15 . Las habilidades de Kulagina fueron confirmadas por experimentos científicos
Existen razones de todo tipo para poner en duda esta afirmación.
Los experimentos realizados con Kúlaguina tenían un carácter informal, y en ellos a menudo faltaba incluso el control más elemental. En el famoso video, la campana de vidrio se coloca después de que los objetos comienzan a moverse, aunque, para descartar el método del hilo, esto debería haberse hecho antes de permitir que Kúlaguina se acercara a la mesa. Es un cambio muy simple en la puesta en escena, pero no se les ocurrió a los “investigadores”.
La propia disposición del experimento, según las descripciones de los defensores de la versión de la telequinesis, en el libro de Víktor Kúlaguin El fenómeno “K”, solía ser extremadamente descuidada. Se le permitía a Kúlaguina tomar los objetos y moverlos de un lugar a otro, lo cual arruina completamente la limpieza del experimento y no excluye en absoluto el uso de dispositivos auxiliares. Cuando se añadía control, según la descripción del propio Kúlaguin, el efecto desaparecía. Naturalmente, él explicaba todo esto por la atmósfera escéptica, que impedía a la psíquica concentrarse. Nosotros, por nuestra parte, nos reservamos el derecho de considerar que precisamente la presencia del control adecuado es la causa universal de la desaparición de las “habilidades” de los psíquicos.
El registro del protocolo se llevaba de manera deficiente. Por ejemplo, se decidía no anotar los intentos fallidos, lo cual constituye un error de investigación extremadamente grave y anula la posibilidad de un análisis estadístico, así como la objetividad del protocolo.
También hay razones para creer que el escaso conocimiento del arte del ilusionismo y la actitud acrítica inicial obstaculizaron la correcta organización de los experimentos. Parece que a los científicos ni siquiera se les ocurrió comprobar si estaban siendo engañados. Algunos de ellos se basaban en sensaciones subjetivas, citando como argumento el ambiente y su impresión personal de Kúlaguina.
Como ejemplo puede mencionarse el testimonio de Y. B. Kobzariov, quien brindó todo tipo de apoyo a Kúlaguina. Escribió: “Los experimentos demostraron que esto no puede explicarse por la aparición de campos eléctricos o magnéticos”. Lamentablemente, el académico no dijo ni una palabra sobre si los experimentos demostraron que el movimiento de los objetos no podía explicarse mediante hilos. Tampoco se mencionó esto en el juicio, aunque un experimento correctamente planteado, que descartara el uso de hilos, habría puesto un punto final a toda la historia. Lo más probable es que ninguno de los científicos interesados en Kúlaguina se haya dado cuenta de la necesidad de controlar la situación respecto al posible uso de hilos.
En una de las entrevistas, Kobzariov respondió a una pregunta sobre la posibilidad de fraude:
—¿No tuvo la sensación de que se trataba de un truco?
—No. El experimento, repetido varias veces, fue observado por mi esposa y también por mi colega del Instituto de Radiotecnia y Electrónica de la Academia de Ciencias de la URSS, el profesor B. Z. Katselenbaum. Era evidente que para que el objeto comenzara a moverse, Kúlaguina tenía que hacer un gran esfuerzo. Pero ni la apariencia de Ninel Serguéievna ni el entorno en el que se realizaba el experimento daban motivo alguno para suponer que me estaban mostrando un truco.
Un enfoque tan ingenuo y carente de rigor científico resulta sumamente decepcionante. Está claro que no se trataba en absoluto de un experimento controlado, sino de una demostración libre. Y debemos, por lo tanto, limitarnos a confiar en las impresiones subjetivas del académico de que no hubo engaño. Es difícil imaginar que algún experimento científico pudiera ser tomado en serio —incluido por el propio Kobzariov— si su validez se basara únicamente en la convicción subjetiva de los experimentadores de que todo se hizo correctamente. Tal descuido resulta asombroso.
Ni siquiera todos verificaron a Kúlaguina en busca de imanes. Por ejemplo, estas son las sorprendentes declaraciones en el juicio del académico Guliáiev:
Representante del demandante: Durante el experimento, ¿su comportamiento permitía sospechar que intentaba de algún modo falsificar los resultados? ¿Hubo algún intento de explicar los resultados obtenidos —aunque fuera con una mínima probabilidad— por la influencia de un imán adherido a su cuerpo?
Guliáiev: No lo he pensado. Considero que la búsqueda de imanes no entra dentro de nuestras posibilidades.
Es decir, al realizar investigaciones sobre una persona que supuestamente poseía habilidades fenomenales, al científico ni siquiera se le ocurrió revisar si Kúlaguina tenía imanes.
Tampoco está claro por qué la búsqueda de imanes “no entra en las posibilidades” y a qué posibilidades se refiere. Tal vez el académico quiso decir que la exclusión de imanes no formaba parte de los requisitos del experimento. Pero eso también resulta extraño, considerando que Kúlaguina fue invitada a participar en mediciones de los campos generados por el cuerpo humano. Nos parece que excluir la presencia de imanes y otras fuentes de radiación es lo primero que debería hacerse en un experimento de ese tipo, tanto si la persona afirma poseer habilidades extraordinarias como si no. Lo más probable es que se trate de un error en el diseño experimental.
De una u otra forma, esto no se hizo, y los experimentos tanto de Kobzariov como de Guliáiev no pueden considerarse pruebas de las habilidades de Kúlaguina. Sin embargo, son precisamente sus testimonios los principales argumentos que los partidarios de la telequinesis presentan como “fundamento científico”.
Aquí también debe citarse otro fragmento de una entrevista de Kobzariov. En ella describió un experimento que, según su relato, fue más correcto que los demás mencionados:
“El experimento más interesante, en mi opinión, no solo eliminaba la posibilidad de usar hilos o imanes, sino que también excluía que partículas procedentes de las manos de Kúlaguina alcanzaran el objeto en movimiento. Para ello, en el Instituto de Radiotecnia y Electrónica se fabricó un cubo de plexiglás sin una de sus caras. El cubo, por su lado abierto, encajaba firmemente en las ranuras fresadas en una gruesa base también de plexiglás. Dentro del cubo se colocaba un cartucho de cartón de escopeta. Este dispositivo fue diseñado precisamente para demostrar que la telequinesis no es un truco, sino un hecho real. El objeto movido no era magnético, y la posibilidad de usar hilos estaba completamente excluida. El experimento se realizó hace unos dos años.
Sabiendo cuánto esfuerzo le costaban estos experimentos a Kúlaguina, invité como testigo a nuestra vecina, una médica. Ninel Serguéievna hizo un esfuerzo extraordinario antes de que el cartucho comenzara a moverse. Cuando este se desplazó hasta la pared del cubo, Kúlaguina se sintió mal. La médica, al medirle la presión arterial, se horrorizó. La presión sistólica estaba en 230 y la diastólica casi alcanzaba 200. Llamaron al esposo de la vecina, también médico experimentado, quien diagnosticó un espasmo de los vasos cerebrales, le dio medicamentos y le ordenó guardar reposo absoluto. ‘La paciente está cerca de un estado comatoso’, me explicó. ‘Tales experimentos pueden tener consecuencias lamentables’...”
Lamentablemente, este experimento no fue grabado en video, ni Kobzariov consideró necesario haberlo realizado de esa forma desde el principio, antes de cualquier otro experimento con Kúlaguina. Tampoco disponemos de un protocolo detallado del experimento, el cual es obligatorio en el trabajo científico. Dicho protocolo habría permitido confirmar la corrección de la puesta en práctica y posibilitar la verificación por otros científicos, o bien señalar posibles errores.
Sin embargo, cuando se trata de Kobzariov, tenemos todas las razones para pensar que era tan acrítico con respecto a Kúlaguina que estaba dispuesto a justificar sus fallos mediante suposiciones completamente fantásticas, difíciles de tomar en serio. He aquí un ejemplo ilustrativo del mismo testimonio:
—¿No recuerda algún caso que ponga en duda la corrección de las acciones de la sujeto?
—Un caso que nos arruinó el ánimo ocurrió precisamente durante los experimentos con el láser. Uno de los jóvenes observadores afirmó (y poco después uno o dos participantes se sumaron a él) que veía un hilo e incluso un pequeño objeto atado a él, que Kúlaguina introducía en el cilindro a través de un orificio en su pared. No creo que Ninel Serguéievna intentara engañar a los experimentadores. ¡No lo necesitaba! Un experimento más con un resultado sorprendente no habría añadido nada a lo que ya se había establecido con plena certeza. Sin embargo, no pongo en duda la honestidad de los experimentadores que afirmaron haber visto el hilo.
Sí, ellos vieron un hilo, ¡pero el hilo no existía! Se sabe que los faquires indios son capaces de provocar visiones asombrosas y antinaturales en grandes grupos de personas. También se conocen casos de alucinaciones colectivas entre fieles en iglesias. Yo mismo, una vez, experimenté una alucinación visual inducida por un médico hipnotizador. Al arrugar un billete de un rublo, me hizo ver un billete de cien, desplegando y volviendo a arrugar el papel. Hubo otros casos que me convencieron de que uno puede ver y oír lo que en realidad no existe… Ocurrió una autosugestión, y los experimentadores vieron hilos porque pensaban que sin ellos el efecto no podría producirse…
Kobzariov vuelve a intentar convencer a los lectores para que le crean sin pruebas. Su argumentación es completamente indigna de un verdadero investigador y sorprende por su falta de fundamento y coherencia. Desde nuestro punto de vista, la debilidad de las palabras de Kobzariov resultará evidente para muchos lectores, pero por completitud añadiremos una breve explicación.
El hecho de que Kobzariov no creyera en el fraude de Kúlaguina no constituye un argumento. El fraude en un experimento científico se descarta mediante un diseño riguroso, no por la fe del experimentador en que no está siendo engañado.
Las suposiciones sobre lo que Kúlaguina necesitaba o no necesitaba son simplemente indemostrables y constituyen especulaciones. Si se quiere hacer suposiciones, es evidente que, además del dinero, existen otros incentivos. La atención, por ejemplo: estar rodeada de académicos de renombre mundial y manipularlos a su antojo.
La afirmación de que otro experimento con un resultado sorprendente no habría aportado nada parte del supuesto de que Kúlaguina actuaba sinceramente y luego decidió hacer trampa. Pero si todos los resultados se obtuvieron mediante engaño, este experimento solo se diferenció en que las manipulaciones de la psíquica fueron detectadas.
Kobzariov luego afirma que los faquires son capaces de provocar visiones colectivas y dice que eso “es sabido”. Sin embargo, no queda claro a quién le consta ni dónde se puede leer sobre casos científicamente documentados de visiones colectivas. Quienes conocen el arte de la prestidigitación saben que la hipnosis masiva es un mito que tradicionalmente acompaña al famoso truco de la cuerda flotante. Este truco tiene una mecánica definida y una larga historia. No se necesita ninguna hipnosis masiva.
Lo mismo puede decirse de la historia del billete. No sabemos a qué truco se refiere en particular, pero existen muchos números clásicos que permiten transformar un billete de una denominación en otro. Son viejos trucos conocidos, y las historias sobre hipnosis, populares en la URSS en los tiempos de Kio padre, no eran más que leyendas que los ilusionistas no se apresuraban a desmentir, pues tales relatos desviaban la atención de los verdaderos secretos.
Por último, Kobzariov recurre al mito del hipnotismo y sus supuestas posibilidades. Sin embargo, basta con consultar los datos enciclopédicos sobre la hipnosis y sus límites reales de aplicación para que la explicación de Kobzariov se convierta en una excusa con la que el académico intentó evadir una observación muy seria de sus colegas.
También es significativo que las observaciones de los colaboradores que “arruinaron el ánimo” no motivaran ni a Guliáiev ni a Kobzariov a organizar un experimento en el que se excluyera toda posibilidad de hilos. Esto es muy lamentable y mina gravemente la confianza en el pensamiento crítico de ambos científicos. Cuando se trataba de Kúlaguina, o no se tomaban el asunto en serio, o se dejaban llevar y terminaban engañados.
De este modo, podemos afirmar con seguridad que, según las propias descripciones de los académicos, sus experimentos fueron totalmente insatisfactorios: se ignoraban las observaciones de los colegas, los protocolos adecuados, los controles estaban casi siempre ausentes, los experimentos eran informales y se realizaban en departamentos privados.
En conclusión, debe señalarse lo siguiente. Según V. V. Kúlaguin y Y. B. Kobzariov, en Kúlaguina se registró todo un espectro de los fenómenos más inusuales, como, por ejemplo, la emisión de ultrasonido por sus manos. Kobzariov afirmó:
“Durante el desplazamiento de una cajita de fósforos, emitía impulsos irregulares con frentes muy pronunciados. ¡Las manos de Kúlaguina emitían ultrasonido! Fue un gran descubrimiento que literalmente sacudió nuestra imaginación.”
Resulta completamente incomprensible por qué ninguna de estas investigaciones fue publicada en revistas científicas con revisión por pares. La emisión de ultrasonido no tiene nada de místico, y no existía prohibición alguna para publicar tales trabajos. Ese descubrimiento habría podido traer fama mundial a los científicos. ¿Cuál fue, entonces, el problema?
Parece que el problema fue el mismo que en los demás experimentos con Kúlaguina: eran incontrolados, y ninguna revista los habría aceptado precisamente por esa razón. Y si lo hubieran hecho, los científicos habrían recibido comentarios perplejos de sus colegas. Esta suposición se basa en las mismas razones de siempre: en las propias palabras de los científicos. Las descripciones de los experimentos según Kobzariov confirman que se trataba simplemente de nuevas demostraciones, que nos recuerdan que los académicos también son seres humanos y pueden equivocarse cuando se dejan llevar demasiado y renuncian al pensamiento crítico.
Pero hay una observación adicional muy importante. El hecho es que no siempre, cuando Kúlaguina participaba en algún experimento, sus habilidades eran objeto de estudio. El propio Guliáiev subraya que ellos no investigaban las habilidades de Kúlaguina, sino que partían del supuesto de que las tenía y simplemente la incluyeron en experimentos sobre las radiaciones del cuerpo humano como un caso interesante. Guliáiev no realizó ningún experimento controlado que demostrara las habilidades de Kúlaguina y lo declaró inequívocamente en el juicio. Afirmó que las radiaciones del organismo de Kúlaguina diferían del resto de la muestra; sin embargo, como ya vimos, el diseño del experimento carecía del control necesario, por lo cual los resultados carecen de valor.
Conclusión: no tenemos pruebas científicas de que Kúlaguina poseyera ninguna capacidad paranormal.
El Instituto de ciencias, debido a su materialismo, no permitió estudiar las capacidades extrasensoriales.
Los científicos que creyeron en Kulagina no expresaban en absoluto hipótesis de tipo místico. Por lo tanto, no está claro qué clase de ideología pudo haber impedido a Aleksándrov o a Ivanitski aceptar la versión acerca de características inusuales, pero perfectamente materiales, propuestas por sus colegas. Tampoco está claro qué doctrina de la ciencia soviética en particular, o de la física, la química y la biología en general, habría exigido rechazar la publicación de una hipótesis según la cual en las personas podrían observarse ocasionalmente emisiones inusuales o campos anómalos, que además podrían demostrarse mediante un experimento controlado.
El argumento sobre una conspiración de la ciencia contra el estudio de Nina es completamente insostenible y, desde nuestro punto de vista, no debería seguir formando parte del discurso sobre la historia de Kulagina.
17 ¿Qué pueden decir respecto a los testimonios de los críticos Yuri Gorny y Braguinski?
Lamentablemente, toda una serie de científicos soviéticos y otros escépticos apresurados se apuraron en proponer aunque fuera alguna hipótesis, lo cual, desde nuestro punto de vista, perjudicó gravemente el discurso intelectual sobre el tema y predispusieron a muchos pensadores racionales en contra de los escépticos. Al parecer, los representantes de la ciencia soviética no tenían mucha experiencia en la comunicación con el público y, a veces, trataban sus propias palabras con ligereza.
Yuri Gorny es un ilusionista que en su sitio web ofrece una versión sobre la ejecución de los trucos de Kulagina:
En todos sus trucos, ella utilizaba imanes potentes e hilos delgados, invisibles para el observador. A veces lo hacía de manera ingeniosa. Por ejemplo, pedía que se cubrieran los fósforos con un vaso, y aun así se movían, cambiando la dirección que ella les indicaba. En los fósforos se introducían previamente finas agujas de acero, sobre las cuales se ejercía influencia mediante imanes colocados en su calzado y en la zona del abdomen.
La explicación es bastante poco convincente, además de contradecir los hechos conocidos, en particular, que en el experimento con los fósforos los objetos fueron entregados a Kulagina por los propios participantes del experimento, por lo que la preparación previa de los objetos quedaba descartada. Incluso si no hubiera sido así, el método propuesto resulta demasiado complicado e impráctico. En nuestra opinión, el movimiento de los fósforos se explica de manera extremadamente simple (véase el argumento 6). Consideramos que Gorny está equivocado y que debería haber reflexionado más cuidadosamente sobre su explicación. La formulación también debería reflejar con claridad que se trata únicamente de una hipótesis, y no de un hecho comprobado.
Braguinski escribió lo siguiente:
Después de eso, Kulagina, sentada a una gran distancia de la mesa, hizo que una cajita de cartón se desplazara por ella cierta distancia. Un par de años más tarde, Yura Gulyaev me dijo que habían descubierto que Kulagina empujaba la cajita discretamente. Pero lo hacía tan rápido que los receptores visuales no alcanzaban a reaccionar.
Desde nuestro punto de vista, esto es un absurdo manifiesto. No se puede tomar esa versión en serio.
18. No existen pruebas de que Kulagina no poseyera habilidades paranormales.
Este argumento posee una gran fuerza polémica; sin embargo, por muy convincente que suene, el modo en que se plantea la cuestión es erróneo y constituye una conocida falacia lógica: argumentum ad ignorantiam (argumento basado en la ignorancia). Según este razonamiento, algo se considera verdadero únicamente porque no se ha demostrado que sea falso.
Lo absurdo de tal enfoque del conocimiento puede demostrarse fácilmente en la práctica. Por ejemplo, no existen pruebas de que Yuri Gagarin no poseyera capacidades paranormales. Tampoco hay pruebas de que no haya visto extraterrestres en el espacio. ¿Significa eso que debemos creer cualquier cosa solo porque no tenemos evidencias de lo contrario?
Se podría objetar aquí que Gagarin nunca declaró tener capacidades paranormales. Pero Uri Geller sí las declaró, y fue varias veces desenmascarado de manera convincente en video por fraude. ¿Es razonable suponer que, solo porque no se ha demostrado que haya hecho trampa en todos los demás casos, debamos seguir tomando en serio sus afirmaciones?
También cabe añadir que los partidarios de la versión paranormal no especifican con precisión qué tipo de capacidades tenía exactamente Kulagina. Por ello, es muy difícil imaginar qué considerarían como prueba de la ausencia de tales capacidades. En ciencia, esas hipótesis imprecisas se denominan infalsables y, por definición, no son científicas.
Para demostrar la infalsabilidad de la hipótesis sobre las capacidades de Kulagina, basta con observar que no se afirmaba simplemente que pudiera mover objetos mediante fuerzas desconocidas. Además, se especificaba que podía moverlos solo en un ambiente tranquilo, en presencia de personas conocidas que se mostraran hacia ella sin actitud crítica, y que necesitaba tiempo para “concentrarse”. Esto significa que ningún experimento podrá probar nada, ya que siempre se podrá alegar que los escépticos interfirieron o, por ejemplo, que no tuvo suficientes horas para “prepararse”.
No existen pruebas de que Kulagina haya cometido fraude.
No hay pruebas directas disponibles al público que demuestren que Kulagina haya hecho trampa. Solo contamos con los testimonios de los participantes del experimento sobre la desviación del rayo láser, quienes afirmaron haber visto hilos durante la desviación, así como con el testimonio de la comisión del VNIIM, que descubrió imanes bajo la ropa de Kulagina durante los experimentos realizados en su apartamento. Frente a esto, se encuentra un grupo de partidarios de Kulagina que, durante todo el tiempo que mantuvieron contacto con ella, jamás realizaron un experimento que descartara la posibilidad de fraude, y ni siquiera se les ocurrió pensar que pudieran estar siendo engañados (véase argumento 15).
Sin embargo, poseemos una cantidad considerable de indicios indirectos que, aunque no prueban con total certeza el hecho del fraude, lo hacen muy probable y, en algunos casos, incluso apuntan a un método concreto. Más información sobre las hipótesis de la “telequinesis” y la “clarividencia” puede encontrarse aquí.
También debe tenerse en cuenta el hecho de que no nos aproximamos al estudio de tales fenómenos desde cero. Contamos con una amplia experiencia de interacción con el mundo que nos rodea y con un sólido acervo de conocimientos científicos, que incluyen los avances que hacen posibles la medicina moderna, el transporte, los satélites, los teléfonos móviles y el Internet. Todo ese vasto trasfondo de información hace que la versión del fraude sea mucho más verosímil que la de las supuestas capacidades sobrenaturales, las cuales, una y otra vez, resultan ser engañosas o, en el mejor de los casos, errores de los investigadores.
Y, por último, no afirmamos que ella haya cometido fraude. Lo que afirmamos es que esta versión de los hechos, en definitiva, es mucho más plausible y explica adecuadamente los hechos disponibles sin necesidad de introducir en la discusión fuerzas desconocidas.
¿Por qué ninguno de los críticos tuvo la idea de mover la mano y descartar los hilos directamente durante el experimento?
Eso habría que preguntárselo a ellos. Solo podemos suponer. Las personas que comenzaron a dudar pudieron haber pensado en la posibilidad de los hilos recién después. O tal vez no se atrevieron a arruinar el experimento delante de todos. Recordemos que los experimentos con Kulagina duraban horas. Ella representaba un gran esfuerzo, malestar físico. No es difícil imaginar que, en una situación así, pocos se atreverían a acercarse y arruinar el experimento. Además, la atención disminuye después de varias horas.
En general, tales argumentos se alimentan de un sesgo cognitivo de percepción retrospectiva. Armados con el conocimiento actual, atribuimos ese mismo conocimiento a otros o a nosotros mismos en el pasado. Mirando hacia atrás, parece que desenmascarar el engaño era algo elemental. Pero, sin embargo, en las grabaciones de video tanto de Kulagina como de muchos otros psíquicos, observamos la ausencia, a veces, de un control siquiera elemental.
La posibilidad de un engaño exitoso también está confirmada por ejemplos históricos. La historia de otro psíquico soviético, Borís Yermoláev, muestra que una persona puede engañar a quienes lo rodean durante décadas, hasta que alguien finalmente tiene la idea de “mover la mano”, y aun así, solo después de que la cámara capta un hilo (véase este video desde el minuto 19:30). Durante todos esos años, nadie se apresuró a agregar controles ni a mover la mano, y aún pueden encontrarse en Internet películas en las que se relata con solemnidad sobre las habilidades de Yermoláev para levitar y mover objetos, mientras los participantes de las demostraciones aseguran que lo vieron todo con sus propios ojos y que el engaño era imposible.
Y, por último, el argumento puede suponer que nadie movió la mano porque era evidente que no había hilos. Lamentablemente, esa seguridad subjetiva no tiene ningún valor y no constituye un argumento.
Continúa en la parte III

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