hacia arriba, al contrario de su comportamiento natural. Según Aristóteles, mientras los
seres vivos se movían por medio de la voluntad, los inanimados lo hacían según su
naturaleza: lo pesado (tierra o agua) descendía; lo ligero (aire o
fuego) ascendía. Un sifón, al permitir que el agua ascienda, parece
violar el principio aristotélico, y además tiende a funcionar de manera intermitente, creando la ilusión de un comportamiento intencional.
Las
obras hidráulicas, incluyendo pero no limitadas a aquellas que usaban
sifones, fueron probablemente la categoría más importante de autómatas
en la antigüedad y la edad media. El agua que fluía transmitía
movimiento a figuras mediante palancas, poleas o mecanismos de disparo.
Un ejemplo de finales del siglo XII del creador de autómatas árabe
Al-Jazari era una fuente con forma de pavo real para lavarse las manos,
donde el agua corriente activaba pequeñas figuras que ofrecían al
usuario primero un plato de jabón perfumado en polvo y luego una toalla.

Ilustración de la fuente del pavo real, de una edición del siglo XIV del Libro del conocimiento de dispositivos mecánicos ingeniosos de Al-Jazari
Estos
autómatas hidráulicos se volvieron ubicuos en los terrenos de palacios y
propiedades adineradas. Los llamados "artilugios lúdicos" se
encontraban ya a finales del siglo XIII en el castillo francés de
Hesdin, cuyos libros de cuentas mencionan monos mecánicos, "un elefante y
un cabrón".¹ En los siguientes dos siglos, la colección del castillo se
expandió para incluir "tres personajes que arrojan agua y mojan a la gente
a voluntad"; una "máquina para mojar a las damas cuando pisan en ella";
un "engien [sic] que, al tocar sus perillas, golpea en la cara a
quienes están debajo y los cubre de blanco o negro [harina o polvo de
carbón]"; una "ventana donde, cuando la gente desea abrirla, un
personaje frente a ella moja a la gente y cierra la ventana de nuevo a
pesar de ellos"; un "atril sobre el que hay un libro de baladas, y,
cuando intentan leerlo, la gente queda cubierta de negro, y, tan pronto
miran dentro, quedan empapados de agua"; un "espejo donde se envía a la
gente a mirarse cuando están manchados, y, cuando miran en él, quedan
nuevamente cubiertos de harina, y blanqueados", y así sucesivamente.²
Para
cuando el ensayista francés Michel de Montaigne viajó por
Europa en 1580–81, los autómatas hidráulicos se habían vuelto tan
comunes que le aburrían, aunque siguió registrándolos en su diario de viajes. En un palacio, por ejemplo, vio chorros de agua lanzadas desde "boquillas de
latón" activados por resortes. "Mientras las damas están ocupadas
viendo jugar a los peces, solo hay que soltar un resorte: inmediatamente
todas estas boquillas arrojan chorros finos y fuertes de agua a la
altura de la cabeza de un hombre, y llenan las enaguas y muslos de las
damas con esta frescura".³
Veinte
años después, el rey francés Enrique IV contrató al ingeniero italiano
Tomaso Francini para construirle obras hidráulicas en el palacio real de
Saint Germain en Laye. Francini construyó grutas hidráulicas dedicadas
al panteón griego y sus aventuras: Mercurio tocaba una trompeta y Orfeo
su lira; Perseo liberaba a Andrómeda de su dragón. Había autómatas
herreros, tejedores, molineros, carpinteros, afiladores, pescadores y
herradores que realizaban los obligados ataques acuáticos a los
espectadores.
No es realmente una de
las grutas de Francini, sino una representación de una creación similar
diseñada por el ingeniero hidráulico francés contemporáneo Salomon de
Caus, publicada en su obra de 1615 Les raisons des forces mouvantes .
Más
aún que en jardines reales y propiedades nobles, los autómatas
medievales y renacentistas aparecían en iglesias y catedrales. Los
Cristos autómatas —murmurando, parpadeando, haciendo muecas en la cruz—
eran especialmente populares. Un Cristo mecánico en un crucifijo,
conocido como Rood of Grace (Cruz de la Gracia), atrajo
peregrinos a la Abadía de Boxley en Kent durante el siglo XV. Este Jesús
"estaba hecho para mover los ojos y los labios mediante cuerdas de
cabello". El Rood podía mover manos y pies, asentir con la
cabeza, rodar los ojos y mostrar "una mente bien contenta o disgustada:
mordiéndose el labio, y adoptando una expresión ceñuda, desafiante y
desdeñosa cuando pretendía estar ofendido: y mostrando un semblante y rostro muy
suave, amable y sonriente cuando pretendía estar complacido".⁴
También
se encontraban demonios mecánicos. Apostados en sacristías, hacían
muecas horribles, aullaban y sacaban la lengua. Las máquinas representando a Satán
movían los ojos y agitaban brazos y alas; algunas incluso tenían cuernos
y coronas móviles.
El arquitecto
florentino Filippo Brunelleschi incluso mecanizó el Paraíso: "se podía
ver un Cielo lleno de figuras vivas y móviles, así como innumerables
luces, destellando como relámpagos".⁵ Mientras, en otros lugares,
infiernos elaboradamente diseñados retumbaban con truenos y destellaban
con relámpagos, escupiendo serpientes y dragones .
Una criatura mecanizada, mitad humana mitad serpiente, del manuscrito del siglo XV de Johannes de Fontana Belli Corum instrumentorum liber cum figuris
Estas
máquinas ayudaron a inspirar la idea de que quizás los autómatas
lograban algo más profundo que meros trucos de entretenimiento: quizás
modelaban genuinamente el funcionamiento de la naturaleza. El filósofo
francés René Descartes argumentó esto durante la década de
1640, sosteniendo que el mundo entero, incluidos los cuerpos vivos, era
esencialmente maquinarias compuestas de partes móviles y podían entenderse
como un relojero llega a entender a un reloj. Su trabajo fue fundamental para la
ciencia moderna en general y para la fisiología moderna en particular.
Al desarrollar su modelo mecanicista de ciencia, Descartes invocó las
máquinas realistas que lo rodeaban. De hecho, vivió un tiempo en Saint Germain en Laye y casi seguro visitó las grutas hidráulicas de Enrique
IV, que describió en detalle.
Con el
advenimiento en el siglo XVI del cilindro de levas (un tambor con
pasadores o barras salientes, como en una caja de música), fueron
posibles máquinas realistas aún más complejas. En esta época también
surgió una nueva palabra para describir específicamente máquinas
humanoides: "androide", derivada de raíces griegas que significan
"parecido al hombre". Fue acuñada por Gabriel Naudé, médico y
bibliotecario francés, y médico personal nada menos que del amante de
los autómatas Luis XIII.⁶
Los
cilindros de levas fueron los dispositivos de programación para autómatas y
órganos automáticos desde alrededor de 1600. En 1650, el polímata
alemán Athanasius Kircher ofreció un diseño temprano de un órgano
hidráulico con autómatas, gobernado por un cilindro de levas e
incluyendo un esqueleto danzante.
Diseño imaginativo de Kircher para un órgano hidráulico, con esqueleto danzante, incluido en su Musurgia Universalis (1650)
Por
supuesto, es un anacronismo llamar "dispositivos de programación" a los
cilindros de levas de los siglos XVI y XVII. Ciertamente, hay una línea
continua de desarrollo desde estos cilindros de levas hasta las
tarjetas perforadas usadas en telares automáticos del siglo XIX (que
automatizaban el tejido de telas estampadas), luego en computadoras
tempranas, y hasta un chip de silicio. Los diseñadores del telar
automático usaron autómatas e instrumentos musicales automáticos como
modelo; luego Charles Babbage —el matemático inglés que diseñó las
primeras computadoras mecánicas en la década de 1830, las Máquinas analítica y diferencial respectivamente— usó a su vez el telar automático como modelo.
De hecho, se podría considerar un cilindro de levas como una secuencia
de pasadores y espacios, al igual que una tarjeta perforada es una
secuencia de agujeros y espacios, o ceros y unos. Sin embargo, es
importante recordar que ni Babbage, ni los diseñadores del telar
automático, ni los creadores de autómatas pensaron en estos dispositivos
en términos de programación o información, conceptos que no existieron sino hasta mediados del siglo XX. Por ejemplo, ideas sobre la división del
trabajo inspiraron los telares automáticos de la Revolución Industrial y
las máquinas calculadoras de Babbage: eran máquinas destinadas
principalmente a separar formas de trabajo sin mente respecto de las
inteligentes.
Con los cilindros de
levas, comenzando a principios del siglo XVIII, la gente empezó a
diseñar autómatas que realmente realizaban las tareas que aparentaban
ejecutar. Los primeros autómatas simuladores fueron diseñados en la
década de 1730 por un francés llamado Jacques Vaucanson y rápidamente se
convirtieron en tema de conversación en Europa. Dos eran músicos, un
"flautista" y un "gaitero". El flautista tenía labios que se flexionaban
en cuatro direcciones, delicados dedos articulados y pulmones de fuelle
que imprimían tres presiones de soplido diferentes. Fue el primer autómata
músico en tocar realmente un instrumento, en lugar de ser una caja de
música con una figura decorativa. Tocaba una flauta real: incluso podías
traerle la tuya para que la interpretara.
El tercer autómata
de Vaucanson fue el notorio "pato defecador". Mientras aleteaba y se
comportaba como un pato, su principal atracción era que tragaba trozos
de maíz o grano y los excretaba por el otro extremo en una forma distinta. (Esta parte del acto era falsa: el maíz que entraba por
delante quedaba oculto para su remoción subrepticia, mientras el extremo
trasero venía precargado).
Fotos
sin fecha de lo que se dice es el pato de Vaucanson. Las imágenes
parecen encajar con la descripción de Goethe al verlo en 1805, "sin
plumas... como un esqueleto"
Grabado
del siglo XVIII mostrando los tres autómatas de Vaucanson: el
"flautista" a la izquierda, el "gaitero" a la derecha, y el notorio pato
en el centro. Presentado en Histoire des jouets (1902) de Henry René d'Allemagne Aunque
ninguno de los autómatas de Vaucanson sobrevive, sus parientes sí.
Entre ellos hay tres androides diseñados en la década de 1770 por una
familia suiza de relojeros llamada Jaquet-Droz: una "música" y dos niños
pequeños, un "escritor" y un "dibujante". El "escritor" puede
configurarse para escribir cualquier mensaje de hasta cuarenta
caracteres; el "dibujante" bosqueja cuatro dibujos con un lápiz de carbón; y la
"música" toca varias melodías en un clavicordio. El trío es
inquietantemente realista y aún se exhibe en Neuchâtel, Suiza. Sus ojos
siguen sus dedos mientras trabajan, el "dibujante" sopla periódicamente
el polvo de carbón de su página, y la "música" parece suspirar con
emoción mientras toca (en realidad respira durante una hora antes y
después del acto, dando a los espectadores escalofríos al llegar y
partir).

Jaquet-Droz en la corte de
Luis XV con sus autómatas (de izquierda a derecha): el "escritor", la
"música" y el "dibujante" — litografía reproducida en Scientific American, Vol. 88, Número 16 (abril de 1903)
Más
tarde, en el siglo XVIII, algunos ingenieros y creadores de autómatas se
preocuparon por intentar mecanizar dos procesos considerados la
quintaesencia de la inteligencia viva: el habla y el ajedrez. Una
proliferación de cabezas parlantes en las décadas de 1770, 1780 y 1790
fue desencadenada por un concurso de premios patrocinado por la Academia
de ciencias de San Petersburgo para una máquina que pudiera producir el
sonido de vocales. La gente fue más allá de las vocales. Un francés
llamado Mical diseñó un par de cabezas parlantes en 1778.
Esas cabezas contenían
"glotis artificiales dispuestas sobre membranas tensas", pero su
diálogo elogiando a Luis XVI era bastante soso: "El Rey da la Paz a
Europa", entonaba la primera cabeza; "La paz corona al Rey con gloria",
respondía la segunda; y así sucesivamente.
Representación contemporánea de las cabezas de Mical, reproducida en Histoire des jouets (1902) de Henry René d'Allemagne Aproximadamente
una década después, un ingeniero húngaro llamado Wolfgang von Kempelen
diseñó una máquina parlante usando una glotis de marfil, fuelles como
pulmones, un tracto vocal de cuero con una lengua articulada, una cavidad
bucal y boca de goma, y una nariz con dos pequeñas tuberías como fosas
nasales. Sus pronunciamientos eran más caprichosos que los de las
cabezas parlantes de Mical: "mi esposa es mi amiga", por ejemplo, y "ven
conmigo a París".
Ilustración de Le mécanisme de la parole (1791) de Kempelen
Kempelen
fue más famoso por otro "autómata" que diseñó y construyó en 1769, el Turco ajedrecista. Esta maqueta de tamaño natural fue exhibida por toda
Europa y América por el propio Kempelen y luego por otros hasta su
destrucción en un incendio en 1854; en el curso de su larga carrera, se
informa que venció tanto a Napoleón como al matemático Charles Babbage. Aunque ciertos aspectos de su movimiento (el de los brazos, la cabeza, etc.) eran
mecánicos, no era, por supuesto, un autómata completo. El aspecto
crucial del juego de ajedrez era obra de una sucesión de hábiles y
diminutos jugadores humanos de ajedrez ocultos en su pedestal, algo casi
admitido por Kempelen, quien dijo que su principal logro había sido
crear una ilusión. Sin duda la gente sabía que era un engaño, pero
quedaba fascinada de todos modos, porque dramatizaba la cuestión de la
época: si una máquina podía razonar y, relacionado con ésto, el hecho de si la mente humana
misma podría ser una especie de máquina.
Edgar Allan Poe se interesó por la cuestión y en 1836 escribió un ensayo
sobre el Turco de Kempelen y la Máquina diferencial de Babbage. Creía
que una máquina podía realmente calcular, porque el cálculo era un proceso fijo y
determinado, pero no que pudiera jugar al ajedrez porque, dijo, el
ajedrez era indeterminado: la máquina tendría que responder a los
movimientos de su oponente. Así que la máquina de Babbage era genuina
pero la de Kempelen fraudulenta.
Grabado
coloreado del folleto de Joseph Racknitz (1789) que intentaba revelar
el funcionamiento secreto del supuesto autómata ajedrecista de William
Kempelen, "El Turco"
Cuando les hice leer el ensayo de Poe a estudiantes de ingeniería, les ha
parecido extraño su razonamiento: ¿por qué no podría una máquina
responder a cada movimiento de su oponente? He aquí otro ejemplo de cómo
las intuiciones de la gente sobre la naturaleza de la vida, el
mecanismo y la ciencia se transforman continuamente. Poe asumió que una
máquina era necesariamente incapaz de responder. Dos siglos antes, Descartes
había hecho la suposición opuesta, y casi dos siglos después, también lo
hicieron mis estudiantes.
¿Cómo
deberíamos considerar a los pájaros accionados por sifones de Herón de
Alejandría, los Cristos autómatas medievales, los artilugios lúdicos
renacentistas, los músicos, artistas, escritores y cabezas parlantes
androides del siglo XVIII? Ciertamente pueden verse como los antepasados
de los proyectos modernos en robótica e inteligencia artificial. Pero
también fueron expresiones de un modo de comprensión muy diferente. En
lugar de encarnar los conceptos de programación, retroalimentación o
información tan importantes hoy día, nacieron de otras ideas: materia
animada versus inanimada, movimiento voluntario versus constreñido,
trabajo sin mente versus inteligente. Es difícil imaginar que nuestros
propios marcos conceptuales algún día parecerán tan remotos y exóticos
como nos parece una explicación aristotélica de los sifones de Herón,
pero seguramente lo harán. ¿Puede el hecho de saber esto, ayudarnos a imaginar
qué podría reemplazar a la información, la programación y la
retroalimentación como conceptos clave para entender la vida, la
sensibilidad, el mecanismo y la mente?
Notas
¹ Richard, Jules-Marie. *Une
petite-nièce de saint Louis. Mahaut, comtesse d’Artois et de Bourgogne
(1302—1329): Etude sur la vie privée, les Arts et l’Industrie, en Artois
et à Paris au commencement du XIVe siècle* (París: Champion, 1887), pp. 308, 336, 341, 342.
² Léon Laborde, Les
ducs de Bourgogne, études sur les lettres, les arts, et l’industrie
pendant le XVe siècle et plus particulièrement dans les Pays-Bas et le
duché de Bourgogne. Segunda parte, 3 vols. (París: Plon frères,
1849—52), 1:268—71. Extracto traducido en Merriam Sherwood, “Magic and
Mechanics in Medieval Fiction.” Studies in Philology 44, no. 4 (1947): 567—9.
³ Montaigne, Journal du voyage de Michel de Montaigne en Italie par la Suisse & l’Allemagne en 1580 & 1581 (Città di Castello, 1889).
⁴ William Lambarde, A Perambulation of Kent (Londres: Chatnam, Baldwin, 1826).
⁵ Vasari, Giorgio. Lives of the Most Eminent Painters, Sculptors and Architects. Traducido por Gaston de Vere. 10 vols. Londres: Macmillan and the Medici Society, 1912—15.
⁶ Naudé, Gabriel. Apologie pour tous les grands hommes, qui ont esté accusez de magie (París: I. Cotin, 1669).
Obras de Dominio Público
The Pneumatics of Hero of Alexandria, from the original Greek
Hero of Alexandria 1851
Biblioteca del Congreso | The Hopkin Thomas Project
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Automata Old and New
Conrad William Cooke 1893
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"Maelzel's Chess-player"
Edgar Allan Poe 1836
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Salomon de Caus 1615
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Una
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